Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / La Philharmonia, formidable orquesta - por José Antonio Cantón

Alicante - 06/05/2024

Anunciada inicialmente bajo la batuta del maestro John Eliot Gardiner, retirado desde el pasado mes de agosto por problemas de salud, la prestigiosa Philharmonia Orquesta  terminaba su gira por España en el auditorio alicantino con la participación de Jean-Guihen Queyras portando un violonchelo de 1696 del lutier piamontés Gioffredo Cappa, con Masaaki Suzuki en el pódium, uno de los mejores intérpretes de Bach con su conjunto musical Bach Cellegium Japan, que fundó en 1990, llegando a ser toda una referencia en la recreación de la música del gran Cantor de la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig como demostró en su visita al ADDA hace diez años haciendo una emocionante Pasión según San Juan.

Su especialización en la música barroca no ha representado el más mínimo inconveniente para dirigir un programa netamente romántico como el conformado por el Concierto para violonchelo y orquesta en La menor, Op. 129 de Robert Schumann y la Sexta Sinfonía en Re, Op. 60 de Antonín Dvořák, obra no muy frecuente en las salas de conciertos, lo que suponía un atractivo añadido a la presencia de la prestigiosa formación londinense.

La fama de Queyras ha traspasado fronteras desde que fuera uno de los intérpretes favoritos de Pierre Boulez para su famoso Ensemble Intercontemporaine especializado en música del siglo XX. Su interpretación de la obra de Schumann hay que entenderla desde una academia bien asumida en lo formal y absolutamente emocional en lo sustancial. De tal modo, expuso con serenidad el amplio tema de apertura del primer movimiento para ir apasionándose en el segundo con sus inflexiones cromáticas y saltos de intervalos a riesgo de precisar la afinación que tuvo instantes de cierta inestabilidad. Todo adquiría normalidad con las indicaciones del maestro Suzuki, especialmente en la manera sorprendente e inesperada de perfilar la re-exposición, momento en el que solista y orquesta se conjuntaron con mejor resultado, destacando por el chelista el pasaje recitado de la coda que preparaba la modulación tonal a modo mayor necesaria para entrar en el segundo movimiento, Langsam (lento), que venía a sucederse sin solución de continuidad, y que terminaría siendo la parte más conseguida por parte de Queyras, en la medida que su instrumento tuvo la oportunidad de reflejar el mejor carácter cantabile que puede ofrecer su preciosa entonación.

En el tercer tiempo, buscó contrastar la audacia del primer motivo con el sentido íntimo que se desprende del segundo, hasta llegar a la cadencia que antecede a la coda final, otro de los momentos felices de su actuación, que tuvo su reafirmación en la terminación del concierto. El maestro Suzuki aprovechó de la orquesta la seguridad técnica de la que hace gala, que le permitía demostrar cómo tiene más que experimentada y asumida estéticamente esta obra dentro de su amplio repertorio enriquecido a lo largo de casi ocho décadas.

Como detalle para con el público, Queyras alcanzó lo mejor de su arte con la hermosa y a la vez sugestiva zarabanda de la Cuarta Suite para violonchelo, BWV 1010 de J. S. Bach, consiguiendo el destilado canto mantenido de su línea melódica que destacaba en todo instante como orientación armónica de su acompañamiento, lo que resultaba muy complicado lograr desde un único instrumento como era el caso. Este violonchelista demostraba así una alta capacidad virtuosística que funcionó con menor brillantez en la interpretación de la obra de Schumann.

La orquesta mostró sus mejores credenciales en Dvořák ante el director que se mostraba más suelto de gesto, lo que le permitía una mejor prestancia en medida y expresividad. El sustento popular de la obra fue la preocupación permanente de Suzuki haciendo énfasis en todo momento de sus fuentes folclóricas eslavas sin olvidar las influencias armónicas e instrumentales de Brahms, a quien el compositor bohemio profesaba una profunda admiración. La Philharmonia Orchestra mostró su identificación con el allegro que abre la sinfonía haciendo muy agradable su escucha al ir descubriendo el sentido épico de su efervescente desarrollo sonoro incluso en su estática conclusión. El director se valió de la sustanciosa brevedad del Adagio para hacer valer la musicalidad camerística de las distintas secciones instrumentales de la orquesta, que fue llevada a un furioso estímulo rítmico en el Scherzo muy acertadamente contrastado con la tranquilidad juguetona con la que indicó su trío, para terminar la interpretación de la obra con un aire lúdico y despreocupado sólo alterado por la intensidad demostrada en la parte central del movimiento, que llevaba a que se recordara de nuevo la figura de Brahms.

Como remate de un concierto en el que prevaleció la bondad artística y el rigor profesional de la orquesta, Suzuki dirigió la dumka que contiene la Danza eslava Op. 72-2 de Dvořák con marcada elegancia. Causó gran curiosidad en la audiencia el que sustituyera la batuta por el triángulo, hecho no exento de cierto humor por su parte.

José Antonio Cantón

 

Philharmonia Orchestra

Solista: Jean-Guihen Queyras (violonchelo)

Director: Masaaki Suzuki

Obras de Antonín Dvořák y Robert Schumann

Sala sinfónica del Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA), 27-IV-2024

 

Foto © Camilla Greenwell

94
Anterior Crítica / De Adams a Beethoven con toque americano previo - por José M. Morate Moyano
Siguiente Crítica / Contemporaneidad y solvencia en trío - por Luis Mazorra Incera