Los afortunados asistentes al primero de los cuatro conciertos de la Segunda Sinfonía de Mahler, que suponen la celebración central del cincuentenario del Coro Nacional de España, tardaremos en olvidar una memorable velada repleta de excelente música, apasionadas interpretaciones y momentos realmente emotivos.
El primer indicio de que asistíamos a un evento verdaderamente singular se encontraba en la entrada de artistas, en donde los trabajadores del Auditorio Nacional no daban abasto al reparto de las decenas de invitaciones que la OCNE entregaba a unos inquietos exmiembros del Coro Nacional de España.
Este evento tan especial radica primeramente en su concepto. Esta sinfonía mahleriana fue la primera obra que interpretó el Coro Nacional en su primer concierto público, el 22 de octubre de 1971, bajo el nombre de Coro de la Escuela Superior de Canto, a las órdenes de Rafael Frühbeck de Burgos en el Teatro Real de Madrid.
Debemos alabar la labor de la Orquesta y Coro Nacionales de España al no haber renunciado a su programación en unos tiempos en los que programar una sinfonía de Mahler pareciera una quimera. Para ello, el encargo efectuado a José Luis Turina para arreglar la pieza para orquesta reducida permitió que la inconmensurable obra del compositor austríaco volviera a sonar en el Auditorio Nacional, que por otra parte recupera su aforo al completo.
No debe ser una casualidad que el nombre por el cual es conocida la sinfonía “Resurrección” converja de un modo tan perfecto en un momento tan particular que el planeta atraviesa, precisamente cuando la pandemia nos da un respiro que nos hace atisbar su declive y que nos permite resucitar estos magníficos conciertos.
El peculiar arreglo de Turina nos presentó a una inédita orquesta de cámara mahleriana, puesto que la disminución de sus integrantes redujo sus miembros a la mitad, con un total de 55 músicos en lugar de los 110 que esta obra necesita para mostrarse en todo su esplendor.
Así, el impecable y legendario comienzo de la sinfonía con los cinco fabulosos violonchelistas y sus tres colegas contrabajistas estuvo lleno de vigor, apasionamiento y rigor en el sonido y en el uso del arco, algo que se mantendría durante toda la interpretación de la obra. Sin embargo, la masa sonora de la cuerda se vio resentida en los momentos más dolces y líricos, evidenciando que la calidez de una treintena de violines en estos deliciosos pasajes llega a ser imposible de alcanzar con siete violines primeros, seis segundos y seis violas. En este movimiento se lucieron especialmente les solistas de clarinete y de oboe, con unos pasajes realmente preciosistas y evocadores. La masa sonora brutal que Mahler consigue en sus masivos tuttis, con toda la numerosísima sección de viento metal fue también anhelada por la audiencia, comprendiendo que es posiblemente la única forma de escuchar hoy en día una obra como ésta.
El segundo movimiento fue toda una dicha de melosidad y buen gusto que Afkham impuso desde su inicio. Para ello no faltaron unos destacados glissandi en las cuerdas agudas y un preciosista sonido en la sección de los violonchelos. Es reseñable asimismo la absoluta conjunción demostrada en el extenso pasaje de pizzicati, pese a la gran distancia que separaba a los miembros de la cuerda.
El tercer movimiento, In ruhig fliessender Bewegung, es decir, “En movimiento tranquilo y fluido”, comenzó con esa naturalidad de tempo que supo imprimir desde el primer compás en los timbales Juanjo Guillém y que mantuvo junto a Afkham. En este fragmento la falta de efectivos fue quizás una carencia en los pasajes más agudos de los violines primeros, que se mostraron muy expuestos.
La mezzosoprano Karen Cargill realizó una interpretación magistral del cuarto movimiento, ese fabuloso lied introducido por sorpresa en la sinfonía. Cargill, con un alemán de fabulosa dicción y prosodia, con una expresividad fastuosa, mostró una técnica impecable en su fiato formidable, en su dominio del amplio registro con una completa homogeneidad, además de embelesarnos con su timbre tan cálido como bello.
El último movimiento, de gran complejidad y duración estuvo muy bien controlado desde el podio por David Afkham, consiguiendo un tempo preciso y vívido, a la vez que se lograron unos contrastantes planos sonoros muy interesantes. Podemos destacar el coral central de la sección de viento metal, de gran conjunción, pulcritud y equilibrio encomiables. Los efectos de la banda interna estuvieron muy conseguidos, intensificando la sensación de alejamiento sonoro con el cierre de las puertas en su segunda intervención.
Pero quizás el momento más sobrecogedor y emocionante de la noche fue la primera intervención del Coro Nacional, con su primer pianissimo, sentado desde sus lejanísimas butacas y con unas mascarillas que, por una vez, realzaron ese carácter místico, celestial de unas voces irreales que dicen: “Resucitaréis, sí, resucitaréis cenizas mías, tras breve reposo. ¡Vida inmortal!, ¡Vida inmortal! te dará quien te llamó”.
La soprano Christina Landshamer estuvo en un plano sonoro excelente junto al coro, manteniendo una suavidad que jamás buscó protagonismo, fundiéndose con el coro en una dicha de musicalidad y delicadeza.
Pero el coro no solamente nos mostró su faceta más sutil, sino que en los momentos de plenitud sonora volvió a lucirse en todo su esplendor, puesto que estuvo conformado por ochenta miembros, muy cerca de la totalidad de la plantilla. En esta ocasión la pérdida de masa sonora en la orquesta favoreció al coro, que aún con la mascarilla de rigor pasaba sonoramente sin dificultad sobre los fortissimos de metales, maderas, percusión y cuerda. Los espectaculares agudos, especialmente de unas sopranos plenas, empastadas y en verdadero estado de gracia, nos regalaron otro de esos conmovedores momentos mágicos del concierto sobre las últimas palabras del poema, ¡Zu Gott wird es dich tragen! - ¡Te conducirá a Dios! -, verdadero clímax de la pieza y uno de los momentos míticos de la literatura sinfónico-coral.
Tras la ferviente ovación del público, Miguel Ángel García Cañamero dirigió unas emotivas y preciosas palabras a todos los asistentes, con gran cariño y atención a los miembros pasados y actuales del Coro nacional de España, a quienes puso de pie entre el público, pero también hacia los docentes y alumnos de la Escuela Superior de Canto, institución sin la cual, y sin su creadora y directora Lola Rodríguez de Aragón, este coro no habría existido.
¡Por cincuenta años más, Coro Nacional!
Simón Andueza
Orquesta y Coro Nacionales de España.
Christina Landshamer, soprano, Karen Cargill, mezzosoprano.
Director: David Afkham.
Gustav Mahler, Sinfonía núm. 2 en Do menor, «Resurrección» (arreglo para orquesta reducida de José Luis Turina).
7 de octubre de 2021, 19:30 h. Ciclo Sinfónico de la OCNE. Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid.
Concierto de conmemoración del 50º aniversario del CNE.
Foto: Tras la interpretación de la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler, Miguel Ángel García Cañamero pedía una ovación para miembros fundadores del Coro Nacional de España presentes en el concierto.