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Crítica / Más evocaciones pianísticas - por Diana Blanco

Madrid - 16/11/2024

Emoción. Si pudiera resumirse en una palabra el Concierto -así, con mayúsculas- que el maestro Bonnín de Góngora ofreció en el Auditorio “Casa del Reloj” de Madrid, sería ésa: emoción. En estado puro.

Los asistentes a este peculiar Concierto pudimos percibir toda la carga artística de un maestro de personalidad musical única; tanto por el profundo lirismo de sus obras como por la belleza de su ejecución: no se escapó al público asistente la expresividad única -insistimos- de sus manos sobre el teclado.

Y hemos calificado de peculiar este Concierto -el primero de los tres del Ciclo “Evocaciones pianísticas”- dada la casi feroz independencia de este gran compositor y pianista respecto a los circuitos musicales “al uso”: sólo así es posible el milagro desde el punto de vista musical y humanístico que aúna en su persona Bonnín de Góngora. Misterio.

En este sentido es difícil calificar la obra del maestro Bonnín De Góngora como vanguardista, moderno, clásico, existencialista…y a este respecto el compositor dejó entrever en el íncipit del concierto, que concebía “como un todo” los recursos armónicos y contrapuntísticos al servicio de la expresión y el lirismo. Sin duda alguna, el fundamento de la Música del maestro es un profundo lirismo y un profundo contenido emocional más allá de estéticas, modas o vanguardias. Desde este punto de vista se puede explicar su personalísimo estilo y la personalísima forma de interpretar su repertorio.

Se podría decir, grosso modo, que la Música de este gran compositor es clásica (en sentido amplio del término) pero no tradicional: esto puede verse en partituras tan complejas como su “Vagabundo y la Vida” o el formidable “Concierto para piano, coro y orquesta” que, en este mismo foro, se calificó como “Música para la Humanidad”. Su Música no es un “retorno” al pasado ni conlleva dosis de esa nostalgia: la actitud verdaderamente filosófica y estética del maestro hace que su Música, convenientemente analizada y escuchada, apunte a nuevos y amplios horizontes; más allá -como se ha dicho- de modas pasajeras.

Comenzó el concierto con la ya clásica “Evocación”; Bella entre las bellas, esta obra de carácter marcadamente postromántico constituye una buena introducción a la Música de Bonnín de Góngora: profundo lirismo, melodía perfectamente definida -una de las características del maestro es la clarísima definición de sus temas, sin subterfugios emocionales- y sobre una línea arpegiada muy propia de las obras de esta estructura del maestro. Más allá de un mero “acompañamiento arpegiado” sin más, éste está dotado de una buena dosis de “contrapunto armónico”, lo que es notorio en notas “extrañas a la armonía” o ciertas figuraciones que acaban contraponiéndose a la línea melódica principal. Sólo una ejecución verdaderamente cuidada y de perfecta dicción gestual puede poner de relieve estos matices tan sutiles y refinados.

Y así es como la ejecutó el maestro: línea melódica respirada, línea arpegiada ora contenida ora desbordada, pero siempre al servicio de la emoción. Viendo interpretar al maestro se ve que su Música también se transmite con las manos: la inimitable gestualidad de Bonnín De Góngora al piano es, en sí mismo, un placer estético inolvidable.

Prosiguió a la “Evocación” el “Cuento del Retiro nº2” que según explicó el compositor forma parte de una colección en número de veinticuatro dedicados al parque madrileño del Retiro. Obra profundamente lírica y una de las que más goza el favor del público, a juzgar por los sonoros y largos aplausos que le rindieron.

Obra de similar estructura a la anterior, si bien con más altibajos emocionales, pues tiene una parte intermedia (está construida según el esquema A-A´-B-A-Coda-Final) de una emergente fuerza que se verá reforzada -sin paliativos- por el “Cuento del Retiro nº6: “El Vagabundo y la Vida”, como más tarde analizaremos.

Fue ejecutada esta obra con fuerte emotividad por parte del maestro: de nuevo, los temas claros y bien definidos; sobrecarga lírica en la parte extrema aguda del instrumento, cristalizando el tema principal antes de la reexposición. Es de notar que en casi toda la obra pianística del maestro se encuentra la amplitud sonora del piano en casi toda su extensión, lo que provoca fuertes contrastes de expresión y un obligado dominio total del instrumento.

Prosiguiendo en el concierto, desató Bonnín de Góngora toda su maestría en los matices en la “Poesía nº9”, obra destinada a la inmortalidad por su lirismo y cristalina belleza. De corte similar a la Evocación en su vertiente constructiva -esto es, melodía perfectamente definida y “acompañada” de arpegios contrapuntísticos; se diferencia de aquella en la exposición del tema principal en octavas “fortísimo” donde se pudo apreciar sin trabas toda la fuerza expresiva que, como germen, escondía en sí el tema principal que apenas comenzaba como un susurro. Y esto fue lo que aconteció justo después: la reexposición del tema en el registro sobreagudo del piano y en el que se podía palpar la emoción en la Sala: no se oía ninguna respiración, tan sólo un silencio que dejaba escuchar los “pianísimo” del final de la obra.

A estas alturas del recital, el público ya estaba entregado a las manos del maestro. Buena indicación fueron los silencios que dejaban escuchar la más breve vibración, el más leve sonido que producía la sedosa interpretación de su Poesía nº9; que según dijo el concertista formaba parte de una colección en número de cincuenta y dos.

Tras esta interpretación, digamos que cambió el rumbo del discurso:  Cuento del Retiro nº6 o “El Vagabundo y la Vida”. Obra clásica dentro del repertorio de Bonnín de Góngora, supuso un brusco punto de inflexión en el devenir expresivo y emocional del concierto.

Empezó con un “cluster” en “fortísimo” que hizo cambiar el semblante de la sala: se acababan de exponer a la zarpa del león mientras un torrente de octavas paralelas recorría a lo largo y ancho del teclado magistralmente ejecutadas por el maestro. El tema principal, de nuevo, perfectamente definido y ya recobrada la tonalidad se hacía oír con toda su potencia en una sala que ya empezaba a entender la capacidad emotiva y aun filosófica de la obra del maestro, pues, en sus propias palabras es “un vagabundo de sí mismo, que trata de encontrarse en su interior”; apoyamos esta tesis dada la fuerza del apellido del autor de “Soledades” y que ostenta también Bonnín. Las partes intermedias de la obra fueron interpretadas por un descarado “rubato” que, en algunos fragmentos daban la impresión de improvisación.

La reexposición del tema principal precedido del volcán de octavas paralelas dio lugar a un desarrollo de gran virtuosismo resuelto con la solvencia a la que el compositor nos tiene acostumbrados: sobriedad, claridad de sonido, claridad de articulación y, sobre todo y, ante todo, su particular gestualidad de las manos acompañado de una emotiva expresividad. El final de esta obra, apoteósico, fue continuado y correspondido por una sonora y duradera salva de aplausos.

 Se ha de destacar que, en todas las obras pianísticas del maestro, el virtuosismo siempre está al servicio de una idea musical, nunca es virtuosismo de pirotecnia al servicio de la mera exhibición técnica del ejecutante.

Tras esta extenuante interpretación, nos sorprendió -dándole la vuelta al recital- con una serie de “miniaturas pianísticas”: si Eugenio Trías hablaba de “La imaginación sonora”, con una inefable profundidad; en esta serie de “miniaturas se debería hablar de “imaginación musical”, pues estas obras del maestro dicen lo que tienen que decir en forma de pequeña estructura, pero de enorme densidad expresiva, lo que supone una desbordante imaginación musical propia de un gran artista. De los que quedarán.

Entre ellas interpretó “La muchacha dorada” inspirada -según dijo- en el poema homónimo de García Lorca y las misteriosas y de gran belleza “Lejanías de Vélez”. Constituyen estas obras “pinceladas del sentimiento” (en palabras de su autor) y evocan a la perfección un andalucismo refinado y sin histrionismos. Fueron interpretadas con gran sensibilidad por parte de su autor y a la vez, creemos, con un fuerte subjetivismo, pues poco o nada parecen tener que ver estilísticamente con otras obras que el compositor tiene dedicadas a Andalucía.

Para cerrar el Concierto -con mayúsculas- interpretó el maestro el fragmento solista del “Concierto para piano, coro y orquesta en do menor” con una gran solvencia técnica y emocional.

Es esta una obra monumental. Tan sólo interpretando el fragmento solista se podían intuir los trazos orquestales. Compuesto este movimiento sobre dos temas contrastantes tanto en concepción melódica como espiritual; el primero de ellos es un germen que va desarrollándose hasta llegar a un clímax expresivo de gran fuerza y de muchos “kilates” y es en este clímax donde se podían percibir los “fortísimos” orquestales de una orquesta que parecía estar presente. Este desarrollo requiere un sólido virtuosismo y unas convicciones pianística de gran altura. El segundo tema -más ligero que el anterior- contrasta por su aparente alegría, no obstante, en una especie de “ritornello” al primer tema la expresión se vuelve bárbara y descarnada con unos silencios que cortaban la sala: expresión muy propia del compositor son estos silencios y una pronta llegada al clímax, como si su autor llegara pronto a una “verdad universal” y con prontitud en declararla. Supone una gran maestría de la composición llegar a varias cumbres expresivas dentro de un mismo movimiento: constituye esta forma de concebir y escribir un sello personalísimo de Bonnín de Góngora.

De los dos temas contrastantes, es el segundo el que tras una majestuosa Coda cierra el movimiento. Y lo cierra en un puro “do Mayor” sin preocupaciones estéticas o filosofías espacio temporales del devenir musical a través de los siglos. Alguien dijo en este foro -repito- que es este concierto “Música para la Humanidad”. Concluyó el maestro su particular discurso. 

 Y aquí es donde sobran las palabras: cinco bises y público en pie.

Agradecimiento sin paliativos a quien ha traído a “su casa” (en palabras del artista) a Bonnín de Góngora, Doña Dolores Navarro: gracias por traer este Ciclo a Madrid, que constituye una explosión catártica que rara vez ocurre en salas de concierto.

Emoción. Sólo emoción.

La comprensión, que es algo que ocurre en el futuro, quizá nos desvele las verdaderas dimensiones de este gran compositor aparentemente cercano.

Diana Blanco

 

Josué Bonnín de Góngora, piano

Auditorio “Casa del Reloj” del Ayuntamiento de Madrid

27 de octubre de 2024

 

Foto © María Díez

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