Hablemos de música. De compositores. O compositoras ¿De verdad? ¿De mujeres compositoras? ¿Es necesario distinguir a unos de otras?
Aunque a muchos sorprenda, las mujeres son tan capaces de componer música como los hombres. Y hacerlo igual de bien o mal que ellos. Algunas pueden ser mucho mejores que muchos hombres. Pero, ah, nacieron mujer, y esa circunstancia biológica las relegó a un papel totalmente secundario y marginal dentro de la historia de la composición. Porque la mujer ha podido ser musa pero no creadora.
Este libro (un acierto más en el ya extenso catálogo de Acantilado) narra la historia de ocho de estas compositoras, cuyas obras, pese a los méritos que atesoran, no han entrado en el canon de la música occidental. Francesca Caccini, Barbara Strozzi, Jacquet de la Guerre, Marianna Martines, Fanny Mendelssohn, Clara Schumann, Lili Boulanger y Betty Maconchy. Algunas triunfaron plenamente como profesionales en su época, otras brillaron en el ámbito doméstico y familiar. Pero el destino de todas coincide en el silencio casi absoluto en que ha caído su obra tras su muerte. Casi absoluto, porque sus méritos fueron tales que el stablishment masculino que domina el ecosistema de la música llamada culta no las ha podido ocultar, aunque sí acallar su voz casi totalmente.
Anne Beer las elige para desarrollar la tesis de su libro: si estas mujeres no han pasado a formar parte del canon de la música culta occidental, no es por falta de méritos, sino por los prejuicios de quienes han dominado siempre este campo, los hombres; prejuicios tan arraigados que pueden formar parte incluso del pensamiento femenino (‘…una mujer no debe tener el deseo de componer…’ Clara Schumann). Mediante un riguroso trabajo de investigación, Beer recrea al ambiente sociocultural de la época que vivió cada una de sus protagonistas, y explica con detenimiento el desarrollo de su trabajo como compositoras (muchas fueron, también, reconocidas intérpretes).
A esta investigadora le interesa resaltar ciertas ideas preconcebidas, sobre las que quiere que reflexionemos: una de ellas es el hecho generalizado, desde tiempos antiguos, de que la sociedad, cuando una mujer sobresale en algo, generalmente encuentra la explicación a este hecho mediante uno de estos dos argumentos: o bien esa mujer es un ser sobrenatural, mágico, o posee un don innato para esa tarea. Cualquiera de las dos explicaciones es un ataque a la capacidad de las mujeres, que por supuesto no son ni han sido seres de otro mundo; y que, además, triunfan a base de esfuerzo y dedicación, de trabajo constante. Por eso Beer se detiene a contarnos las circunstancias personales de cada una de sus biografiadas, para que comprendamos que todas ellas dedicaron su vida a la música, y que, si crearon, fue con el mismo esfuerzo con el que lo hacían sus colegas masculinos.
Sufre Beer en un momento del libro porque se encuentra teniendo que explicar la vida privada de las mujeres que estudia. Durante siglos las mujeres que se salían del marco establecido para su sexo eran consideradas de moral perdida y objeto de toda clase de ataques contra su reputación, en vida y más allá de ella. Por tanto, es necesario interpretar los testimonios que hablan de ellas para reconocer hasta qué punto podían ser o no ciertas esas acusaciones. Cuando los biografiados son varones, al describir sus costumbres y los detalles de su vida ¿se emiten juicios de valor como se hace en el caso de ser mujeres?
Otro punto sobre el que Beer pide atención es sobre el hecho cierto de que las mujeres compositoras que estudia (y la mayoría de las que se deja en el tintero) solo trabajaron géneros considerados menores dentro del campo de la música: no escribieron sinfonías, ni óperas, por ejemplo. Pero leyendo este libro comprendemos que no se trata de una incapacidad por parte de las mujeres (como se nos ha querido hacer creer, con el argumente de que la sensibilidad femenina solo es afín a los géneros más delicados). En realidad, es una muestra de la inteligencia y habilidad de las compositoras, que sortearon los obstáculos frente a ellas para seguir creando en los terrenos que se les permitió; no por convicción, sino por ser el único espacio donde podían desarrollar sin cortapisas su creatividad.
Combativa e inteligente, Anne Beer no elabora un panfleto ni un discurso agresivo; con estilo limpio y directo deja que sean los hechos los que hablen, para demostrar que ellas tenían tanto o más arte, genio y capacidad que los hombres que las rodeaban.
Una sola pega se podría poner a este libro: Beer escoge ocho mujeres que ‘sí’ son conocidas. Es decir, todas ellas triunfaron tanto en su momento, que precisamente por ello no han podido ser ocultadas. Otra cosa es que su música no se interprete y que su nombre no aparezca en los libros. Es cierto que sólo pasan a la posteridad los más grandes, aquellos cuya música merece ser recordada. Pero no olvidemos que el problema con el trabajo de estas mujeres (y con el de muchas otras) es que no ha sido apartado por su calidad intrínseca, sino por el hecho de que sus compositoras fueron mujeres, y, por tanto, desdeñadas por ello.
‘Armonías y suaves cantos. Las mujeres olvidadas de la música clásica’ es un libro imprescindible para entender la situación de la mujer en la creación musical, que aboga por enriquecer el legado cultural de nuestra sociedad incorporando a una mitad de la misma tradicionalmente relegada a las sombras.
*Este texto es ampliación de la reseña publicada en el nro. 931 (julio-agosto) de la revista Ritmo.
“Armonías y suaves cantos”
Las mujeres olvidadas de la música clásica
Autor: Anne Beer
Editorial Acantilado, 427 páginas
por Blanca Gutiérrez Cardona