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Crítica / Manrico entre trincheras - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 02/11/2022

Se coja por donde se coja, la ópera que Verdi compuso inspirándose en la tragedia El trovador de Antonio García Gutiérrez es un delirio, tan extremadamente inverosímil y absurdo es su argumento. La única puesta en escena que admite hoy es una que moleste poco y que deje que la música y el canto fluyan. O eso, o lanzarse al vacío haciendo iconoclasta chacota de tanto cliché romántico.

Àlex Ollé no hace ni una cosa ni otra en la producción de Il trovatore que pudo verse el pasado 27 de octubre en el Gran Teatre del Liceu.

El director catalán reconoce lo imposible de este argumento, pero ello no le impide retorcerlo para imprimirle su sello personal. Así, traslada la acción de una Edad Media de cartón piedra a una Primera Guerra Mundial de trincheras tan minúsculas como una tumba. La idea parece ser la de mostrar, a través de una contienda tan devastadora como fue esa, todo el conflicto pasional que anima a los personajes, dos de ellos hermanos, pero el resultado es decepcionante. Sobre todo porque lo único que aporta ese cambio de época es que el disparate del libreto se haga más evidente aún, por no hablar de la flagrante incongruencia entre lo que se escucha y lo que se ve.

Valga como ejemplo el famoso coro de gitanos que abre el acto segundo: habla de trabajo, yunques, vino y gitanas, pero es cantado aquí por un grupo de refugiados en un cementerio (cliché, por otro lado, muy romántico)… No faltan tampoco detalles grotescos, como las máscaras de gas iluminadas a modo de espectros cuando Azucena relata el fin de su madre en la hoguera. O que, en Di quella pira l'orrendo foco, a Manrico le pongan una coraza… ¿No estábamos en 1914?

Por si la truculencia del libreto no fuera suficiente, Ollé incluye un fusilamiento para que Leonora se pasee en el acto cuarto entre muertos, igual que hace que Azucena muera de un disparo de la misma pistola que ha matado a Manrico, de modo que en escena solo quede vivo el Conde de Luna. Ya puestos, un suicidio aquí no habría quedado mal.

La escenografía de Alfons Flores tampoco ayuda. Toda ella está constituida por unos grandes bloques que suben y bajan, a veces de manera caprichosa, y lo mismo sirven para delimitar un espacio arquitectónico como para crear tumbas o quedar suspendidos en el aire. Por culpa de ellos, el escenario está en todo momento lleno de cables que dificultan el movimiento de los cantantes. Lo vacío del espacio, por otro lado, perjudica a las voces cuando se alejan hacia el interior.

En definitiva, mucha hojarasca que distrae de la música. Y es una lástima, porque el elenco era de altura. El barítono Juan Jesús Rodríguez fue un Conde impecable por la calidad de su instrumento y la pureza verdiana de su forma de frasear: su “Il balen del suo sorriso” fue un dechado de musicalidad y expresión.

Excelente fue también la Azucena de la mezzosoprano Ksenia Dudnikova, un cañón de voz, pero siempre bien modulado y capaz de mostrar toda la complejidad del personaje, desde su deseo de venganza hasta su fragilidad final.

La soprano Saioa Hernández cantó el papel de Leonora a pesar de hallarse afectada por un resfriado que le impedía dar lo mejor de sí y que su voz brillara más. Aun así, dio muestras sobradas de su talento y su familiaridad con este repertorio.

El tenor Vittorio Grigolo, muy histriónico en el plano escénico y en el vocal, fue quizá el más discreto de ese cuarteto, aunque su entrega, como en Di quella pira, levantó al público.

Gianluca Buratto como Ferrando, Maria Zapata como Inés y Antoni Lliteres como Ruiz cumplieron satisfactoriamente.

En el foso, Riccardo Frizza dirigió con sentido teatral, conocimiento de estilo y respeto hacia las voces, a las que mimó y dio el protagonismo que corresponde. Bajo su batuta, la orquesta respondió a alto nivel, lo mismo que el coro, uno de los grandes protagonistas de esta ópera.

El público ovacionó a los intérpretes, no así a los responsables de la parte escénica, que se llevaron un tremendo abucheo.

Juan Carlos Moreno

 

Juan Jesús Rodríguez, Saioa Hernández, Ksenia Dudnikova, Vittorio Grigolo, Gianluca Buratto, Maria Zapata, Antoni Lliteres.

Cor i Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu / Riccardo Frizza.

Escena: Àlex Ollé.

Il trovatore, de Giuseppe Verdi.

Gran Teatre del Liceu, Barcelona.

 

Foto © A. Bofill

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