En un ejercicio de trans-romanticismo, el pianista valenciano Josu de Solaun se ha presentado en la Sociedad de Conciertos de Alicante abordando un programa de altísimo contenido artístico con obras de dos autores paradigmáticos en aquel estilo musical decimonónico como fueron Robert Schumann y Johannes Brahms, que además mantuvieron una gran amistad y admiración entre sí cimentada emocionalmente por la función catalizadora de la que se puede considerar la más deslumbrante pianista del siglo XIX, Clara Wieck, esposa del primero y amor platónico del segundo.
En ese particular triángulo afectivo hay que entender la belleza que desprende la esencialidad estética de este recital que encontraba en Josu de Solaun un traductor fiel a los mensajes contenidos en cada partitura desde una posición recreativa arriesgada en la forma y renovadora en el fondo. Situándose con un enorme respeto equidistante entre las aportaciones objetiva y apasionante que en su época ofrecieron respectivamente Murray Perhaia y Yuri Egórov, dos de los más grandes traductores del intrincado pensamiento polifónico de Robert Schumann, ofreció su particular designio de manifiesta trans-musicalidad. Desde su poliédrica personalidad artística que va mucho más allá del arte de los sonidos, Josu de Solaun salvó la complacencia con la que es asumida la Arabesca en Do, Op. 18 del gran compositor sajón con la que se abría el recital. La substancia de su ejecución sirvió para predisponer al oyente a los secretos de ese monumento sonatístico cuál es su Op. 11 en la tonalidad de Fa sostenido menor, obra de inmarchitable grandiosidad de concepto y uno de los imprescindibles referentes para entender los secretos del paradigmático pianismo romántico.
Con una seguridad que sólo se puede entender desde una plena autoridad de concepto, expuso la extensa introducción de esta sonata cargada de una elocuente solemnidad, cuya dificultad expresiva se hacía de fácil percepción y entendimiento ante el poderío de su técnica, basada en la relajada tensión de sus dedos, la flexibilidad de su muñeca y la paradójica inmovilidad del codo y antebrazo, entendidos como dominantes conductores del impulso de todo su organismo: una exigente preparación física puesta al servicio del piano por grandes gurús de la didáctica del teclado como fueron Heinrich Neuhaus o Alexander Goldenweiser, paradigmáticos maestros de una innumerable pléyade de grandes pianistas del siglo XX.
La complejidad temática del desarrollo de esta sonata fue expuesta con una meridiana claridad distintiva, llevando al oyente a percibir esa musicalidad interna que caracteriza a este compositor, que hace años llegué por vez primera a sentir en una memorable recital de Arcadi Volodos en el Kursaal donostiarra, experiencia que ha tenido gozosa continuidad para mí en actuaciones del incomparable Grigory Sokolov. En el aria subsiguiente, De Solaun manifestó con absoluta belleza el apasionado romance al que puede llegar, sin rozar en momento alguno la más mínima afectación en gestualidad y en sonido. Fue admirable el brillante tratamiento dado al Intermezzo del scherzo que ocupa el tercer movimiento, haciendo de él un contrastado discurso temático que dulcificaba las tensiones que sufría el compositor cuando tenía que afrontar exigencias técnicas que sólo terminaban siendo despejadas por el magistral virtuosismo de su esposa Clara. Por último, supo adentrarse en sus alternantes estados de ánimo, reflexivo y tempestuoso, haciendo un verdadero análisis sonante de los dos egos subliminales que acompañaron siempre al yo consciente de Schumann: Florestán (impulsivo y perturbador) y Eusebio (sereno y contemplativo), de cuyo contraste derivó a esa especie de coda final reafirmando la tonalidad de la obra con determinante enjundia expresiva.
Con la aparición de los Ops. 117 y 118 de Johannes Brahms en la segunda parte del recital, Josu de Solaun entró en un nivel de concentración que sólo se puede valorar dentro de una muy singular significación. El pianista se identificó con cada una de las nueve piezas que contienen ambas colecciones en un grado de excelencia que solamente se da en los músicos privilegiados como lo fue en los años cincuenta y sesenta de la pasada centuria el norteamericano Julius Katchen, pionero en trascender al máximo el piano de Brahms, superando incluso a los dictados y cánones de las mejores escuelas europeas hasta aquella época
Desarrollando una técnica perteneciente a ese máximo nivel que sólo se ejercita y aprende en las grandes escuelas rusas, y que a Josu de Solaun le ha venido directamente inducido por su maestra Nina Svetlanova en la Manhattan School of Music de New York, esposa del célebre director de orquesta Yevgeni Svetlánov y destacada alumna en Moscú del mítico didacta Heinrich Neuhaus antes mencionado, alcanzó esa plástica resultante de la activación de los músculos del brazo en la realización de esa especie de legato interconexo que requiere Brahms en estas obras, manifestando cómo la presión de los dedos en el teclado viene impulsada y determinada ya por toda la extremidad, confirmándose el dominio de tal mecánica puesta al servicio de la infinita belleza sonora que con ella puede extraerse de un piano.
A partir de tal premisa es como se pudo disfrutar de la calidad poética del Intermezzo que abre el opus 117 hasta llegar a esa alternante perfección canónica con la que terminó dicha pieza. El segundo fue todo un ejemplo de ajuste de modulación hasta dulcificar al enigmático piú adagio con el que concluye. El Andante con moto que da carácter al tercero fue un ejemplo de nostalgia sonante provista de esa calidad melódica, claridad armónica y profunda capacidad narrativa que procura y ofrece el compositor en esta inspirada composición.
El sentido liederístico fue la seña de identidad que animó la interpretación de las seis piezas que integran el opus 118 de este más que eminente compositor hanseático. Josu de Solaun entraba en una especie de trance en la sublime consecución de los compases de la primera, haciendo gala de un legato arpegiato con un pulso apasionado de alta tensión. Dentro del elevado nivel virtuosístico, fue verdaderamente emocionante el grado de delicadeza expresado en el carácter Andante teneramente del segundo intermedio, llegando con la tonalidad menor de su pasaje central a construir ese alternante dúo de manifiestas connotaciones vocales que llevaba a situarlo en una dimensión de puro lirismo. Con la Balada el pianista alcanzó total plenitud en el ejerció dinámico, desarrollando una técnica de pedal asombrosa que le permitía dominar los reguladores propuestos por Brahms adaptándolos perfectamente en la inestable entonación que manifestaba el instrumento con especial sabiduría de efecto para su escucha, respetando siempre la concentrada organización de su estructura armónica.
Con tratamiento cuasi-barroco afrontó la exposición de la cuarta pieza de la colección; un agitado allegretto que requiere concisa y a la vez sutil pulsación clavecinística en sus partes extremas, que exige un control hemisférico de su discurso como el desarrollado por el pianista valenciano en un alarde de entendimiento musical. La romanza significó en las manos de De Solaun otro hito descomunal de concentrado pianismo que tuvo su máxima expresión en la espontánea regularidad orgánica con que expuso los trinos y arabescos de su parte central. Una controlada y creciente orquestación parecía surgir del piano en el último intermedio, que supone la pieza clave de este genial klavierstück, sirviéndole al intérprete para desahogo de la intensidad emocional mantenida a lo largo de las cinco piezas anteriores. Con un tono trágicamente grandioso de épica factura, expuso su episodio central en el que se pudo percibir nuevamente la nobleza de su excelso arte de privilegiado intérprete.
Para terminar tan grandioso recital, Josu de Solaun quiso definitivamente diluir tensiones con una etérea, inquieta y juguetona interpretación del octavo preludio del segundo libro, Ondine, que Claude Debussy compuso, se dice, como réplica a la pieza que con el mismo título publicó Maurice Ravel en 1908 abriendo su monumental y programático tríptico Gaspard de la nuit.
La Sociedad de Conciertos de Alicante, con esta actuación trans-romántica de Josu de Solaun, ha mantenido el alto prestigio de su programación y el máximo interés para sus asociados, que han podido disfrutar de una de las citas más relevantes de la presente temporada por el alto nivel artístico de esta actuación, protagonizada por uno de los pianistas con mayor talento nacidos en España a lo largo de la historia.
José Antonio Cantón
Sociedad de Conciertos de Alicante
Recital de piano de Josu De Solaun
Obras de Johannes Brahms y Robert Schumann
Teatro Principal de Alicante / 25 de marzo de 2024
Foto: El pianista Josu De Solaun.