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Crítica / La Orquesta del Festival de Budapest sorprende por sistema - por Darío Fernández Ruiz

Santander - 21/08/2024

De orquesta atípica se ha calificado, no sin razón, a la del Festival de Budapest, fundada y dirigida por Ivan Fischer hace más de cuarenta años. La afición cántabra la conoce relativamente bien y puede dar buena y feliz cuenta de ello, por cuanto su presencia en la corriente edición del Festival Internacional de Santander es la tercera en los últimos años. No es que en este caso los húngaros llegaran al extremo que supuso su última participación en las PROMS londinenses, en una de cuyas veladas fabricaron una suerte de sinfonía fantástica en cuatro movimientos a partir de la elección que para cada uno de ellos hizo el público de entre una lista de doscientas sesenta y cinco posibilidades. No llegaron a ese punto de excentricidad, ya digo, pero sí se esforzaron por sorprender, por agradar, y lograron dar más de lo que la concurrencia esperaba, que era y es mucho.

Para empezar, agradó el bien concebido programa, que comenzaba por la Obertura sobre temas hebreos de Prokofiev, continuaba con el Concierto para violín y orquesta nº 2 de Bartók y concluía con la Sinfonía nº 7 de re menor de Dvořák; es decir, una pieza breve y sencilla para abrir boca, una bastante más larga y compleja para centrar al oyente y una última, verdadera obra maestra, que ofrece más oportunidades de disfrute y plantea menos exigencia al oyente poco entrenado, de los cuales nos pareció encontrar una cuota muy significativa entre el numeroso público asistente.

La estructura convencional de la Obertura, el protagonismo compartido por todos los instrumentos -con un destacado papel para clarinete y violonchelo- y su aire ligero y festivo quedaron perfectamente expuestos en una lectura leve, transparente, ágil (8’50’’) y abundante en esos marcados contrastes dinámicos que tanto gustan y tan bien ordena Fischer. 

El Concierto para violín nº 2 de Bartók (16’44’’, 10’01’’, 12’04’’) supuso el retorno de la violinista Patricia Kopatchinskaja al Festival Internacional de Santander diez años después de su debut en el escenario de la Sala Argenta con idéntica obra y la London Philharmonic a su lado. Decir de ella o de su interpretación que posee(n) una personalidad arrolladora es quedarse imperdonablemente corto. Hay algo en su manera de estar y moverse en el escenario que le hace especial. Se diría que recorre su cuerpo una corriente eléctrica de alto voltaje, que necesita estar descalza para tener una toma de tierra, un contacto íntimo con este mundo para no dejarse llevar en exceso por la pasión que la consume. Y a juzgar por lo visto y escuchado, algo de ello debe haber. No importa que la Kopatchinskaja toque con partitura una obra que, por lo demás, conoce muy bien y ha llevado al disco, con muy buena acogida por parte de los críticos. Tampoco importa que la intensidad descomunal que imprime al arco y a las cuerdas resulte en fugaces deslices; lo que importa es el fraseo incisivo, cortante y el temperamento volcánico que entiende y recrea una partitura de complejidad extrema como si le fuera la vida en ello, causando un verdadero impacto físico.

En semejantes términos podría uno referirse a la versión de la Séptima de Dvořák que firmó Fischer (11’25’’, 9’47’’, 8’02’’, 10’02’’). El contraste con la que ofreció Lorenzo Viotti de esta misma obra al frente de la Filarmónica de Viena en Oviedo el pasado mes de junio, por citar un ejemplo próximo en el tiempo y el espacio, no puede ser mayor ni el balance crítico más positivo para Fischer e incluso para su orquesta, que no posee el sonido redondo y bruñido de aquella, pero sí un nivel muy alto en todas sus secciones. De Fischer, se ha ponderado su sobriedad y seguridad; también se ha dicho que respira con sus músicos, que su gesto es adusto, pero amplio. Su técnica, añadiría yo, resulta sorprendentemente natural y tan depurada que se permite hacer indicaciones con el meñique de su mano izquierda. Claridad expositiva, clímax perfectamente construidos, planos y voces siempre distinguidas, tempi bien elegidos, expansión y justa expresividad fueron las claves de una lectura coherente que, a diferencia de la de Viotti, nos devolvió un Dvořák reconocible y, a juzgar por los aplausos, muy disfrutado.

A ese gozo también contribuyeron, aunque lógicamente en menor medida, las dos curiosas propinas con que obsequiaron al público: una simpática transcripción para violín y violonchelo del Presto en do menor Wq 114/3 para teclado de Carl Philip Emanuel Bach a cargo de la Kopatchinskaja y el chelista de la orquesta Péter Szabó y “Hoře” (Dolor), extraída de los Duos moravos, op. 38 de Dvořák, que, como viene siendo habitual, nos permitió admirar lo bien que canta -literalmente- esta orquesta.

Darío Fernández Ruiz

 

73 Festival Internacional de Santander.

Patricia Kopatchinskaja, violín.

Orquesta del Festival de Budapest.

Iván Fischer, director.

Obras de Prokofiev, Bartók y Dvořák.

Sala Argenta del Palacio de Festivales.

 

Foto © Pedro Puente para al FIS

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