La presencia de Grigory Sokolov en la programación de la Sociedad de Conciertos Alicante ha significado la cita culmen de la presente temporada, dada la magnificencia de este pianista sin igual desde hace décadas en el panorama internacional. Era esta su cuarta visita en la historia de la prestigiosa institución musical alicantina ofreciendo un programa con dos autores bien diferenciados; el virginalista William Byrd, uno de los más grandes músicos ingleses del siglo XVI perteneciente a la época isabelina, y Johannes Brahms, una de las cimas del romanticismo.
Haciendo excelencia de su aproximación al primero, el pianista petersburgués hizo énfasis en la poética musical del británico, que prefiere las atmósferas brumosas y los ambientes sonoros suavemente ondulantes, desde un poder de articulación realmente prodigioso que le permitía ofrecer con mágico lirismo la más exquisita gracia de un temperamento de la más refinada simplicidad que pueda imaginarse. Adoptando una pulsación de medio recorrido, se adentró en los compases del tema amoroso John come kiss me now registrado con el décimo numero de la importante colección Fitzwilliam Virginal Book (FVB) que le sirvió al intérprete para la presentación estilística de esta parte del recital. Alternando pavanas con una gallarda y una fantasía, hizo una especie de receso con la pieza Alman, FVB 163 en Sol menor, que sirvió para incidir en las esencias de Byrd, dejando referencia de su enorme genialidad adaptándola a la sonoridad de un gran cola. Su asombrosa capacidad de articulación, la meticulosa utilización del pedal y el conocimiento exacto del doble escape en la acción mecánica de los mazos del instrumento hacían el milagro de una sonoridad indescriptible que podía generar cierta controversia entre los puristas renacentistas más acostumbrados una diferenciada tímbrica punteada que a las extraordinarias adaptaciones de Sokolov que llevan a descubrir una dimensión nueva del piano. Éste a su vez se enriquecía con la variada ornamentación y amplio fraseo del pianista que tuvo su más destacada exposición en la obra que cerraba la primera parte del recital, Callino casturame, FVB 158, cuyas cinco variaciones del tema principal en Do determinaron la capacidad de independencia de las manos de este excepcional intérprete que parecía en su izquierda reproducir la función armónica del laúd tan propia de las populares melodías isabelinas. El público, que llenaba el aforo del Teatro Principal quedaba absorto ante la magnificencia artística contemplada, situada más allá de cualquier dimensión narrable.
El concepto que se puede extraer de la interpretación que ha retomado Grigory Sokolov de las Cuatro baladas, Op. 10 de Johannes Brahms después de su admirada grabación realizada al principio de la primera década de la presente centuria para el sello discográfico Op.111/Naïve no difiere en lo sustancial de estas obras, que las afronta tratando sus ideas melódicas sin ningún tipo de elaborada mediación dialéctica, de impactante forma directa, en la que extrae toda la razón de ser de cada nota exprimiéndola hasta sus últimas consecuencias musicales y sonoras, enriqueciendo la experiencia del oyente que se siente envuelto en una elaboración paradigmática de un nivel que sólo es comparable en elevación con la de los grandes maestros del teclado en este compositor como Claudio Arrau, Julius Katchen, Alfred Brendel o el inefable Radu Lupu, que lo han cantado por sí solo siempre, sin ningún tipo de afectación, con una excelsa convicción estética.
Así, en la primera hizo fluir un profundo y a la vez tenso diálogo dramático que justificaba la idea literaria que dimana de un relato escocés que Brahms conoció a través de una traducción del gran crítico literario Johann Gottfried Herder que la ha llevado a ser conocida por el sobrenombre de la Balada “Edward”, en la que se expresa musicalmente las tensiones del relato de la muerte de un padre a manos de su hijo en un acto de ira. En la segunda, su tonalidad de Re le ha permitido a Sokolov llegar a las últimas consecuencias de la expresiva dulzura que pide el compositor para descender a un expectante a la vez que receloso dramatismo perfectamente calculado en su segunda parte. De máxima excelencia hay que considerar la lectura de la tercera balada al imprimirla de un inquietante discurso, que llevó a contrastar con mágica formalidad el contenido de su trío, pulsando con especial definición y delicadeza los registros agudos del piano, como si estuviera preparando el supremo refinamiento de la cuarta y última con la que hizo un alarde de comprensión armónica, que llevaba a recordar a la estructura de esa compleja música interna de la que hizo gala Schumann de manera inigualable.
El recital continuó en su parte final con las Dos Rapsodias Op.79, también del gran compositor hanseático nacido en Hamburgo. Sokolov, siguiendo con su alto nivel de expresividad hizo toda una disección sonora de cada una de ambas obras detallando ese vehemente aire scherzante inicial de la primera escrita en Si menor antes de entrar en esa especie de lirismo que caracteriza su segundo tema, para afrontar su trío como si fuera una danza pastoril de cautivador sentido y dirigirse así a su final con una indescriptible elegancia emocional instalándose en la coda subsiguiente, cuya sonoridad parecía surgir mágicamente de las profundidades del piano. El recital no pudo tener un mejor final que con la apasionada Rapsodía en Sol menor que completa este magistral opus. Haciendo un avasallador planteamiento, este colosal pianista fue desgranando las diferentes ideas que contiene esta imponente página del mejor pianismo rapsódico imaginable que, como la pieza anterior, desembocando en una coda con concluyente serenidad ponía punto final a un recital absolutamente memorable que levantó al público de los asientos en una delirante ovación. Se cerraba así la gira que ha venido ofreciendo Sokolov por España presentando el nuevo programa para su periplo internacional del presente año.
Como viene siendo habitual, el maestro confirmó su magistral autoritas con seis bises que se iniciaban con la Chacona en Sol menor ZT 680 de Henry Purcell, en la que hizo toda un exhibición de ornamentación; le siguió la Mazurca en Do sostenido menor Op.63-3 de Frederic Chopin, que ya me impactó cuando se la escuché por vez primera en el Teatro de la Maestranza de Sevilla en diciembre de 2002. Continuó con el descriptivo Tambourin en Mi menor recogido en el noveno número de la Suite en Mi menor, RCT 2 de Jean-Philippe Rameau en el que la pandereta parecía estar omnipresente surgiendo de la propia música, sin llegarse a producir el más mínimo efecto imitativo, para, ante el entusiasmo general, ofrecer la Mazurca en Do sostenido menor, Op. 50-3 de Chopin dejando un sentido de íntima música de cámara apartándose en cierta medida de su carácter de danza. Del mismo autor hizo seguidamente una monumental interpretación del vigésimo preludio del Op. 28 en la tonalidad menor de Do que permitía que el piano explotara prácticamente en todas sus posibilidades dinámicas. Definitivamente terminó el recital con ese genial guiño que le hizo el pianista y director ucraniano Alexander Siloti a Juan Sebastián Bach, transformando su Preludio en Mi menor BWV 855 a la tonalidad menor de Si que dejó al auditorio una vez más absolutamente impresionado.
Cumplía de nuevo la Sociedad de Conciertos Alicante con sus socios al ofrecerles la mejor música posible por uno de los más grandes intérpretes surgidos desde que ganara en marzo de 1966, con sólo dieciséis años, el más prestigioso galardón de piano del mundo, la medalla de oro del Tercer Concurso Internacional Chaikovski de Moscú con un jurado de lujo presidido por el mítico pianista Emil Guilels acompañado entre otros vocales por los eminentes violonchelistas Mstislav Rostropóvich y Pierre Fournier.
José Antonio Cantón
Sociedad de Conciertos Alicante
Recital de piano de Grigory Sokolov
Obras de William Byrd y Johannes Brahms
Teatro Principal de Alicante, 26-II-2025
Foto © Angel Yuste