Nada mejor que la música en medio de una crisis como ésta. La cuarta edición del Festival de música de cámara de Isla Cristina ha echado a rodar. Enrique Adrados y Danka Nikolic aúnan esfuerzos un año más donde la mascarilla se prescribe incluso a los artistas. Debemos renovar nuestros ánimos en la propia música. Ya lo decía Don Quijote: “Donde música hubiere cosa mala no existiere”.
Buen sabor de boca en Albinoni y Telemann; aquí la Orquesta barroca de Sevilla imprime la solemnidad y el empaque característicos del siglo XVIII. El arranque efusivo del concierto llevó a un lento con toda la magia veneciana que se coronó en un Finale ricamente empastado. La segunda parte tenía como pórtico y cierre el brío y la tensión de las grandes oberturas germánicas, también con su íntimo rincón en ese bonito mi bemol mayor del tercer movimiento. Los hispalenses se retratan aquí como especialistas al mostrar el carácter de la época y la partitura.
Creó expectación la presencia del clavecinista alemán Michael Behringer, que abordó dos conciertos de Juan Sebastián Bach. Tocaba con solvencia y exquisitez estas composiciones, donde era muy grato disfrutar con la inventiva del compositor en su etapa del Collegium Musicum de Leipzig. Llamaba la atención las notas de adorno extra de los episodios solistas, como ocurriese en el Allegro del concierto B.W.V. 1054. Memorables los movimientos lentos, que dejaban a flor de piel la sensibilidad del solista, arropado por una cuerda que dosificó su dinámica para equilibrar el sonido. Por el contrario, en los restantes movimientos faltaron matices en los violines y las violas, con tal de evitar un fraseo monótono.
Danka Nikolic se adentraba en la viola de amor, instrumento exótico del Barroco prescrito para dos conciertos de Vivaldi. Se la escuchó correcta, pero no era un lenguaje en que la instrumentista esté como pez en el agua. En los movimientos rápidos el discurso avanzaba con impaciencia y el timbre natural de la viola de amor no se expandía. Sin embargo, la musicalidad en los lentos ganaba y se cuidó la textura de la orquesta y el solista.
Resaltamos las prestaciones del chelo y la viola da gamba bajo en sendas manos de Ruiz y Rico. Cuando subrayaban los cimientos de las obras contrapuntísticas, todo sobraba muy grato y los lentos de Bach fueron antológicos.
Del concierto de Isla Cristina no podemos rehuir la controversia historicista respecto a número de ejecutantes. Ciertamente, seis músicos venía a ser insuficiente en los conciertos elegidos de Bach y Vivaldi pues hace falta corpulencia y juego de texturas. De hecho, sonó descompensado el primer movimiento del R.V. 392 y el Finale del B.W.V. 1058. Habría sido ideal contar entre doce y quince músicos.
De propina eligieron el concierto R.V. 540 de Vivaldi, donde ofrecieron añadidos no presentes en el original: cambio de laúd por el clave, distinta melodía en el clave y pizzicato de la orquesta.
Marco Antonio Molín Ruiz
IV FESTIVAL DE MÚSICA DE CÁMARA DE ISLA CRISTINA
Danka Nikolic (viola de amor), Michael Behringer (clave y dirección) y Solistas de la Orquesta Barroca de Sevilla. Obras de Albinoni, Vivaldi, Bach y Telemann. Teatro “Horacio Noguera” de Isla Cristina. Huelva