Enric Palomar es de los pocos compositores a los que un encargo no se limita a una obra de diez minutos y basta, no vaya a ser que el público se impaciente. Su ecléctico y más que interesante Réquiem por el cantaor de los poetas, que pudo escucharse en L’Auditori hace cuatro años, era ya una composición a gran escala y lo mismo puede decirse de Tres amores oscuros, un triptico basado en textos de Federico García Lorca para dos cantaores (en realidad, al menos en el estreno, para mezzosoprano y cantaor), dos pianos y orquesta, cuyo estreno mundial tuvo lugar el pasado 19 de noviembre.
Aunque los dos primeros movimientos se basan, respectivamente, en Bodas de sangre y Yerma (el tercero pone música al romance Thamar y Amnón), el tratamiento no es operístico: trascendiendo la acción narrada en los versos, lo que le interesa al compositor es acercarse a unos amores que se caracterizan por violar todo convencionalismo, incluso aunque ello comporte la muerte de sus protagonistas.
Ese halo trágico está presente desde la agresiva introducción de cada uno de los movimientos, interrumpida por un mismo gesto consistente en un batir de castañuelas. La violencia es tan extrema que no da lugar ya a clímax alguno. Otro gesto idéntico en los tres movimientos (el sonar de las panderetas) representa el desenlace trágico de cada historia, lo que unifica la obra y su mensaje, pero la hace también previsible. No obstante, el gran problema de la partitura es que no acaba de expresar la potencia de la poesía lorquiana, poderosamente dramática y violenta, sin duda, pero también rica en matices y resonancias líricas.
De hecho, el desarrollo sonoro es tan avasallador que no siempre permite apreciar los elementos extraídos del flamenco que atraviesan los dos primeros movimientos (el tercero tiene un toque más “oriental”) ni el rol que juegan los dos pianos, obligando de paso a amplificar las dos voces, lo que da a estas un carácter artificial, como si de algo ajeno al resto se tratara. La relación entre cantaor y mezzosoprano no acaba de funcionar tampoco, sobre todo porque si el primero transmite desgarro, la escritura de la segunda es excesivamente lineal, monótona. De lo que no hay duda es de que cantantes y pianistas se volcaron en la obra bajo la batuta de un Josep Caballé que, como el cantaor Pere Martínez, ya participó en el estreno del Réquiem. El público, eso sí, aplaudió con entusiasmo.
Mejor fueron las cosas en la segunda parte, toda ella integrada por una generosa selección del ballet Cenicienta, de Prokofiev. Caballé procuró que aflorara la calidez melódica de la partitura y esa fantasía rítmica y sonora tan propia del compositor. La orquesta, mucho más cómoda en estos pentagramas, respondió con solvencia y, por momentos, con brillantez, como en el que sin duda es el pasaje más original de toda la partitura: el momento en que el reloj del palacio del príncipe da las campanadas de medianoche.
Juan Carlos Moreno
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Josep Caballé.
Lídia Vinyes-Curtis, mezzosoprano; Pere Martínez, cantaor; Marco Mezquida y Carles Marigó, pianos.
Obras de Palomar y Prokofiev.
L’Auditori, Barcelona.