En lo que a solistas se refiere, la presente temporada de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) está siendo la de los violoncelistas. Si hace unas semanas nos hacíamos eco en este mismo espacio del recital de Alisa Weilerstein en la Sinfonía concertante de Prokofiev, ahora le toca el turno al joven Narek Hakhnazaryan, quien el pasado 3 de noviembre interpretó el Concierto para violoncelo, op. 104 de Antonín Dvořák.
Se trata de una obra que lo tiene todo: aliento y envergaduras sinfónicos, sentido épico y un lirismo que halla su más acabada expresión en la cita de la canción “Lasst mich allein”, op. 82 n. 1.
Esas cualidades fueron expuestas por un Hakhnazaryan que dio toda una lección de lo que es hacer cantar su instrumento, destacando en todo momento sus cualidades expresivas y ese color tan especial que el compositor, escéptico a propósito de las posibilidades del violoncelo, descubrió precisamente mientras componía esta obra. El Adagio ma non troppo fue en este sentido un dechado de musicalidad, solo superado por ese momento del Allegro moderato final en el que el tiempo parece suspenderse y el solista evoca de nuevo la canción.
Para que la interpretación fuera redonda solo faltó un director más familiarizado con este repertorio. Jan Willem de Vriend no lo es, a pesar de algunas incursiones en Brahms e, incluso, Mahler. Durante toda la obra no quitó el ojo a la partitura, a pesar de lo cual, y salvo un Allegro inicial que sonó excesivamente cauto en el tempo escogido, no solo solventó la papeleta con inteligencia, sino que su lectura fue ganando también en color y carácter.
Lo de De Vriend es la interpretación del repertorio barroco, clásico y del primer romanticismo con criterios históricos, y así quedó evidenciado en la obra que cerraba el programa: la Sinfonía n. 104 “Londres” de Haydn. Ahí sí se atrevió a ir más allá de la literalidad de la partitura, jugando con los ataques, las dinámicas, el tempo, los detalles orquestales… Todo ello sin batuta, sin podio y con una gestualidad un tanto histriónica, pero que, lo mismo que su perenne sonrisa, transmitía una vitalidad y un entusiasmo desbordantes. Afloró así la feliz inventiva de un compositor mucho menos frecuentado que sus contemporáneos Mozart o Beethoven, pero cuya música es siempre un rayo de luz, y más en estos tiempos convulsos que corren.
Juan Carlos Moreno
Narek Hakhnazaryan, violoncelo.
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Jan Willem de Vriend.
Obras de Dvořák y Haydn.
L’Auditori, Barcelona.