Los conciertos para violín de Mozart tienen una fama bastante extraña. Nadie duda de su calidad, y los estudiantes que van adquiriendo cierto nivel los acogen en sus carpetas; por supuesto, los virtuosos los incluyen en sus repertorios. Y sin embargo no son piezas que el público reclame ni recuerde ni mencioné con asiduidad; ni siquiera se emplean en bandas sonoras, anuncios, consultas del dentista... (no son tan icónicos como el Requiem, por ejemplo, con lo que se salvan también de su uso para horteradas). Son, sencillamente, "de Mozart", y eso ya es razón suficiente para atraer a público e intérpretes.
Wolfgang tiene obras mejores y peores, pero siempre posee una identidad perfectamente reconocible, con un pie en la claridad neoclásica y el flequillo asomándose al futuro a través del juego (juego también en el drama, para afrontarlo con arrogancia). Y es esa condición lúdica la que nos imanta. Los cinco conciertos para violín, escritos en plena juventud, tienen ese lúdico sonido tan reconocible. Y tal vez sean respetados, pero no levantan pasiones. Están un paso por delante de la condición de pagafantas. Por eso, sus intérpretes deben aportar algo más que eficacia técnica si no se conforman con el reconocible "encanto Mozart".
Para lanzarse al quinto del catálogo, Renaud Capuçon visitó Madrid (ciclos de Ibermúsica) con la Orchestre de Chambre de Lausanne, y en la doble faceta de violinista y director. Con esa misma formación, justamente, acaba de grabar la integral de los conciertos. El resultado, en directo, demostró las virtudes de orquesta y solista: sincronización milimétrica, un virtuosismo elegante, en el que no se aprecian las dificultades técnicas (ni en la masa ni en el violinista), limpieza en la exposición y una absoluta cordura en los planos sonoros. Ni la formación quedó esclavizada al violín protagonista ni este fue engullido por ella.
El Allegro inicial se leyó con un empuje que hacía olvidar la indicación de aperto, lo cual no tiene por qué resultar negativo. Con las virtudes antes señaladas, si hubiera habido algo de imaginación (en fraseos, articulaciones y diálogos instrumentales), la interpretación habría sido excelente. Pero no fue así. En el Adagio posterior, a esta falta de imaginación se le unió una molesta precipitación, tanto en el tempo como en unos fortes realmente bastos (sí, con b). En el rondó final ya hubo juego, especialmente intensificando todos los elementos exóticos que Mozart incluyó siguiendo la moda "turca", pero el contraste con la corrección de las partes anteriores sólo alimentó la descompensación.
Tras Mozart, Capuçon no colgó el violín, sino que ocupó el puesto de concertino para, entre la infantería, bucear en una de las obras más emocionantes del siglo XX: las Metamorfosis de Richard Strauss. Esta pieza la compuso el autor como elegía al Teatro Nacional de Múnich, bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial. Resulta significativo que Strauss mostrara menos tibieza llorando un edificio que denunciando al régimen nazi. Aunque quizás en las ruinas de aquel edificio de su ciudad natal viese las ruinas de todo un mundo pasado que, finalmente, desaparecía. El creador que a punto estuvo de saltar hacia delante con el experimentalismo de Electra no supo (o no pudo o no quiso) continuar avanzando y se abrazó de nuevo a un romanticismo que moriría con él. Eso sí, conservador o progresista, todo lo que escribió merece un respeto. Calidad indiscutible. Y estas Metamorfosis son un monumento de expresividad (aunque caduca) y de exigencia técnica.
Capuçon y la orquesta, ahora limitada a la sección de cuerda, volvieron a demostrar su precisión y ese virtuosismo de quien no suda, pero la mitad de la obra discurrió de una manera absolutamente plana, sin apenas despegarse del mezzo piano ni entrar en detalles con los procedimientos contrapuntísticos ni permitirse una licencia rítmica. De nuevo, la imaginación brilló por su ausencia. La parte final de la pieza, con la cita a la "Marcha Fúnebre" de la Heroica, mostró algo de emoción, pero para entonces el aburrimiento previo había hecho mella.
Para la segunda parte, Capuçon aparcó el violín, tomó la batuta y se subió al podio para Beethoven. Beethoven es a la vez juego, calidad y expresión en cantidades sobrehumanas (tal vez porque él mismo era bien consciente de su humanidad, mezcla de virtudes y mezquindades, y se reía).
La primera de sus sinfonías parece de lo más inocente: en Do Mayor (la tonalidad más limpia), con la estructura más típica en cuatro movimientos y una duración menor que otras posteriores. No obstante, Beethoven es Beethoven, y los colores que engendra desde Do y la síntesis de materiales (con una fusión perfecta de lo melódico, lo armónico y lo rítmico) lo reflejan. En esta parte de la velada, por fin Capuçon y los suyos demostraron por qué se mantienen en una posición tan alta dentro del panorama.
El director sacó todo el potencial que encierra una orquesta de cámara: la plantilla permite unas velocidades mayores y más limpias que las de un grupo sinfónico, pero también unos juegos de volúmenes más amplios, puesto que se puede conseguir una sonoridad íntima y otra expansiva con naturalidad. La lectura de la sinfonía resultó formidable, llena de ímpetu, ganas de juego, disfrute, y esa fusión entre melodías que se convierten en ritmo y ritmos que forman melodías tan beethovenianas, lo que se unió a las virtudes que ya he señalado anteriormente. Por fin, los suizos tiraron de imaginación. Tanto esta interpretación como la propina posterior habrían merecido mayores ovaciones que las que tuvieron.
P.D.: señalar un error en las (por otro lado formidables) notas del programa. Difícilmente pudo familiarizarse Mozart con Paganini décadas antes de que naciese el italiano.
Juan Gómez Espinosa
Renaud Capuçon (violín y dirección), Orchestre de Chambre de Lausanne.
Obras de W.A. Mozart (Concierto para violín núm. 5 en La M, K.219), R. Strauss (Metamorphosen), L.van Beethoven (Sinfonía núm. 1 en Do M).
Orquestas y solistas del mundo de Ibermúsica. Serie Arriaga. Temporada 2023/2024.
15 de noviembre de 2023, Auditorio Nacional de Música de Madrid (Sala Sinfónica).
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica