Concierto con la violinista de ascendencia rusa Maria Ioudenitch en el que fue solista del Concierto para violín nº 1, en La m. Op. 77, de D.Shostakovich, con la Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Stanislav Kochanovsky, programa en el que tuvimos dos obras de Béla Bartók: Dos cuadros para orquesta Op. 10 y la Suite de El mandarín maravilloso.
La violinista tuvo como maestros a Grygory Sanodminski, Ben Sayevich, Pamela Frantis y Schmuel Ashkenazi. Consiguió galardones de relevancia como: los Ysaÿe Int. Music Competition o similares, el Timon Varga, el Joseph Joachim o el Henle Urtext Prize. Entre sus preferencias destacan sus indagaciones en las músicas antiguas, obras postergadas o transcripciones vocales, junto Fanny Mendelssohn, Clara Schumann, Nadia Boulanger y contemporáneos como William Grant Shill o Dolores White.
Stanislav Kochanovsky, formado en el Conservatorio de San Petersburgo, tuvo sus experiencias de juventud en el Teatro Mikhailosky, antes de comenzar una carrera de prestigio: la Orchestre de Paris; la Rotterdam P.O.; la Gewandhouse Leipzig o la Netherlands Radio P.O. Afortunada había sido su presentación en el Festival de Verbier (2017) y la ópera se encuentra entre sus apetencias de referencia, desde Tchaikovski a Verdi o Mozart, asentada desde sus colaboraciones con el Teatro Mariinski. Dirigió obras como el Requiem, de Ligeti; Prefactory Action, de A. Scriabin y el Psalmus Hungaricus, de Kodaly, además de compositores actuales como Dean; Fedele; Bromström; Vismar; Golijov, Thorsvaldsdottir o Rääts. Una sesión de empatía entre ambos con un Shostakovich de los que dejan memoria.
Ese Concierto nº 1 para violín y orquesta Op. 77, tuvo una numeración previa distinta, apareciendo como Op. 99 y fue compuesto a finales de los cuarenta, calificándose con cierta libertad como sinfonía con violín, y mucho de ello se nos transmitió en la interpretación, quedando marcado por el planteamiento de sus cuatro tiempos, efectivamente extensos con el aliciente definitorio y descriptivo de los títulos de cada uno de ellos. Fue el insigne David Oistrakh el responsable de su estreno, en el otoño de 1955, en lo que entonces era Leningrado. Un período en el que además, destacaba la serie de algunos de sus fundamentales cuartetos, mientras padecía las acusaciones de formalista por oponerse a los dictados del realismo socialista. Vivas polémicas entre las que se encontraban las provocadas por Katchaturian, y que se constatarán en Sovestkaia musyka. Cruce de enfrentamientos en los que se verán inmersos otros compositores, con Ivan Dsershinski con su obra El Don apacible. Remiso al peso de las concesiones, este concierto será una encarecida dedicatoria a quien lo estrenó y que remarcable por sus particulares connotaciones, podrá dejar una impresión de estilo cercano a la suite. Cada tiempo, un mundo en sí mismo. El Nocturno. Moderato, carente de excesivos contrastes, nos permitió un grado de ensoñación por sus modismos cantábile, permitiendo a la solista explayarse a gusto, por la escritura de las dobles cuerdas.
El Scherzo. Allegro ma non troppo, en su propuesta, guardaba algo de provocativo-regusto del autor, como no podría ser menos-, y que por su aire disperso, nos acercó a tiempos de algunas de sus sinfonías-El Allegretto, de la Séptima, en Do M Op. 60-.
La Passacaglia. Andante-cadenza engarza con su ideario insistente que nos traslada a tentaciones permanentes, recurrentes en su obra como en el movimiento anterior. Un Shostakovich ansioso, el mismo de las grandes obras sinfónicas, que se resume en una portentosa cadenza, momento sublime y sobrecogedor de la solista, pasando así a la Burlesque.Allegro con brio, un jolgorio colectivo que nos llevó a un festejo popular.
Béla Bartók, con los Dos cuadros para orquesta Op. 10, obra de 1919 y que para mayor apariencia se plantea en dos títulos en francés: En pleine fleur y Danse villegeoise, sencillas escenas de la naturaleza, con una primera descrita gracias a una orquestación fluida y de pinceladas impresionistas-Debussy-, puras influencias claramente aceptadas; la segunda remarca un lirismo de pretensiones populares y que nos ofrece un breve intermedio-Allegro-, siempre con el tratamiento de las escalas de tonos enteros.
El fortissimo final, fue su punto culminante en esta obra estrenada en Budapest, en 1913, por la O.de la Sociedad Filarmónica, dirigida por István Kerner. También, entre los detalles impresionistas, se incluyen aires húngaros y rumanos, y para completar, efectos de pedal en la orquesta: glisandi de arpa; melopeya de instrumentos de madera o escalas séxtuples que se complementan entre sí. Un reconocimiento agradecido para Stanislav Kochanosky, quien buscaría los complejos expresivos en la obra siguiente.
La suite de El mandarín maravilloso op.19, procede del ballet del mismo título y que sufrió permanentes revisiones, en su orquestación, antes de su presentación en la Köln Opera, dirigido por E. Szenkar. Más que un ballet, un mimodrama del que la suite nacerá como una pretensión de su promoción tras las arriesgadas pruebas por coliseos de prestigio. Budapest le dará mejor trato en 1928, gracias a la dirección de Ernö Dohnanyi. Siempre con agobiantes escándalos ajenos al interés de la obra, padecidos desde la fecha del estreno, como la presentación en Praga. La suite orquestal sin coro, será un valor a tener en cuenta, con las omisiones aportadas por el compositor y un aliciente de interés por la versión para piano a cuatro manos. Los estrenos de las versiones de las suites, se repartieron entre Fritz Busch y la de Ernst von Dohnanyi. Una pantomima danzada que en excelente acomodo, garantiza resultados apreciables en lo relativo a la plantilla orquestal en esta forma de suite sinfónica. Suite de la que quedan al margen números como las tentativas de matar al mandarín, para claudicar en un apabullante fortissimo.
Ramón García Balado
Maria Ioudenicht. Orquesta Sinfónica de Galicia / Stanislav Kochanosvky
Obras de D.Shostakovich y Béla Bartók
Palacio de la Ópera, A Coruña
Foto: Cartel del concierto.