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Crítica / Lars Vogt, un Beethoven bifronte - por Ramón García Balado

Santiago de Compostela - 07/02/2022

Al pianista Lars Vogt le tuvimos en otra convocatoria de este ciclo, en 2015, entonces  con la Sonata D.958, de F. Schubert, Las seis pequeñas piezas, de A. Schönberg y la Sonata nº 32, en Do m. Op. 111, de Beethoven. Para esta vez con la Real Filharmonía de Galicia, un monográfico beethoveniano con la Sinfonía nº 8, en Fa M. Op. 93 y el Concierto en M b M. Op. 73 (Emperador) en este pianista de acendrada personalidad por su trayectoria que llegó a colaborar con artistas como Thomas Quastoff o Christian  Tetzlaff -buenos amigos suyos-, o el actor Klaus Mª Brandauer y el cómico Konrad Beikirsche, en una nueva proyección artística, mientras  fundaba la Rhapsodie in School.

El espacio camerístico se encuentra entre sus preferencias, habiendo realizado la fundación de su festival en Heimbach, conocido como Spannungen. Un programa que, en principio, tenía previsto un arreglo sobre Seis estudios canónicos de R. Schumann, en tratamiento de Robin Holloway- obra en estreno-, que definitivamente, se quedó en este monográfico beethoveniano, con el aliciente curioso de que el Emperador, pasó a la segunda parte, caso menos frecuente en los planteamientos cotidianos, pero sirva como voluntad del solista/director. Obras próximas en el tiempo pero profundamente distanciadas en su ideario personal.

El Concierto para piano en Mi b M. Op. 73 (Emperador), obra nacida en pleno Congreso de Viena, en 1809, y que participa del espíritu del tiempo, con incierta dedicatoria aunque quedase como Gran concierto, retomando elementos precedentes, prescindiendo de la experimentación y perfeccionando aspectos tanto en el solista como en la orquesta. En esencia un respeto a la forma pertinente desde  el Allegro, que  contiene elementos y episodios extraños y ciertamente humorísticos, exóticos y hasta folklóricos en su animoso planteamiento, en calidad de obra grandiosa de gran empaque, ofrecen un primer tema que muestra detalles  de júbilo y rigor arrolladores.

En el Adagio un poco moto, rebaja el tono en un paréntesis apacible, enmarcado por su tonalidad  y alternando el arrebato del solista mientras  presta una atención al fascinante episodio que muestra la transición, ubicado al final del mismo.

El Rondó: Allegro,  un enlace directo desde el movimiento anterior, se acentúa  por la ausencia común de la pausa, puro brío y exuberancia, abocado por necesidad a la coda y el colofón de apabullante triunfo. Obra ambiciosa de repertorio, para mayor beneficio del solista al tiempo que director.

Confidencias sobre el autor de una apreciación digna de  mención: Beethoven disfrutaba de su ansiado Erard, que Streicher le había facilitado y modificado por sugerencia suya para un nuevo concepto del virtuosismo  que ya no era el de  salón, sino para el teatro, que exaltaba ese protagonismo del solista, convirtiéndole en actor no solo  verdaderamente concertante, sino en la parte más importante de la orquesta. Era conocida la renuncia en el primer movimiento de la tradicional cadencia, como lógica consecuencia de una concepción de la relación solista-orquesta, en la que ese solista ya no es como en el maduro Mozart y como el Beethoven de los tres primeros, un primus inter pares, integrado en la estructura sinfónica  y ni siquiera  como en el cuarto, un soberbio decorador del tejido  orquestal, sino que constituye la base sonora del conjunto instrumental,  la estructura clave del discurso, al igual que la forma que integran los arcos, era la base sonora de la orquesta. Quince años de novedades pianísticas.

Lo dicho, para abrir tarde, La Sinfonía nº 8, en Fa M. Op. 93, obra concentrada y resuelta en un breve espacio de tiempo, da idea de un período de reposo entre Teplitz, Karlbad, Franzensbad y Linz, en donde tuvo un desafortunado encuentro con Goethe, composición de tintes dieciochescos y de cierta ambigüedad, según se mire, en la que recrea rasgos burlescos menos frecuentes, por lo que recibió más de un menosprecio, por parte de quienes esperaban al maestro formulismos programáticos o mensajes cifrados.

Habrá quien encuentre una sentida querencia con su apreciada cantante berlinesa Amalie Sebald, mujer alegre y fascinante. Sinfonía que deja clara la soltura relajante, que le devuelve a su querido Joseph Haydn, por la gracia y el ingenio como resultado de un voluntad estilística a la manera de un amusement, el autor no disimuló la voluntad de eliminar inútiles oropeles para pulir la obra, logrando una partitura agradecida observable desde la primera escucha, dejándonos la sensación de una emancipación espiritual, propia de las obras finales.

El Allegro, Vivace e con brio se manifestó  con seguridad en los dos temas que ayudan a recrear ese movimiento personal, entre festivo e íntimo, adornado por episodios tratados por las maderas con inesperadas modulaciones. El Allegretto scherzando, un definitivo divertissement,  trazado por la cuerda  que marca la línea melódica y las maderas en una respuesta contrastante, dejó una idea que el autor tomó de un tema de J.N. Maalzel, un curioso inventor.

El tempo di minué, dibujado en dos trazos, fue una aproximación a  los recursos estilísticos del ancien régime, apartándose de un posible scherzo, con aire de danza cortesana y el Allegro vivace, de sobrada dimensión, concluyó como perfecto equilibrio en un humorismo jovial y poderoso, con claras audacias armónicas. Ninguna otra sinfonía, a excepción de la Novena había aportando tantos bocetos  y variados apuntes, además de reelaboraciones para cada uno de los cuatro movimientos.

Ramón García Balado           

 

Ciclo Ángel Brage

Lars Vogt.

Real Filharmonía de Galicia.

Obras de L.v. Beethoven.

Auditorio de Galicia / Teatro Afundación, Vigo

Foto © Xaime Cortizo

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