El 31 de mayo pudimos volver a disfrutar de una de nuestras joyas arquitectónicas más preciadas, ubicada dentro de nuestro Palacio Real de Madrid, su capilla, que en tan pocas ocasiones podemos disfrutar, gracias a los ciclos musicales que organiza Patrimonio Nacional, con un repertorio igualmente valioso, interpretado por uno de nuestros grupos más emblemáticos que tanto ha hecho para conservar, mantener e interpretar nuestro patrimonio musical, Al Ayre Español, comandado por su fundador y director, Eduardo López Banzo.
Y es que la realidad que alberga el interior del Palacio Real se transforma de inmediato del jolgorio tumultuoso que ocupan sus aledaños plagados de estridentes turistas despreocupados en un remanso de paz repleto de historia y de impactante arte, en el que nos aguarda paciente y siempre sobrecogedora su escalera principal, para elevarnos sin prisas hacia el destino de nuestra cita con la música de José de Torres.
La Real Capilla aguardaba paciente nuestra visita engalanando más si cabe su lujoso interior de Sachetti, Sabatini y Giaqinto con unas confortables y elegantes butacas individuales completamente ocupadas por un público deseoso de descubrir las perlas que de inmediato disfrutamos.
Al Ayre Español y Eduardo López Banzo hicieron su aparición puntualmente para abordar de inmediato las dos primeras piezas del concierto, los Pasacalles I y II anónimos, piezas instrumentales de alrededor de 1700. El primer Pasacalle se reveló como una partitura con una bella melodía que fue interpretada de un modo dulce y amoroso por los instrumentistas a través de un precioso sonido del violín de Alexis Aguado. El segundo Pasacalle fue el contraste perfecto al primero, a modo de obertura a la velada, puesto que su carácter impetuoso y enérgico impuesto desde su comienzo desde el clave por Eduardo López Banzo resaltó el virtuosismo de su primer violín, absoluto protagonista de estas obras, apoyado en un vital y rotundo bajo continuo, que desgranaba sus ritmos y armonías de una melodía con genuino carácter español.
Maite Beaumont hizo su entrada a la sala evidenciando su rol de solista absoluta de la velada con un vistoso y colorido vestuario. La primera de las tres Cantadas de Torres, Divino hijo de Adán, compuesta para la celebración de la fiesta de la Navidad de 1712, dio comienzo con una preciosa introducción a cargo del oboe solista, Jacobo Díaz Giráldez, quien con un bello y aterciopelado timbre y con un fraseo y fiato impecables nos sumergió en la formidable música de Torres, bajo las órdenes de un siempre expresivo López Banzo.
Maite Beaumont fue la solista perfecta que culminaba todas estas virtudes musicales, a través de su inconfundible y bellísimo timbre, buscando una expresividad que de inmediato conecta con el público. El primer recitado evidenció la transparencia absoluta en la pronunciación del texto, apoyado en la trabajada forma de los recitativos marcados de una manera concisa por López Banzo y con un bajo continuo preciso, atento a la solista y a cada palabra y fundamental en los cambios de los afectos gracias a los trabajados recursos en la articulación, dinámicas o en el número de instrumentos que en cada ocasión interviniera, uno, dos, tres o el continuo al completo.
La tercera de las arias comenzó con un original ritornello de cromatismos descendentes que dialogaban constantemente con la solista vocal. La cantada finalizó con su consiguiente Grave conclusivo, de una virtuosa escritura en donde Beaumont derrochó expresividad y mostró un generoso volumen sonoro y fuerza comunicativa, encontrándose siempre cómoda y mostrando un registro fácil en el agudo, a través de un ritmo ternario establecido de un modo seguro y natural por Eduardo López Banzo. La sección B del aria, ¡Oh!, soberano amor, fue un efectivo cambio de afecto, que apoyado por la rica textura que añadió el oboe al fragmento y por la sentida dulzura expresada por el director, nos ofreció una formidable conclusión de la cantada.
A continuación, pudimos disfrutar de la primera de las dos sonatas de Georg Friedrich Händel elegidas para la ocasión, la Sonata nº 4 op. 5, en sol mayor. Constituye toda una suite en miniatura, tanto en extensión -seis movimientos- como por sus números, que incluyen hasta tres danzas. El Allegro inicial fue un precioso diálogo musical entre los dos violines y el bajo continuo con muchos contrastes y una original búsqueda incesante de la musicalidad interna de cada pasaje por parte de López Banzo, a lo que cada músico respondía de inmediato, dada su gran capacidad técnica y expresiva.
En el siguiente movimiento, A tempo ordinario, el conjunto siguió buscando esa versión propia de unas sonatas haendelianas que nos hemos acostumbrado e escuchar planas, es decir con una interpretación mucho más plana y lineal, consiguiendo una interpretación mucho más mediterránea, con vida propia y personalidad, pero sin olvidarse del carácter francés tan solemne que Haendel confiere a este movimiento por el uso de los motivos con puntillos.
En el Allegro ma non presto fue patente el gran trabajo de articulación de todo el conjunto, utilizando un vehemente saltato en cada motivo del fugato. Aquí destacó Aldo Mata en su rotundidad de los temas del bajo continuo, con un gran apoyo de los graves de Xisco Aguiló. Las tres danzas que concluyen la sonata fueron toda una dicha de colorido, forma y afectos cambiantes. Así, el Pasacaille redundó en la belleza sonora de su melodía a través de un sonido preciosista de la cuerda frotada tocando las cuerdas sul tasto, consiguiendo un bellísimo afecto amoroso. La Gigue mostró su vivo carácter de danza descarada, mientras que el Menuet se convirtió en una elegante danza ternaria con a través de un acertado y marcado ritmo en la primera parte del compás, mientras que el clave y el archilaúd se divertían con diferentes realizaciones ingeniosas.
La segunda de las cantadas de Torres, ¡Oh!, ¡quién pudiera alcanzar!, para el día de la festividad del Corpus Christi, comenzó por un expresivo Grave, utilizando sabiamente las segundas menores y las disonancias en la palabra “llorar” que contrastaba con las agilidades que le conferían el gracejo pertinente al vocablo “reir”. La siguiente aria volvió a demostrar la fabulosa calidad musical de la música de Torres, mientras que en Despacio el oboe mantuvo un original diálogo con la solista vocal volviendo a deleitarnos con su belleza sonora. El Aria final desatacó por su hemosura melódica, contando con una textura muy rica, empleando el oboe y los violines en un constante departir con la voz.
Volvió el grupo instrumental a interpretar a Haendel en la Sonata nº 5 op. 5, en sol menor, con un pomposo Largo inicial a modo de obertura francesa creando una original y teatral música más digna de una ópera que de una sonata tradicional. En Come alla breve el escolástico fugato no fue obstáculo para que López Banzo buscara y plasmara muy satisfactoriamente la expresión en cada motivo o en el desarrollo de la fuga con interesantes crescendi que tensionaba y relajaban la música en las cadencias. Terminó la sonata con más danzas, el Air en donde volvió a lucirse Kepa Arteche en el violín a través de una bella melodía armonizada para la formación en una dicha de ritmo ternario que le confería ese peculiar aire danzable La Bourrée que finaliza la sonata fue un baile jubiloso a modo de una representación teatral que culmina con el correspondiente ballet final.
La cantata Afectos amantes que dio título al programa, finalizó el concierto. En esta pieza, conservada en el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial y dedicada al Santísimo, destaca su preciosa aria La solfa mía, en donde a través de una brillante escritura de aguda tesitura, que no fue en ningún momento una dificultad para Maite Beaumont, ya que la mezzo navarra posee un amplio registro de un envidiable agudo, las exigentes coloraturas ideadas por José de Torres fueron asimismo solventadas con extrema facilidad por Beaumont demostrando su gran técnica vocal. El aria Cisne fue para expirar es quizás la más elaborada de la cantata, con una forma reiterativa de Da Capo, y que posee además una gran belleza melódica resaltada por el esplendor vocal que la mezzo posee, además de volver a deleitarnos con su gran expresividad.
Eduardo López Banzo, tras los calurosos aplausos del público, expresó su admiración por la persona y música de José de Torres, músico que ha sido una de las principales figuras musicales rescatadas por él, entre muchos otros, a lo largo de los treinta y cinco años de andadura de su queridísimo Al Ayre Español, y reiteró su más sincero cariño y devoción hacia estas músicas tan valiosas y de tantísima calidad tan mal tratadas por nuestros programadores y tan poco interpretadas.
Debemos reconocer y admirar la gran labor que a lo largo de estos años Eduardo López Banzo ha venido desarrollando, y debemos exigir que nuestros ciclos de conciertos y festivales cuenten con músicos y músicas que tanto cuesta escuchar. Ojalá ciclos, como este de Patrimonio Nacional, sirvan de ejemplo y continúen muchos años con esta línea de programación que saca a la luz nuestro formidable patrimonio musical.
Simón Andueza
Maite Beaumont, mezzosoprano.
Al Ayre Español, Eduardo López Banzo, clave y dirección.
Jacobo Díaz Giráldez, oboe, Alexis Aguado, violín, Kepa Arteche, violín, Aldo Mata, violonchelo, Xisco Aguiló, contrabajo, Juan Carlos de Mulder, archilaúd.
Afectos Amantes.
Obras de José de Torres y Georg Friedrich Händel.
Ciclo ‘Músicos de la Real Capilla’ de la temporada musical de Patrimonio Nacional.
Capilla del Palacio Real de Madrid, 31 de mayo de 2023, 19:30 h.
Foto: Maite Beaumont y Al Ayre Español en Les Arts / © Miguel Lorenzo