La Orquesta de Cámara Franz Liszt visitó Madrid el pasado miércoles 20 de abril de la mano de Ibermúsica. El Auditorio Nacional le dio cobijo en un concierto que previamente debían protagonizar los virtuosos de Moscú y que fue cancelado por cuestiones obvias. El día no acompañaba, frío, viento y amago de lluvia en un mes tan primaveral como imprevisible. Dentro, la Sala Sinfónica estaba llena y se celebraba en silencio el uso voluntario de la mascarilla con su abandono casi absoluto.
Comenzó la velada con la Suite Holberg que E. Grieg dedicó a su amigo, el dramaturgo noruego Ludvig Holberg. Compuesta para piano con la intención de emular a las suites del Barroco, la obra consta de los canónicos cinco movimientos y su versión más famosa es precisamente la que se presentó aquí, para orquesta de cámara, fue orquestada por el propio compositor apenas un año después de haberla publicado.
La agrupación de Budapest la inició con timidez en el Praeludium y fue ganando en elegancia y precisión durante la Sarabande y según avanzó la Gavotte, pero no fue hasta el Aria que se pudo apreciar una expresividad profunda, eliminados ya los protocolos, y eso dio paso a un excelente quinto y último movimiento. El Rigaudon sonó desenfadado, expresivo y el diálogo entre concertino y viola solista dejó entrever el exquisito virtuosismo del que hacen gala los músicos de esta formación.
La siguiente obra, el Concierto para violonchelo nº 1 en do mayor de Haydn, fue descubierta no hace mucho y rápidamente se ha convertido en una de las más apreciadas del compositor. El director artístico de la orquesta protagonista, István Várdai, fue el encargado de interpretar la parte solista. Siendo el violonchelo un instrumento habitual en las programaciones, no es común apreciar todos sus registros con tanta facilidad como lo fue en este concierto.
Várdai es muy apreciado por sus apariciones en directo y en Madrid demostró porqué. Si bien el primer movimiento, Moderato, sirve para asentar las bases formales de la obra, el Adagio y el Allegro Molto, a través de una nota sostenida por el chelo, exhiben las posibilidades del instrumento. En el adagio dialoga el lirismo en todos sus registros, el tema va apareciendo en armónicos, agudos y a través de las notas más graves, siempre expresivo y bucólico mientras que en el Allegro lo hace a través de arpegios y virtuosismos.
Fue una versión con carácter, de tempo rápido, vibrante y con fuerza, evitando la prisa y abrazando la ligereza, y que culminó con un bis muy solicitado por el público y magistralmente ejecutado, el “Capricho” de inspiración folklórica de Cassadó.
La segunda parte del concierto comenzó con los Tres reflejos sobre una pastoral de invierno de Montsalvatge, última obra del compositor español. Muy en la línea de su música anterior, la obra consta de tres movimientos plagados de pasajes delicados y amables en los que el concertino tiene un papel protagonista al que Péter Tfirst supo dotar de una sensibilidad personal.
La Serenata para cuerda en do mayor de Chaikovski fue la encargada de cerrar el programa. Creada por el compositor como una pieza íntima, sus cuatro movimientos no pueden disimular la energía que emana de todos sus trabajos. La serenata se hizo pronto famosa gracias a la melodía que aparece en el vals, el segundo movimiento, y conserva el espíritu evocador de El lago de los cisnes. Fue muy bien recibida por el público del auditorio, que no paró de aplaudir hasta que consiguió el segundo bis de la noche, en este caso Fox Dance de Weiner. Una pieza breve, animosa y perfecta para cerrar un programa al que se le alaban el buen gusto y la selección.
Esther Martín
Orquesta de Cámara Franz Listz.
Obras de Grieg, Haydn, Motsalvatge, Chaikovski.
Violonchelo: István Várdai
Ibermúsica. Auditorio Nacional, Madrid.
Foto © Rafa Martín - Ibermúsica