Algo muy importante comparten el Cuarteto Quiroga y Franz Schubert: el hábil manejo de los textos. Textos musicales para el cuarteto y poéticos para el compositor, claro. Ante una página excelente, no se amedrentan, más bien se lanzan a enriquecer lo que ya posee valor por sí mismo, a darle nuevos impulsos desde el respeto pero sin servidumbre. Ahí están los monumentos al lied que Schubert alumbró desde plumas como las de Goethe, por ejemplo. Y ahí están también las grandísimas interpretaciones del Quiroga cuando se abrazan a bestias llamadas Beethoven.
¿Y ante textos que se hallan lejos de lo magistral? En estos casos, cuarteto y juntanotas sacan petróleo y le otorgan a obras normalitas un sentido trascendente, sobre el escenario o sobre pentagrama.
“La muerte y la doncella", poema de Matthias Claudius, no es ni de lejos una obra maestra de la poesía alemana. Sin embargo, Schubert (tan luctuoso él), tomó esta estampa de "muchacha-que-le-suplica-a-la-Muerte-que-no-haga-su-trabajo-y-profesional-que-se-niega" y la convirtió en una joya lírica, capaz de sintetizar toda la tragedia del asunto con colores y ritmos estremecedores. Este lied sirvió como semilla, diez años después, para el segundo movimiento de su Cuarteto de cuerda nº 14 en re menor, que adoptó para la posteridad el mismo título que canción y poema.
El texto musical del cuarteto es una obra maestra del género, y los Quiroga lo abordaron como saben: con su virtuosismo dirigido hacia la intensidad, vehemente en los movimientos rápidos e introspectiva en las partes más lentas. En Schubert, lo vivo parece siempre una lucha a muerte contra la desesperación, y lo recogido un monólogo capaz de derribar templos. Los Quiroga demostraron una y otra actitud a la perfección, construyendo además un monólogo de cuatro voces (esto suena a contrasentido... hasta que suena un cuarteto unificado en lo emocional como este grupo).
Este monólogo colectivo fue un zarpado a las entrañas desde el primer movimiento, arrollador, hasta el prestissimo final, pura adrenalina, pasando por un andante catártico a base de variaciones y un scherzo que conjugó todas las fluctuaciones rítmicas. El resultado: una versión en directo de absoluta referencia. Y hubo impurezas, sí, pero que aumentaron la humanidad de una interpretación excepcional (nunca nos fiemos de inmaculadas concepciones, por favor, que carecen de carne).
El D890 ocupó la segunda parte del concierto. La primera se abrió con un encargo del Quiroga (formación residente está temporada en el CNDM): el Cuarteto de cuerda nº 4 ‘Still flying’ de la compositora griega afincada en Alemania Konstantia Gourzi (presente en la sala). Si el de Schubert era un texto magistral, el de Gourzi es simplemente correcto. Bien escrito, sí, y repleto de exigencias técnicas, por supuesto (que la autora atesora conocimientos y experiencia), pero no reta demasiado al público. Nos encontramos ante una pieza de vanguardia aceptada, es decir, ya canónica, es decir, adocenada, es decir, que no puede ser vanguardia. Obra moderna, sí, porque no suena a Mendelssohn, pero cuatro disonancias (entre muchas consonancias desvaídas) y unos pocos efectos instrumentales son recursos que, a estas alturas, ya están más que asimilados. La prueba es la aceptación tan cortés que le brindó el público. ¿Para cuándo un estreno con blasfemias? Se echa de menos. Y no creo que la sociedad se haya vuelto de repente tolerante con lo anticonvencional. Esta obra, de hecho, es puro convencionalismo sentimentaloide, más para soltar una lagrimilla que para dejar las tripas del respetable por el suelo. Y el punto de partida era bueno y necesario: ilustrar el dolor de quienes sufren conflictos armados. Pero la sinopsis del texto se acercaba más a: «Un refugiado mira por la ventana un cielo gris y encapotado, se vuelve a la cámara y dice 'El cielo está gris y encapotado'». El Quiroga, al igual que Schubert con el poema, revalorizó el discurso gracias a esa emoción característica del grupo. Eternamente agradecido por extraer intensidad del medio.
Tras el estreno, llegó otro texto soberbio: el Quinteto de cuerda nº 4 en Sol menor de Mozart. Pieza grandiosa tanto por su calidad intrínseca como por su importancia histórica. El cuarteto se reforzó con esa violista magnífica llamada Veronika Hagen.
Echando abajo la condición de invitada, Hagen se hizo Quiroga y viceversa. La formación abordó el primer movimiento, Allegro, con cuidado y mimo. Demasiado cuidado y demasiado mimo. No hubo rastro de la fuerza del Sol menor mozartiano ni apenas juego entre colores y articulaciones. Cuando uno ya se temía lo peor tras la anterior no-vanguardia, el vuelo interpretativo comenzó a ganar altura con el Menuetto (que resulta complicado conceptualmente por su condición de claroscuro danzable), y se mantuvo en la cúspide tanto en el Adagio ma non troppo (puro placer para instrumentistas y oyentes) como en el último movimiento (especialmente en la introducción lenta). El juego y la fuerza lo inundaron todo en estos tres movimientos.
Y luego, claro, vino Schubert, del que ya está todo dicho. Tanto que los Quiroga admitieron que, tras él, sólo -quizá- podía caber Bach como propina. Y lo cierto es que el cuarteto demostró su generosidad con el regalo teniendo en cuenta que, tras el último acorde de Schubert, más de algún semoviente se había precipitado hacia la salida. Tal vez haya a quien le parezca más importante pagar 10 céntimos menos del parking o llegar el primero a la barra que aplaudir a una gente que había interpretado un Schubert de referencia. En fin...
Juan Gómez Espinosa
Liceo de Cámara XXI. CNDM 23/24
Obras de: Konstantia Gourzi (Cuarteto de cuerda nº 4 ‘Still flying’, op. 105), Wolfgang Amadeus Mozart (Quinteto de cuerda nº 4 en Sol menor, K 516) y Franz Schubert (Cuarteto de cuerda nº 14 en re menor ‘La muerte y la doncella’, D 810)
Intérpretes: Cuarteto Quiroga y Veronika Hagen (viola).
Fecha y lugar: 8 de febrero de 2024. Auditorio Nacional de Música. Sala de Cámara.
Foto © Rafa Martín