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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Linz: punto de encuentro - por Javier Extremera

Úbeda - 17/06/2024

Al fin se ponía pie en tierra sobre la más alta cima programática establecida este año en la 36 edición del Festival de Úbeda, ese certamen capaz de hablarle de tú a tú, tanto al oído como a la vista, pues el sonido que mana de sus tripas está rodeado de una riqueza patrimonial difícil de igualar. La bella Úbeda se hermanaba por una noche con la no menos hermosa ciudad bañada por el Danubio que es Linz, urbe austríaca convertida a la vez en estación de salida y de llegada del viaje musical propuesto por la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española que abarcaba nada menos que un siglo de historia compositiva andada entre Mozart y Bruckner. Y a los mandos de la nao nada menos que el viejo y sabio león de 84 años que es Christoph Eschenbach, un artista de esos que exhala musicalidad y maña por los cuatro costados, no en vano ha vivido toda su existencia abrazado a miles de partituras (dirigió Bruckner de memoria). Pianista excelso, como así atestigua su inabarcable catálogo de grabaciones, que con el paso de los años acabó sustituyendo el teclado por la batuta, transformándose en un dotado director de orquesta de esos que parecen tallados por el cincel de la vieja escuela de los kapellmeister del alta gama como los Blomstedt, Wand o Inbal… con la dedicación a la causa que ello exige en todos los frentes, incluyendo el formativo.

En el año del bicentenario del nacimiento de ese inigualable compositor y no menos superlativo papanatas y meapilas que fuera Anton Bruckner, todo debe de arrancar en Linz, ciudad que aunque no lo viera nacer (Ansfelden está solamente a un puñado de kilómetros de distancia) lo convirtió y catapultó en músico. Y como homenaje a esa ciudad materna bruckneriana (la paternal sería el monasterio de St. Florián en el que pasó media vida y donde hoy descansan sus restos) el programa se abrió con el delicioso guiño de la Sinfonía Linz de Mozart, que sirvió de luminoso y chispeante contrapunto a las lobregueces y desazones brucknerianas. Juventud y madurez mezclada en un mismo vaso. Todo un reto.

Está en buena forma la agrupación orquestal de la radio televisión pública que se dejó la piel en los dos monumentos sonoros escalados. Esforzada y disciplinada sección de cuerda (a la que se le podría exigir algo más de sedosidad y calidez) donde sobresalió la enorme profesionalidad de la concertino Mariana Todorova, la sugerente viola de María Cámara y la intensidad del cello de la gran Suzana Stefanovic. Magníficas también las aportaciones de la flauta de Arantxa Lavín y el oboe de Salvador Barberá. Muy bien también los rutilantes y coloridos metales en Bruckner.

Mozart es un compositor experto en mostrar las costuras de cualquier formación musical, exigiendo tocar siempre en absoluta desnudez. Para el de Salzburgo la tonalidad del “Do mayor” se asemeja a un niño abriendo los regalos en la mañana de Reyes. La Sinfonía núm. 36 “Linz” fue compuesta en tan solo tres días como agasajo a la ciudad y a la hospitalidad de su antiguo mecenas (el Conde Thun). Su incandescencia y luminosidad es por momentos cegadora (se puede palpar la felicidad que rodeaba a Mozart en esa nueva y matrimonial etapa de su vida). Esa alegría de vivir que refleja el juguetón “Allegro spiritoso” inicial (con su seductor ritornello), que tanto recuerda a la embriaguez y regocijo melódico del “Rapto en el Serrallo”. Lo más notable vino con el delicado Andante -a ritmo de Siciliana- magníficamente sostenido por la nitidez del viento madera de la formación hispana. Eschenbach se olvidó de la batuta y dirigió a la orquesta prácticamente con el gesto, en lo que fue una lectura ágil, elegante y diáfana, bien fraseada, que sirvió como encantador y contrastado aperitivo a lo que estaba por llegar.

Tras la calma vino la tempestad. La Séptima Sinfonía de Bruckner de fuerte aliento wagneriano, es uno de los más grandes monolitos sinfónicos esculpidos por el Romanticismo. Una imponente catedral gótica que exige un derroche de talento y energía creativa. Eschenbach la despojó de todos sus elementos místicos y religiosos (sin incienso), hundiéndola de lleno en lo terrenal (ni posee la fe, ni la transmite). Expresivo y comunicativo, efusivo y objetivo, la dotó de escaso sentimentalismo y misterio, siendo una lectura seca y austera, repleta de fiereza y tensión, equilibrada precisión en la elección de los tempi, sin agresivos contrastes tímbricos y sin atisbo de paraísos celestiales ni lisonjeras bellezas.

El sobrecogedor Adagio (con el cuestionado golpe de platillos) se benefició de la inquietante belleza sonora de las tubas wagnerianas, en una visión serena y contenida, muy organística, de inflexible textura orquestal y amplio fraseo para una de las músicas más bellas y trascendentales jamás escritas por la especie humana. El concierto fue grabado por la cadena pública y será emitido próximamente. 

Javier Extremera

 

Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española.

Dirección: Christoph Eschenbach.

Obras de Mozart y Bruckner.

Patio del Hospital de Santiago, Úbeda.

 

Foto © Alberto Román

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