La primera idea que se me pasó por la cabeza en el arranque de la Tercera sinfonía de Gustav Mahler que paso a retratarles, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Madrid bajo la atenta dirección de Gustavo Gimeno fue…: “¿Este Mahler… me está sonando… a… Shostakóvich?”
Al revés, que Shostakóvich bebe de Mahler implícita y explícitamente, ya lo sabemos, es un lugar común, pero con una imaginada máquina anacrónica del tiempo y sus estéticas ¿podríamos concebirla de esta otra manera atemporal?
“¿Y… cuánto me durará esta sensación…?” pensaba yo, absolutamente centrado e interesado en (y por) los nítidos perfiles que adquiría la música.
No duró mucho esta sensación, como era lógico, por otro lado… fue sólo una primera fugaz impresión… porque el planteamiento del podio sobre aquel ánimo fue levantando paso a paso una apuesta detallista en lo tímbrico de una rica orquestación original, sobre los acentos y entradas de cada sección, en las articulaciones más abruptas… y en el escrúpulo en los tempi y sus transiciones, también... El eje métrico medular.
Y no estoy refiriéndome a los consabidos pabellones levantados en el viento y otras apuestas mahlerianas de índole acústico, al uso en ésta y otras versiones… que también.
Valientes contrastes dinámicos con un correlato tanto tímbrico como formal… para un fresco sonoro de marcado expresionismo explícito, plagado de puntuales acometidas por doquier.
En muchos aspectos, una versión más… ¿“contemporánea…”?, digamos que… en el sentido más impropio y especulativo de esta manida (y temida) palabra.
Muy estimulante, pues, este amplio e impulsivo primer movimiento… en el que… Pan se despierta; llega el verano…
A la postre este ejercicio de carácter, hacía que esta veterana orquesta madrileña, pareciera renacer creando desde el natural riesgo, una ubicua expectativa.
Así las cosas, no fueron de extrañar los aplausos espontáneos al citado Primer movimiento, especialmente, y, luego, más modestos, eso sí, al Tercero (Lo que los animales del bosque me enseñan). No había otra tras aquel renovado desempeño estético e instrumental.
La trascendencia del Cuarto con su característico y “nietzscheano” O Mensch!, Lo que los hombres (¿o Zaratustra…?) me enseñan, tuvo en la mezzosoprano Marina Viotti fiel valedora, siempre (como el resto de movimientos) al servicio de la gran macro-forma sinfónica que plantea Mahler.
El Sexto movimiento (Lo que el amor me enseña) ataca decidido tras el inmediato y más lúdico Quinto (Lo que los ángeles me enseñan… y que todo el mundo tararea a la salida…). Un movimiento, el Sexto, donde el poder de la cuerda y una armonía de secuencia claramente wagneriana, hacen el resto.
Hicieron, quiero decir, el resto… con manifiesta intensidad dinámica que se incardinó en el fluido, amplio, detallista y versátil gesto de Gimeno que, en todo momento, ofreció una imagen de ejemplar continuidad que se manifestó con todo su esplendor, precisamente, en estas plásticas texturas finales, con protagonismo de la cuerda.
Dinámicas, siempre, acariciando los límites de las posibilidades instrumentales de la orquesta y, de sus diversas secciones y atriles.
Todo una valiente propuesta, como ya dije, en una versión subyugante de principio a fin que tuvo su base y fundamento en un Primer movimiento sugerente y comprometido, junto al otro extremo lírico del Sexto y último.
Gallardía técnica del podio y batuta, digna de elogio en una sala sinfónica del Auditorio Nacional de Música que acoge y redistribuye con relativa generosidad todo este despliegue decibélico.
Luis Mazorra Incera
Marina Viotti, mezzosoprano.
Orquesta Sinfónica de Madrid, Coro Nacional de España (coro femenino) y Pequeños cantores de la ORCAM.
Gustavo Gimeno, director.
Obras de Mahler (Tercera sinfonía).
OSM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.