De auténtico acontecimiento musical hay que entender la presencia del gran músico milanés Riccardo Chailly en el escenario del Auditorio de Diputación de Alicante (ADDA) al frente de la Filarmónica della Scala, orquesta de la que es director titular desde el año 2015, sucediendo en dicho cargo a Daniel Barenboim.
El programa ofrecido se prestaba al lucimiento por la enjundia artística de la dos obras; la Primera Sinfonía en Do, Op. 21 de Ludwig van Beethoven y la también Primera Sinfonía en Re, “Titán” de Gustav Mahler. Las expectativas quedaron superadas de inmediato ante la simple aparición del maestro en escena, dada la seguridad que emanaba todo su ser acercándose al pódium y el respetuoso recibimiento que tuvo de la orquesta, a la que se le notaba una silenciosa asunción de su auctoritas, esa preeminencia que distingue a aquel que ha crecido hasta una dimensión ideal del sentido alcanzado en el ejercicio de una disciplina, en este caso, de la interpretación musical que, de inmediato, se transformó en una potestas incuestionable nada más iniciar las indicaciones a sus músicos y surgir los primeros sonidos.
Esa fue la impresión que ya se manifestó en el corto Adagio que abre el primer movimiento de la sinfonía de Beethoven: asunta tensión en la comunicación y gran dramatización en el mensaje preparatorio que significa este carácter como introducción a los desarrollos temáticos subsiguientes, haciendo énfasis de ese equilibrio tonal que propone el autor tan característico del clasicismo vienés que hacía recordar a uno de sus cenit como fue el inmenso y rico sinfonismo de Joseph Haydn.
Del resto de los movimientos se puede valorar esa misma intención, destacando en el Minueto, un cierto aire scherzante que cargaba de vitalidad su exposición, planteamiento que supuso una más que interesante función de contraste respecto a la totalidad de la sinfonía, destacando aquí por su meticulosa lectura. Ésta alcanzó su máxima respuesta en el movimiento conclusivo en el que Chailly hizo una auténtica exhibición de pulso y determinación, elevando así la dignidad artística de este tiempo, posiblemente el más débil de la obra pero que, dado el equilibrio alcanzado entre las distintas secciones instrumentales de la formación milanesa, se manifestó aparecieran con clara distinción las bondades armónicas de su bien estructurado contenido temático. El primer gran aplauso del concierto no se hizo esperar.
La Sinfonía “Titán” significó en la batuta de este brillante director toda una lección magistral de entendimiento musical, de saber desarrollar un enorme sentido constructivo y de realizar una diáfana transmisión de los análisis resultantes de su organización estructural. Los más noventa componentes de la orquesta fueron llevados a un estado de trance desde el pódium durante los sesenta minutos que duró su interpretación como se pudo percibir en algunos casos como en la belleza expresiva que surgía del arpa, que se mostraba sublime en el solemne y calibrado tercer tiempo, reforzando ese clima de ensoñación idílica que tanto caracteriza a algunos pasajes de esta parte de la obra.
La intensidad del ataque percusivo del inicio del último movimiento sirvió para apreciar la magnificencia del instrumento orquestal en toda su dimensión. El director jugó con todas las posibilidades dinámicas que éste puede dar, llegando a este punto titánico en el que los reguladores no llegan a ser suficientes para indicar los límites del exaltado grado de tensión sonora, especialmente en la percusión y en los metales, más en concreto en las ocho trompas que, con los músicos puestos en pie, determinaron la mayor espectacularidad de la velada con una presencia en la coda que crecía por acumulación de función en su pretendido destacado protagonismo, magnitudes que manejó Chailly con absoluto poderío técnico y altísimo nivel en gradación sensitiva, ofreciendo todo un ejemplo de controlado balance que sorprendía por su efusividad, extroversión y apasionada vehemencia, demostrando una fuerza en su dominio del material musical que sólo ha sido patrimonio de grandes mahlerianos como Bruno Walter, Jascha Horenstein, el inefable Leonard Bernstein o, más recientemente, Bernard Haitink y Claudio Abbado, precisamente fundador este último de esta primerísima orquesta de Italia allá por el año 1982.
José Antonio Cantón
Filarmonica della Scala
Director: Riccardo Chailly
Obras: de Ludwig van Beethoven y Gustav Mahler.
Sala sinfónica del Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA)
01-X-2022