Una edición más, y van doce, el Festival Internacional ‘Málaga Clásica’ de Música de Cámara ha situado este género en el valor artístico que se merece con la celebración de seis jornadas en las que se ha podido disfrutar de un repertorio muy escogido por la dirección artística de este evento, que con creciente acierto comparten los violinistas Jesús Reina y Anna Margrethe Nilsen, que en esta ocasión le han dado el título “Resonancias del Espíritu”, con el que han querido reflejar cómo la música puede transformar el ámbito espiritual del ser humano resonando en el interior de cada uno desde la experiencia personal del melómano o el intérprete que se deja llevar y asume el misterioso mensaje que transportan los sonidos. Con esta intención emocional han reunido obras de renombrados compositores que han dejado una huella en la historia, como sustanciales creadores de este arte fundamental dentro de las vías de conocimiento desarrolladas y cultivadas desde la antigüedad. Como novedad, han dedicado algunos contenidos a las voces de nuestro tiempo, propiciando dos estrenos absolutos de obras encargadas por el Festival a músicos de contrastada experiencia como Josu De Solaun y Ernesto Aurignac, que han supuesto un enriquecimiento añadido a la importante misión de difundir un género musical que requiere la máxima atención dada su singular importancia estética.
En el concierto inaugural, titulado “Plegaria”, tuvo lugar la presentación del cuarteto de cuerda de Josu De Solaun que lleva por nombre Tombeau: a Bernardo de Clairveaux, inspirado en el poema de Juan Gil-Albert dedicado al monje cisterciense del siglo XII, Bernardo de Claraval. De él extrae el compositor las inquietudes expresadas por el poeta alicantino resumidas en cuatro movimientos que llevan por subtítulo, Luchas, Bosques encantados, Pacto y Dudas, en los que el músico trasciende la tensión que se suscita en el hombre entre su vida espiritual y las distintas vicisitudes que conllevan su existencia terrenal. El carácter dicotómico del tiempo Lento inicial quedó contrastado con un solo delicado de violonchelo a cargo de Øyvind Gimse donde quedó demostrada la excelencia tímbrica de su instrumento. En el segundo tiempo, Andante, se volvía a disfrutar del tranquilo vibrato del chelista noruego para dar lugar seguidamente al misticismo del tercero escrito a modo de scherzo de extraño carácter contemplativo, provocando un creciente interés auditivo en el oyente. Finalmente, en el último movimiento, Lento, se produce un cierto estatismo temporal y sonoro que indica el mantenimiento de la duda ante la solución de la dicotomía que plantea el poeta. Como primer violín, Jesús Reina, impulsó la entrega de los músicos del grupo, completados por el temperamental violinista francés Nicolas Dautricourt y la violista malagueña Laura Romero Alba, asidua de ediciones anteriores del Festival, que mostró su cada vez más delicado tono.
De la segunda jornada, denominada “¿Debe ser?”, hay que destacar la excelente conjunción que demostraron Jesús Reina y Josu De Solaun en la Tercera Sonata para violín y piano en Re menor, Op. 108 de Johannes Brahms, una de las cumbres de la música de cámara de este compositor por su curiosa fluidez de desarrollo, después de una interpretación absolutamente comprometida del Segundo Cuarteto en La menor, Op. 13 de Felix Mendelssohn en el que Reina lideró a Anna Margrethe Nilsen de segundo violín, a la violista Tomoko Akasaka y al chelista asturiano Gabriel Ureña, desde años perfectamente integrado en filosofía de este Festival, donde las relaciones entre los músicos parten de la máxima consideración artística, respeto y amistad que se refleja en las buenas interpretaciones cuando se reúnen en cada edición para disfrutar y hacer disfrutar al público con la mejor música.
Dos obras señeras del repertorio camerístico romántico ocuparon la programación de la tercera cita del Festival titulada “Travesía Espiritual”; el Trío con piano en Sol menor, Op. 15 de Bedřich Smetana y el monumental Quinteto de cuerdas en Do mayor D 956 de Franz Schubert, obra de imponente efecto orquestal en la que su registro grave está doblado por dos violonchelos cuya sonoridad lo enriquece expresivamente de manera singular. La obra del músico de Boehemia fue tratada, según dijo Liszt al escucharla por vez primera como “una confesión del alma”. La violinista francesa Clemence de Forceville, el chelista Gabriel Ureña y Josu De Solaun al piano supieron conjugar el fraseo del carácter patético que desprenden sus dos primeros movimientos a modo de una muy sentida elegía musical por la muerte a los cuatro años y medio de la pequeña Bedriska, hija de Smetana. Con creciente transparencia tímbrica de conjunto, favorecida por la evolución de modo menor a mayor, interpretaron el Presto final con un contrastado optimismo que llevaba a la audiencia a sentirse más complacida con el discurso, aspecto que desencadenó uno de los aplausos más intensos del Festival.
Éste alcanzaba uno de sus momentos culminantes con el quinteto de Schubert que fue realizado por la ya mencionada Clemence de Forceville más la incorporación de Nicolas Dautricourt, como violinista líder de la formación, la violista Tomoko Akasaka y los violonchelistas Christophe Morin y Øyvind Gimse. Si la interpretación de la obra alcanzó máximo merecimiento de juicio en su conjunto, la de la sección central del segundo movimiento, Adagio, fue realmente sublime, llegando a ese grado de inestabilidad angustiante y fantasmal en el que Nicolas Dautricourt manifestó todo el temperamento de su ser musical que se manifestó determinante en el inmenso pathos schubertiano ahí concentrado. Las voces de ambos violonchelos así como la buena coordinación de los violinistas permitieron que se apreciara la expansión sinfónica de la obra que por sus extremos pretende el compositor con una vitalidad verdaderamente admirable, que era modulada por la catalizadora serenidad expresiva de la viola manejada con especial sentido musical y maestría técnica. La sensación que dejó en el oyente esta magistral pieza de Schubert fue de autenticidad en el mensaje estético y absoluta belleza en el tratamiento de su fondo y forma.
En equiparable línea hay que valorar las actuaciones realizadas en el programa de clausura que, como es habitual en este evento, se celebró en el Teatro Cervantes de la capital malagueña y que llevaba por título “Alpha & Omega”. Tres obras le dieron contenido empezando por el segundo estreno absoluto; Septeto para cuerdas y piano, “Alfa y Omega” del compositor y admirado saxofonista malagueño Ernesto Aurignat, pieza también encargo del Festival. Se trata de una composición inspirada en la dualidad que converge en el hombre, espíritu y materia, que determina las grandezas y las miserias de su naturaleza. Consta de seis movimientos con denominaciones que marcan el carácter esotérico y misterioso de su discurso, generando en los intérpretes una inquietud añadida a su sentido estrictamente musical. En el primer movimiento, Ojo de Horus, expresa esa sensación de estabilidad inamovible que mantiene al universo en perfecto equilibrio de movimiento. El autor lo ha logrado desde la polifonía del piano reforzada por los registros graves de los dos violonchelos activados por Øyvind Gimse y Gabriel Ureña, en marcado contraste con los dos violinistas, Jesús Reina y Clemence de Forceville. El segundo tiempo, titulado Apocalipsis, es un canto a la fe en un ser superior que tiene el poder absoluto de la redención desde su infinita misericordia. El maestro Aurignat sitúa en él el centro del septeto, irradiando la tensión fundamental que ya se orienta en la denominación del resto de los cuatro movimientos siguientes, después de la declaración de principios que supone la alusión al halcón divino venerado en el antiguo Egipto al principio de la obra.
En el tercero, Caduceo de Mercurio, el compositor ha tenido el deseo de marcar los principios opuestos que rigen toda realidad como elementos integradores de la sustancia del ser. Seguidamente introduce un factor cohesivo con Tetragrammaton, aludiendo a la Trinidad, como profundo e inescrutable misterio que sólo puede entenderse desde la revelación que aparece con plenitud en el quinto movimiento, Crismon, que presenta a Jesús como triunfador sobre la muerte, para terminar con una especie de tiempo recopilatorio que conecta con el inicio de la obra, cerrando de manera elocuente el círculo mágico de su inspiración cíclica. Esta composición se convierte así en todo un ejercicio sonante que estimula el sentimiento del sentir profundo que todo hombre, sea cual fuere su conocimiento de sí, lleva dentro. La función de los siete intérpretes que ocupaban el escenario se percibía contundente y determinante, completándose su número a los ya mencionados con las violistas Tomoko Akasaka y Laura Romero, así como Josu De Solaun al piano, en su manifiesta función integradora de esta particular demostración musical del yīnyáng taoísta que rige el contenido en esta obra, enormemente instintiva en el pulso constante de su desarrollo, llamada así a crecer en el futuro en proyección y aceptación estética.
Con una preciosa versión del Cuarteto en La menor, Op. 67 de Joaquín Turina terminó la primera parte del concierto que clausuraba el Festival, destacando la esplendorosa sonoridad del instrumento del Christophe Morin, un violonchelo construido en 1725 por el famoso lutier de la escuela veneciana Matteo Goffriller que marcaba un resalte tímbrico de especial belleza.
El concierto entró en su momento álgido con el Octeto en Do mayor, Op. 7 de George Enescu, obra de cámara cumbre del romanticismo tardío y uno de los palmarios ejemplos de la grandeza de su autor como músico singular que, después de pasadas casi siete décadas de su muerte no termina de alcanzar el olimpo que habría de reconocérsele indefectiblemente.
Los ocho instrumentistas entraron en un verdadero trance para afrontar la madura originalidad de esta composición terminada a la temprana edad de diecinueve años. Sus ricas melodías, el contrapunto asombrosamente artístico que contiene, que incluye un sorprendente pasaje fugado, así como la diversidad de estados de ánimo que propone a través de sus diversos cambios de carácter significan todo un tour de force para los intérpretes, cuyo grado de tensa concentración se percibía a flor de piel para alanzar el esencial romanticismo evolucionado de sus compases; toda una paleta armónica derivada de Wagner, Mahler y Strauss, fusionada con la sugestiva impronta modal de la música popular del este de Europa impregnada de un sutil sabor zíngaro. Caleidoscópico poema sinfónico de infinitos secretos dignos del mejor análisis.
La interpretación estuvo a la altura de la obra, produciéndose en todo momento la sensación de haber tenido previamente un intenso trabajo de ensayo y preparación como se pudo apreciar en la vitalidad resultante de su tiempo final, Movimiento de vals con buen ritmo, con el quedaba demostrado el milagro que se produce en cada edición del Festival cuando se reúnen los selectos músicos escogidos por su dirección artística con la única preocupación de logar las excelencias de un repertorio para disfrute propio y del público ante un ejercicio artístico lleno de verdad, bondad y belleza.
“Málaga Clásica” ha vuelto a reafirmarse como un evento fundamental en la rica vida musical de la capital de la Costa del Sol gracias a la inquebrantable voluntad de la dirección compartida de los violinistas Anna Margrethe Nilsen y Jesús Reina que, en sus esencias, saben de la importancia del género de cámara como pilar indiscutible de la música clásica que hay que fomentar, mantener y difundir desde iniciativas como la implantada en este año en el que se ha invitado a pequeños estudiantes a participar en un apartado titulado “Talentos” como el que tienen los pequeños del ‘Dúo Alma’, integrado por Alonso Díaz al piano y Antonio Ortiz al violín, que hicieron una preciosa interpretación en la segunda jornada del Allegro inicial de la Sonata en Mi menor K 304 de Mozart que produjo una entusiasta reacción del público.
Es un modo más que acertado de cuidar la importancia de este Festival de cara al futuro, atendiendo a las generaciones venideras que vienen apuntando condiciones para hacer el relevo cuando les corresponda en el devenir de su cerrera. Enhorabuena desde estas líneas a todos los que han participado en este decimosegundo aniversario de ‘Málaga Clásica” por su buen hacer con su entrega, convicción, compromiso y entusiasmo con la música de cámara.
José Antonio Cantón
“MÁLAGA CLÁSICA” - XII Festival Internacional de Música de Cámara
Jesús Reina, Anna Nilsen y Clemence de Forceville (violín), Nicolas Dautricourt y Laura Romero (violín y viola), Tomoko Akasaka (viola), Christophe Morin, Øyvind Gimse y Gabriel Ureña (violonchelo), Natalia Cuchaéva y Josu de Solaun (piano) y Antonio del Pino (órgano positivo).
Obras de Tomaso Albinoni, Ernesto Aurignat, Johann Sebastian Bach, Johannes Brahms, George Enescu, William Gómez, Felix Mendelssohn, Johan Pachelbel, Franz Schubert, Bedřich Smetana, Josu De Solaun y Joaquín Turina.
Teatro Echegaray y Teatro Cervantes de Málaga. 27, 28 y 29 de mayo y 1 de junio de 2024.
Foto de Daniel Pérez