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Crítica / Le Voix Humaine de Poulenc, el ahogo de los silencios - por Ramón García Balado

Santiago de Compostela - 15/01/2023

Monodrama de Francis Poulenc, Le Voix Humaine, en la que la soprano Nicola Beller Carbone fue la sufrida solista de este breve monodrama, en el que estuvo acompañada por el pianista Juan Pérez Floristán y el actor en la sombra Antiel Jiménez, en su complemento El miedo insoportable a morir solos, bajo la dirección dramatúrgica, vestuario e iluminación de Rafael R.Villalobos, en un espacio bajo mínimos de recursos utilizados, remarcado por un  enfoque de luz cenital, procedente de distintos puntos, para esta obra de Poulenc de tratamiento poco frecuente ya de por sí.

Excelente la charla de Luís Gago que trató con amplitud las personalidades de Poulenc y Cocteau, y la de artistas afines a este monodrama como fueron Berthe Bovy, Denise Duval, Anna Magnani o Ingrid Bergman.

La soprano descargó en intensidad la dimensión de las obsesiones neuróticas frente a las puramente patéticas, atenta a las exigencias del autor en cuanto a la dimensión del tratamiento de los silencios en un claro tête à tête, con el pianista quien tomaría como soporte algunas piezas del compositor: Nocturne 3r: les cloches de Malines, en Fa M. (FP 56); el Nocturne 4: le bal fântome, en Do m. (FP 56); XIème Improvisation en Sol m. (FP 113) y XVème Improvisation en Do m: Hommage á Edith Piaf (FP 176). Otro Poulenc posible con el añadido del actor en respuesta de actitud con respecto a la cantante.

Le Voix Humaine, reparte preferencias entre el drama a solo escénico y la versión de Poulenc, sobre esta obra de una mujer desesperada, una obra brevísima precisamente con ese único personaje y que se resume en el lamento en forma de conversación/ confesión, a través de un teléfono, de esa pareja que decide separarse, y cuyas consecuencias recibimos a través de ese amargo diálogo, entre sugerentes silencios de la protagonista, que durante momentos ese diálogo parece agotarse, dejando la impresión de que ninguno de ambos, renuncia a las inevitables consecuencias, entre actitudes de rechazo y angustiosa e irreversible evidencia. Será ella quien a la postre abandone el teléfono sobre el lecho, entre ahogadas palabras de renuncia.

Francis Poulenc, en esta aproximación al drama de Jean Cocteau, escritor de olfato y aguda sensibilidad, se prestó a  divertimentos como Le Boeuf sur le toit y Les Mariés de la tour Eiffel, o piezas inspiradas como Orphée y La Machine infernal, además de una leyenda trasladada al Medievo como Les chevaliers de la Table Ronde y un bulevar literario. Los padres terribles. Tragedias en apariencia clásicas. Renaud et Armide o el neorromanticismo  de El águila de dos cabezas. Polifacético por excelencia, tuvo tratos artísticos con Diaghilev y Vaslav Nijinski, en la aventura de los Ballets Rusos, también con Picasso, R.Radiguet, G.Apollinaire, Max  Jacob o Blaise Cendrars, siendo uña y carne los primeros cubistas, manteniendo como seña de identidad un buen entendimiento con Stravinski, A. Honnegger, G.Auric, Erik Satie y las emergentes tendencias renovadoras del jazz en aquel período de pujanza.

Poulenc, artista si cabe contradictorio y que quedaría impactado por la atmósfera recreada por La Consagración de la Primavera, primer mazazo que tendrá afortunadas consecuencias. Llegará el momento crucial de integrase en el grupo de Les Six, clave en la evolución de las corrientes d vanguardia francesa. En ella, se verán las caras  George Auric,  Louis Durey,  Artur Honegger, Darius Milhaud y Germaine Tailleferre. Tres de ellos había probado aventura en el Conservatorio de París, estrenando piezas de su fiable preceptor Erik Satie. El nombre del grupo llegará posteriormente, pero se acuñará cual elemento de identidad. En lo primordial, un escrito de Jean Cocteau, publicado en 1918, una especie de manifiesto-programático, El gallo y el arlequín, en el que sostenía esta causa de la música francesa rompedora, en oposición clara a  cualquier romanticismo.

Por osadía que no falte, y que según Cocteau, en aquel manifiesto no dejarán de cumplir dentro de los nuevos parámetros, gracias a su fuerza, elegancia y alta escuela. Detalles como la incorporación de curiosos vulgarismos o citas de tonadas callejas y bailables cotidianos, añaden leña al fuego. No dejaremos de acercarnos con simpatía a otros compositores de espacios culturales cercanos en su actitud, el caso de Kurt Weill, Krének, Paul Hindemith y si cabe, Shostakovich.

Queda el espacio de encuentro con los pintores cubistas, y con un reflejo ostensible en el ballet Parade , de Satie y Cocteau, con decorados de Picasso, que no dejó de provocar sus broncas entre el respetable. Es verdad que cada uno de ellos, tiraría en definitiva por su cuenta y riesgo. Durey, por sus tendencias más serias e intimistas, y de posicionamientos políticos más audaces. Milhaud, efectivamente el más cubista y divertido, además de vitalista, con detalles de un neoclasicismo renovador. Honegger, empeñado a veces en un cargante romanticismo tardío- valgan sus oratorios desfasados- o G.Tailleferre, con sus avatares abstractos de sus conciertos. Auric, dedicado a sus entusiasmos por el cine, para Cocteau y René Clair, y nuestro Poulenc, posiblemente el más dotado en lo musical, gracias a un melodismo exquisito y refinado.

El Teatro de La Zarzuela, en la temporada de 2005, ofreció en doble sesión la obra teatral de Le Voix Humaine de Cocteau, junto a este monodrama de Poulenc, un acontecimiento único de las dos obras, en la que tendrían protagonismo en la primera la actriz Cecilia Roth y en la segunda la soprano Felicity Lott, ambas bajo la dirección artística de Gerardo Vera en lo escénico, y en la parte musical por José Ramón Encinar.

Desde el estreno de la obra de Poulenc, en 1959, en la Ópera Cómica de París, con Denis Duval, la musa del autor que inspiró el papel principal, con George Prête, en el foso, raras habían sido las oportunidades de asistir a una producción de la obrita, y los registros discográficos tampoco serán un estimulo de gran atractivo.  Felicity Lott, en esta comparecencia en el Teatro de La Zarzuela, había tenido un distante precedente en el histórico Festival de Glyndebourne, en 1977. Felicity Lott, en esa curiosa coproducción, confesaría que le bastaba con una chaise-longue, una mesa, una pequeña lámpara y el teléfono. No tener que compartir escenario con una orquesta, hace que se cree un ambiente muy diferente, lo que ayuda mucho.         

Ramón García Balado

 

Amigos de la Ópera de Santiago

Nicola Beller Carbone, Juan Pérez Floristán, Luís Tausía, Rafael R. Villalobos.

Francis Poulenc, La Voix Humaine

Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela

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