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Crítica / La música de Josué Bonnín de Góngora, o la emoción del sonido - por Ignacio Gómez de Liaño

Madrid - 05/12/2024

Fue el filósofo, poeta, novelista y profesor universitario Ilia Galán quien me notificó –lo que le agradezco mucho- el concierto de piano que iba a dar Josué Bonnín de Góngora en el Auditorio Nuevas Dependencias Casa del Reloj de Madrid.

Se trataba de composiciones realizadas por el propio Bonnín, al que yo no escuchaba, directamente, desde hacía bastante tiempo. Me pareció que eso del “reloj” era un símbolo muy adecuado para la música en general y, sobre todo, para una música interpretada de forma tan precisa, tan exacta, tan rigurosa como es la que vimos ejecutar a Bonnín de Góngora. Pero también percibí en la música de Bonnín otro aspecto, que a veces asociamos, a las horas, a los minutos, al reloj… Ese aspecto era la emoción. Las honduras oceánicas de la emoción.

Lo asombroso era que nuestro músico-intérprete lograba enmaridar, en el geométrico teclado del piano, lo exacto con lo emotivo, lo matemático con lo poético, lo romántico con lo clásico. No menos que las variadas formas de emoción que fluían de sus composiciones me impresionó su maestría al interpretarlas, lo que a menudo requería un virtuosismo, no sé si paranormal, que me parecía extraído de un raro laboratorio, digo, del mundo de los sueños.

Miniaturas, Evocación, así se titulaban algunas de las composiciones. En efecto, se trataba de una música afinada en los más inverosímiles detalles. Y era también una música hecha para despertar la evocación, el océano de los recuerdos. Yo, que no soy crítico musical, ni experto en música, aunque reconozco que mi primera vocación fue la música, allá cuando tenía trece o catorce años, que luego abandoné por la poesía, yo –digo-, al escuchar la música de Josué, me venía el recuerdo de composiciones que he escuchado a menudo por el encantamiento que me captaba al escucharlas.

Eran composiciones de Erik Satie, Gabriel Fauré, Claude Debussy, Enrique Granados, incluso Isaac Albéniz. Y, también, de Wagner, Mahler… Músicos, todos ellos, de un mundo finisecular. Y me venía también el recuerdo de otro gran pianista y amigo, el canario Pedro Espinosa, al que escuché con frecuencia y que ya no está entre nosotros.

Entiendo que el numeroso público que llenaba la sala de la Casa del Reloj aplaudiese de forma apasionada, pues seguramente se sentía cautivado, sobrepasado, por la emoción que habían suscitado en su espíritu las composiciones de Josué. Es la suya, me atrevo a decir, una música ultrarromántica hecha con la precisión del reloj ideal que da nombre al lugar donde nos encontrábamos. Digo ultrarromántica, porque lo que el músico Josué Bonnín de Góngora pretendía, a mi entender, con su concierto era que los que lo escuchábamos nos sintiésemos estremecidos por el vibrar de emociones que nos brotaban de los sentimientos más profundos.

Ignacio Gómez de Liaño

 

Auditorio Nuevas Dependencias Casa del Reloj, Madrid.

Josué Bonnín de Góngora, piano.

 

Foto © María Díez

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