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Crítica / Lucerna: le piano symphonique - por Agustín Blanco Bazán

Lucerna - 24/01/2025

Bajo el nombre de Le piano symphonique la magnífica Sala de Conciertos del Centro Cultural de Lucerna ha venido alojando ya por cuatro años consecutivos un festival musical de invierno cuya concepto central es mostrar al piano no simplemente en solo, sino también en un contexto de actividades camerísticas, sinfónicas y canoras. Todo ello a lo largo de una semana, en este caso la segunda de enero, cargada de una pléyade de artistas internacionalmente destacados. Entre ellos sobresalió este año Evgeny Kissin con dos importantes programas bajo el nombre de “Proyecto Shostakovich 2025.”

Shostakovich y Kissin

Como lo fue en algún momento Shostakovich, Kissin es hoy un marginado por el Kremlin. Sólo que a diferencia de Shostakovich, que terminó sometiéndose al sistema soviético para continuar una lucha interna a través de composiciones de significado ambivalente, Kissin se ha colocado en posición de lucha frontal contra Putin, luego de haber expresado en su cuenta Facebook su apoyo a Ucrania y su deseo de que “todos sobrevivamos a Putin y sus compinches."

En respuesta, el Kremlin lo declaró “agente foráneo” a pesar que su agencia dentro de Rusia es un imposible por haber vivido fuera de ella durante treinta años. En una entrevista publicada por el Neuer Zürcher Zeitung (el diario líder de la prensa suiza) en ocasión de este festival, el desafiante Kissin reafirmó su afinidad con el sumiso Shostakovich como “un amor… que no se puede explicar. Y si algún día la ciencia llega a explicar el secreto del amor, no creo que quiera llegar a saberlo.” A diferencia de Shostakovich, Kissin no está interesado en reconciliarse con una Rusia cuyo sistema político viene denunciando desde el 2012. Y, por lo demás, “no sólo hablo como individuo sino como judío. Rusia siempre fue enemiga de mi pueblo…que fue siempre allí una minoría discriminada y odiada. Nunca tuve el sentimiento de pertenecer a Rusia…” Pero a pesar de ello Kissin repudia cualquier boicot a la música rusa porque ello significaría “dejarle esta música a Putin.”

Similarmente desafiante me pareció la narrativa de la primera velada dedicada por Kissin a Shostakovich que comenzó con este célebre pianista acompañando a Alexander Roslavets, un bajo de imponente y amigable estatura que cantó los cuatro poemas del Capitan Lebjadkin op. 146 con voz de timbre claro y vibrante. En estos lieder el sardónico Lebjadkin, un nihilista personaje de Los demonios de Dostoievsky reflexiona cruel y divertidamente sobre sus amores, la alegoría de una cucaracha encerrada con moscas en una botella, la hipócrita inocencia de debutantes en un baile de sociedad y, finalmente, el pretendido idealismo de un disidente obligado a abandonar Rusia. En algunos momentos Roslavets confrontó con gestos y sonrisas al disidente pianista, resaltando con ello la ilimitada ironía del humor ruso para confrontar situaciones dramáticas.

Siguió el Quinteto para piano y cuerdas op 57 que comenzó con éstas últimas produciendo sonoramente opacos y cromáticamente erráticos acordes introductorios. Pero los maduros instrumentistas del cuarteto Koperman, aún cuando ya no exhiban la técnica de antaño están artísticamente consustanciados con un Shostakovich con quién dos de ellos, el violinista Boris Kuschnir y el violista Igor Sulyga, trabajaron personalmente. Es así que a partir de la fuga del adagio lograron sincronizar con la asertiva expresividad de Kissin. En el Intermezzo el Lento fue sostenido con palpitante energía y el Alegretto final brilló con una expresividad palpitante pero marcada sin apuros.

Para el trío número 2 opus 67 se agregaron a Kissin otros dos ejecutantes de formidable capacidad de precisión y sensibilidad interpretativa, el violinista Gidon Kremer y la chelista Giedrė Dirvanauskaitė. En contraposición a la indecisa apertura del quinteto que acabábamos de escuchar, el canon inicial del Andante moderato que abre este trío sonó con la transparente y neoclásica diferenciación de acordes que caracteriza el desarrollo de toda la obra. Y lo mismo ocurrió con el canon que sigue a la passacaglia del Largo, al final del cual los instrumentistas se entregaron con soltura e intensidad al vibrante attaca que los llevó sin pausa un Alegretto final ejecutado con punzante y virtuoso stacatto.

El desafiante y sombrío tema judío machacado al final del trío sirvió de adecuada introducción al Lamento sobre la muerte de un pequeño con que la mezzo Rachel Frenkel abrió los lieder populares judíos op.67. En ellos, y siempre con el enfático y al grano Kissin al piano, la acompañaron la soprano Chen Reiss y el tenor Michael Schade. Nada escapó a estos espléndidos interpretes de solos, dúos y tríos declamados con luminosa y expresiva ingenuidad, desde el lacerante lamento por la muerte de un pequeño hasta la arrebatadora enajenación danzante de La felicidad que cerró este inolvidable recital. Días después Kissin cerraría su Proyecto Shostakovich acompañado por Gidon Kremer Gualtier Capuçon y Maximin Rysanov en tres sonatas para piano de este gran compositor muerto hace cincuenta años. Tres días después, Kissin reapareció para tocar tres sonatas de Shostakovich (op. 40, 134 y 137) acompañado sucesivamente por Gualtier Capuçon (chelo), Gidon Kremer (piano) y Maxim Rysanov (viola).

De Bach a Weill

La idea de presentar dentro de un mismo programa obras de genero y significado diferentes unió la noche de apertura del festival al pianista-compositor turco Fazil Say y a HK Gruber, chansonnier celebre en tierras de habla alemana por su talento para canciones de Berthold Brech y Kurt Weill y Hans Eisler entre otros. Say ejecutó talentosamente unas Variaciones Goldberg donde espontaneidad y precisión aseguraron una lectura libre de apuros o acentuaciones pseudo-virtuosistas. Sin retirarse de la escena, el pianista solo aceptó un corto aplauso antes de volver a su taburete para seguir la última variación bachiana con las variaciones iniciales de la sonata número 11 de Mozart en la cual sí que añadió toques personales como ralentandos y aceleraciones a veces demasiado idiosincráticas por su marcado en forte pero de cualquier manera atractivas por su enfática expresividad. La famosa marcha turca coronó el final con una velocidad casi como para acortar el hipo, antes de desaparecer en una milagrosamente clara diminución de dinámicas en la coda.

En la segunda parte de este primer recital, el enfático pianista Kirill Berstein acompañó al  Gruber en “Berlin im Licht” , un recital de canciones de  Weill y Eisler en el cual el extremadamente sarcástico humor de la República de Weimar resonó con típica agresividad de protesta en la enorme y refinada sala de conciertos del centro cultural de Lucerna. Pero resonó defectuosamente, porque la voz ajadamente intensa y seca que Gruber proyectó a través de un micrófono sufrió de reverberaciones y ecos inevitables en una sala enorme y decididamente inapropiada para experimentos de cabaret. Para mas, el programa fue excesivo por la cantidad de canciones (20 en total), la longitud de algunas de ellas, y la actitud de Gruber de cambiar el orden anunciado mientras revisaba partituras colocadas en dos taburetes. A mediados del programa algunos espectadores comenzaron a retirarse mientras que los que quedaban pretendían compensar estas defecciones con un fervor proselitista, porque,.. ¿qué mejor protesta que cantar el lied de los banqueros de Brecht en la meca mundial de los bancos?

Mi impresión en cambio fue que todos, banqueros o no, habrían disfrutado de este recital en un ambiente mas íntimo y con un programa mas coherente y sintético. De cualquier manera, ¡que salero berlinés el de Gruber, un sin par para modular el texto de estas protestas y frustraciones proletarias en todas sus posibilidades cacofónicas! ¡Y que talento, el puesto por Gernstein, por ejemplo en la improvisación de un magnífico postludio en la canción de los marineros!

De Grieg a Bartok y Berg

La segunda noche del festival comenzó Leif Ove Andsnes interpretando sensiblemente la sonata para piano número 7 de su compatriota Edward Grieg. Bien le cupo a esta primera parte del concierto el apodo de “Perlas de Noruega.” Porque como una perla destelló la  controlada y expresiva exposición del Allegro Moderato. Similarmente brillante (¡y sin exhibicionismos!) fue rendido el Molto Allegro final. Siguió una perla negra de Geirr Tveitt, (1908-1981), un noruego que sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial exploró el oeste de su país en busca de temas musicales autóctonos.

El resultado fue su Sonata Etérea n. 29 salvada del incendio de la granja del compositor que destruyó mas del 70 por ciento de su obra. Una verdadera tragedia, si es que las obras perdidas tienen una calidad similar a esta sonata cromáticamente oscura, cuyo apodo radica en originalísimas exploraciones acústicas. Por ejemplo, en repetidas oportunidades el pianista, luego de algunos acordes en resoluto forte apoyó todo su antebrazo izquierdo sobre el teclado para prolongar un eco cuya dinámica fue desapareciendo progresiva y lentamente hasta culminar en un silencio total. Este tipo de efectos obligaron a Andsnes a cambiar de piano (un Steinway por otro) luego de la sonata de Grieg. Pero aún sin este tipo de sorpresas, la obra es modélica por su complejísima exploración de texturas a lo largo de todo el teclado. Las pulsaciones extremas en el movimiento final (apropiadamente llamado Tempo di Pulsazione) salieron como una experiencia auditiva original y luminosa.

Después del intervalo que siguió a la sonata de Tveitt, Andsnes continuó su tour de force con los 24 Preludios opus 28 de Chopin que comenzó desarrollando con destreza pero un poco en piloto automático. A partir del Largo nro. 4 su energía y su sensibilidad volvieron al nivel gracias al cual es hoy uno de los mas buscados pianistas internacionalmente. El Lento nro.12 fue a la vez oxigenado y cautivante y el Sostenuto nro.15 conmovió con su poética moderación. Y por el inquietante contraste entre el cantábile de la mano derecha y los sombríamente premonitorios acordes de la izquierda.

Y siguió una nueva pausa, antes de una culminación cuya expectativa decreció ante la noticia que Martha Argerich y Mikhail Pletnev se habían enfermado y no podrían interpretar el estreno mundial de una transcripción para dos pianos de la Sinfonía Inconclusa de Schubert comisionada por el Festival. En su reemplazo,  el tenor Michael Schade, acompañado por Justus Zeyen, (¡otro pianista importante!) consoló a la audiencia con cinco bien cantados lieder schubertianos: Ständchen, Der Neurgierie, Ganymed, un Nacht und Träume antológicamente suspirado y Musensohn.

Previamente a esta inesperada Schubertiade, Stephen Kovacevich hizo un breve intensa aparición con una magistralmente interpretada sonata para piano número 1 de Alban Berg, seguida de Klänge der Nacht (de Im Freien) de Béla Bartók. Esta última pieza fue ilustrada por una filmación de su hija, (Stephanie Argerich) que mostraba al pianista enfrascado en su alma musical, ora mirando un poquitín en la lejanía, ora a un noticiero meteorológico de la tele, ora manejando su Mercedes Benz. Pero siempre marcando suavemente la música con sus dedos. Tal vez fue algo traído de los pelos en medio de un programa tan intenso y variado, pero de cualquier manera resultó bastante conmovedor. Porque finalmente, también este encuentro entre padre e hija también logró insertarse en completísima variedad pianística de este festival. Argerich madre, por su parte logró recuperarse para uno de esos acostumbrados recitales de “Martha Argerich & friends” (Janine Hansen y Misha Maisky) al cierre del Festival, el concierto número 1 de Beethoven con la Orquesta Sinfónica de Lucerna dirigida por Gregory Ahss.

El festival de este año de le Piano Symponique incluyó a artistas como Beatriz Rana, Yunchan Lim, y Michael Sanders al frente de la Orquesta Sinfónica de Lucerna. Y también dio lugar a pequeños recitales de dos jóvenes pianistas. Ilya Shmukler (ganador del concurso Géza Anda 2024) percudió todo entre forte y fortissimo desde una Toccata de J.S. Bach hasta Funérailles  de F.Liszt. Su talento es pues indudable en su técnica pero de un resultado implacablemente agresivo. Daniel Ciobanu fue en cambio un pianista sensible y asertivo en Cuadros de una exposición  de Musorgski y similarmente virtuoso en las demás composiciones que agregó al programa, Basso Ostinato de Rodion Schtschedrin, Carrillon nocturne de George Enescu, Suggestion diabolique de Sergei Prokofieff y una excelente ejecución de la Rapsodia Húngara número 12 de Liszt.  

Agustín Blanco Bazán

 

Fazil Say, HK Gruber, Leif Ove Andsnes, Evgeny Kissin, Stephen Kovacevich, Martha Argerich, Gidon Kremer, Misha Maisky, Gualtier Capuçon y otros.

Diversas obras de Bach, Mozart, Grieg, Bartok, Berg Shostakovich y otros.

Festival Le piano symponique.

Lucerna, sala de conciertos del Centro Cultural, enero de 2025.

 

Foto © Phillip Schmidli

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