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Crítica / La muerte del Romanticismo - por Juan Gómez Espinosa

Madrid - 06/03/2023

Una reunión de amigos para enterrar el Romanticismo. En eso consistió el concierto ofrecido en el Auditorio Nacional el pasado viernes dentro del Liceo de Cámara XXI del CNDM.

Y cumplió con creces su objetivo. Que sí, que sí, que el Romanticismo tuvo su función para liberarnos de encorsetamientos clasicoides, y que consiguió sacar los ombligos a la calle y esponjarlos. Pero también es cierto que, como todo en la vida, había que acabar con él, sobre todo cuando iba convirtiéndose en un fósil lacrimógeno. Las generaciones nacidas a finales del siglo XX se encargaron de comenzar el romanticidio. Y lo consiguieron.

El concierto del viernes mostró ejemplos de estos autores, concretamente de los franceses, donde las ataduras decimonónicas se rompieron a base de combinaciones sonoras novedosas (desde modos -algunos retomados del pasado y estilizados- hasta escalas exóticas, pasando por armonías alejadas de la simple triada) y apuestas por el ambiente de la música menos académica (tango, vals, jazz...). Aunque los franceses, por lo general, no llegasen a la ruptura radical con la tonalidad de, por ejemplo, los germanos, sus discursos posibilitaron una vanguardia posterior que influiría en la composición mundial.

El concierto debía empezar, justamente, con el cuarteto de un compositor francés actual, Jean-Fréderic Neuburger, pero no pudo ser. Así pues, se cambió a un... Joaquín Turina. Parece que poco tiene que ver el sevillano con el concepto del concierto. Bueno, pues bastante. Vale que Turina tiende hacia la postal folclórica, pero también es cierto que su aventura francesa, y la influencia de Albéniz y Falla, le aportaron algunos rasgos interesantes a sus estampas, que de otro modo podían haber caído en pandereta y olé.

La oración del torero no es una obra maestra (Turina no las tiene), y abusa de las escalas andaluzas, la sensiblería y la ambientación tópica, pero incluye algunas sonoridades propias de las novedades francesas del momento (sobre todo en la sección central).

La obra sonó desde los arcos del cuarteto Modigliani, que demostró, incluso con una obra medianera como esta, por qué es de las mejores formaciones camerísticas actuales: un sonido absolutamente compacto, coordinación perfecta de ritmos y matices, dinamismo constante incluso en las secciones lentas, virtuosismo, esos son los rasgos del Modigliani. Y, por encima de todo, mantiene una posición indispensable para la música antirromántica: posición de distanciamiento. Nada de sensiblerías ni de expresividades histriónicas.

El Modigliani puede ser lírico, intenso y tomarse licencias rítmicas, y resulta evidente que disfruta con los compases, pero no necesita de ostentación ni gestos superfluos. Una actitud propia de quien en un funeral puede sentirse totalmente devastado sin arañarse los mofletes ni gimotear. Justamente lo que se requiere para acabar con los vicios románticos.

Después de Turina, el Modigliani se lanzó a esa obra maestra (esa sí) que es Debussy, uno de los primeros y principales y mayores asesinos del Romanticismo. Su cuarteto sonó de manera magistral. Habría sonado así incluso sin haber sido ni de Debussy ni de la época, porque los Modigliani lo abordaron con todos los rasgos interpretativos que ya he citado, y de ahí no puede salir nada malo. Pero, en este caso, siendo la obra que era, resultó perfecta, porque el mismo Debussy habría estado orgulloso del distanciamiento. No hubo movimiento mediocre, e incluso se llegó a acariciar la conmoción en el tercero.

La segunda parte del concierto comenzó con los hermanos Del Valle y Poulenc, un francés mucho más joven que Debussy pero que continuó con su aventura antirromántica; con bastante más humor, eso sí, y music hall. Fue, además, bastante dado a la formación de dos pianos, para la cual compuso obras capaces de sacarle petróleo al dúo. Pero, claro, para ello necesitas buenos mineros, y los del Valle los son, sin duda.

Además de virtuosismo técnico (individual y a duo), los hermanos poseen una comunicación y un gusto por el disfrute que le dejan la boca abierta al público; ojo: su espectacularidad nunca es gratuita ni chabacana. En el Capriccio d’après ‘Le bal masqué’, los del Valle fueron los intérpretes perfectos para una de las mejores y más personales obras de su autor.

También lo fueron, por supuesto, en L’embarquement pour Cythère, pese a que esta pieza no es que sea de las peores de Poulenc, sino que si se perdiese de los catálogos la historia de la música no se resentiría nada (es una obra simple, cursi y facilona; Francis también tenía momentos así, como buen ser humano).

Tras Poulenc, otro francés brillante, colorista, antirromántico y cachondo: Milhaud. Los de Valle conocen bien su Scaramouche, y lo mismo dialogan con todo el gusto en el segundo movimiento que bailan y nos hacen bailar con la samba final.

Finalmente, todos los amigos tomaron el escenario para interpretar esa maravilla que es El carnaval. De acuerdo: al autor no le gustaba demasiado, la consideraba una obra menor o poco menos que un divertimento, pero, y con el mayor cariño, ¿a quién le importa el muerto? Camille ya respiró en su momento, e incluso en su juventud algo ayudó a ir envenenando el Romanticismo, pero tuvo la desgracia de vivir muchísimos años y convivir con numerosas alternativas musicales. En un caso así, o te echas a un lado, o asimilas cambios o te conviertes en un anciano cascarrabias. Camille optó por la tercera opción. Pero el caso es que ya no es ni abono, así que... disfrutemos de una de las obras más imaginativas y divertidas que se han compuesto nunca.

Los del Valle, los Modigliani, Mosnier, Barragán, Dubost y Serafimova se lanzaron a ella con todas las ganas y el encanto. Y realizaron una interpretación integral, uniendo la musical a la escénica (con “huida” del clarinetista y sorpresa acústica incluida o práctica de gag a partir de “Pianistas”). Y así, gracias al distanciamiento que permite dominar la interpretación pero también ser consciente de las emociones, se consiguió acabar con el Romanticismo. Le quedamos muy agradecido por todo lo que favoreció, pero es más sano ponerle una vela que quemarlo.

Juan Gómez Espinosa

 

CNDM. Ciclo: Liceo de Cámara XXI. Temporada 2022/2023.

Obras de: Joaquín Turina (La Oración del torero, Op. 34), Claude Debussy (Cuarteto de cuerda en sol menor, op. 10), Francis Poulenc (Capriccio d’après ‘Le bal masqué’, FP 155; L’embarquement pour Cythère, FP 150), Darius Milhaud (Scaramouche, op. 165b) y Camille Saint-Saëns (El carnaval de los animales).

Intérpretes: Luis y Víctor del Valle (pianos), Cuarteto Modigliani, Magali Mosnier
(flauta), Pablo Barragán (clarinete), Yann Dubost (contrabajo) y Vassilena Serafimova (marimba).

Fecha y lugar: 4 de marzo de 2023, Auditorio Nacional de Música (Sala de Cámara).

 

Foto © Elvira Megías

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