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Crítica / La monumental Missa solemnis clausura la temporada de la OCNE - por Simón Andueza

Madrid - 25/06/2024

Enfrentarse a la interpretación de la Missa solemnis de Ludwig van Beethoven (1770-1827) es un hecho que en sí mismo es una auténtica proeza, puesto que estamos hablando de una de las obras más abrumadoras de Beethoven, y puede ser considerada como una de las obras maestras de la historia de la música. Además, hacerlo, como David Afkham lo hizo, al frente de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE) quienes deben abanderar la interpretación de la música sinfónico coral de este país, nos da una idea de la relevancia musical, conceptual y de responsabilidad cultural que este hecho debe suponer en la preparación previa y en el momento de subir al podio para el director titular de la OCNE.

Y es que captar la inmensidad de la visión de Beethoven en la Missa solemnis siempre ha sido un gran desafío intelectual y emocional, una tarea no menos exigente que el estudio paciente que se requiere para cualquier persona ansiosa por sumergirse en la complejidad de sus proyectos vitales más preciados. Debido a que la obra había llegado a significar tanto para su compositor durante los años que estuvo trabajando en ella, le dio gran importancia tanto a su presentación al público en forma impresa como a su representación. Beethoven mantuvo una vasta correspondencia con editores, empresarios, representantes y mecenas de diversos tipos con el fin de asegurar un destino digno para su Gran Misa.

La consideró su mayor obra. Al principio de la partitura escribió: “Von Herzen – möge es wieder zu Herzen gehen!” (Quisiera que volviera a llegar a los corazones). Si alguna obra de sus últimos años revela la complicada visión de la existencia de Beethoven, esa es la Missa solemnis más que la Novena Sinfonía, que es un vigoroso himno a la hermandad y a las aspiraciones humanas, mucho más que los últimos cuartetos de cuerda que están demasiado alejados de esa espiritualidad.

Una misa anterior de Beethoven, la Misa en do, compuesta en 1807, se inspiró en las Misas de Haydn. A diferencia de muchas de sus obras del período medio, no amplía las convenciones de la forma ni revela nada de la fuerza hercúlea que Beethoven ya estaba mostrando en sus sinfonías. Por lo tanto, la Missa Solemnis es un documento que nos dice mucho sobre la fe beethoveniana y su concepto de lo divino.

La grandeza de esta obra es la forma en que el compositor representa la majestad de Dios. En lugar de escucharlo como una declaración de fe (como se expresa más obviamente en las palabras del Credo), deberíamos mirar más allá de lo meramente semántico, sabiendo que busca algo fuera de nuestra comprensión. Para lograrlo, la música también tuvo que ir más allá del lenguaje musical convencional, alcanzando sonidos que en sí mismos desafían nuestra comprensión. No podemos captar la naturaleza interna de esta música de un modo superficial, puesto que aquí de lo que se trata es, nada más y nada menos, que de intentar definir a la divinidad.

En esta magna obra el coro mantiene una importancia fundamental en todo momento, y a menudo se le pide que cante en un rango extremo con figuras angulosas, saltando o en un tono realmente incómodo. Son comunes los contrastes violentos entre lo descaradamente extrovertido y lo más sutil. La independencia de las voces y la resistencia que se exige a todos los cantantes son excepcionales. En sus últimas obras, Beethoven tenía un interés obsesivo por la fuga, de modo que aquellas partes de la Misa tratadas convencionalmente como fugas (las secciones finales tanto del Gloria como del Credo) están revelando un aspecto personalísimo de sus últimos días que no es apreciable a primera vista.

Toda esta introducción creo que es necesaria para que nos pongamos en situación de entender la trascendencia que supuso este cierre de temporada de la OCNE.

David Afkham se aupó al podio del Auditorio Nacional al frente de una orquesta que cubría todas las exigencias formales de la partitura y con un coro que mimó su composición con algunos aumentos en distintas cuerdas para poder cumplir con las supra humanas exigencias de esta creación. Pudimos escuchar una numerosa formación vocal de 22 sopranos, 24 mezzosopranos, 22 tenores y 21 bajos que no tuvieron problema alguno en superar los superlativos decibelios de la orquesta, ni en los momentos en los que hubo registros vocales más extremos.

La implicación que debe tener un director ante tal creación musical excepcional debe estar en consonancia con ella, y nos dio la impresión de que en los pasajes de máximo vigor y luminosidad, estos no llegaron a alcanzarse de un modo óptimo.

Así, sonaron majestuosos, solemnes, y con una sonoridad realmente rebosante los primeros números de extrovertida creación. Kyrie y Gloria fueron ejecutados con vehemencia y descaro por todos los intérpretes, pero quizás con falta de esa energía interna luminosa, necesariamente implicada y trascendente que las piezas necesitan para alcanzar una justa interpretación.

La complejidad creativa del Credo ya comenzó a regalarnos momentos de sutil belleza y espiritualidad bien entendida gracias al control de planos sonoros que fueron unos placenteros bálsamos para nuestros oídos, a partir de secciones como Sub Pontio Pilato.

El cuarteto solista vocal que pudimos felizmente presenciar fue de un nivel técnico realmente sobresaliente. Sarah Wegener, de voz poderosa, sutil, de bello timbre y rotundidad en cada vehemente dicción de su siempre comprensible canto, mostró una calidez interpretativa de su parte extraordinaria. Wiebke Lehmkuhl, mezzosoprano de exquisita limpieza en su fraseo, y de riqueza tímbrica asombrosa convirtió en deliciosa cada intervención propia. El barítono Ashley Riches asombró a la concurrencia en el registro extremadamente agudo ideado por Beethoven para su voz con una sutil y delicada interpretación en el pianissimo, merecedora de todos los elogios al escapar del fácil recurso de ejecutar tales notas con un poderoso forte que indudablemente el intérprete inglés posee. El tenor Maximiliam Schmitt por su parte mantuvo el alto nivel musical y técnico que posee el resto de sus colegas atesorando una clara línea vocal que mantuvo un flexible diálogo de música de cámara con ellos, algo muy de agradecer.

Pero el momento realmente excepcional de la velada fue el correspondiente al Agnus Dei. El número final de la Missa Solemnis, de inusitada inspiración musical, realmente presagia la trascendencia del mensaje de su texto, y sin duda alguna busca la redención de los pecados mundanos de un inteligentísimo genio creador que vislumbra de cerca la muerte, con la urgencia que crean las cercanas guerras que presenció. La magia del arte musical surgió cuando la concertino, Valerie Steenken, se levantó de su silla para interpretar las notas de violín solo que acompañan a esta soberbia creación durante su extensa duración. De inusitada poesía, la bellísima sonoridad del violín de Steenken sobrecogió a todo el auditorio, creando un momento musical único que reconforta el alma y que quedará en la memoria del espectador por mucho tiempo. Pero no solo podemos destacar la intervención extraordinaria de la violinista alemana, sino que la intervención en los timbales de Rafael Gálvez que interrumpe la partitura y que tanto ha dado que hablar a los estudiosos de esta monumental composición, fue de una sutilidad tan frágil como necesaria para su correcta inclusión en la partitura.

El público asistente no pudo más que rendirse a tan magna obra rompiendo en acalorados aplausos y en sonoros vítores con una prolongada y entusiasta ovación que hace justicia a lo que el genio de Bonn supo plasmar. Especialmente encendidos y vitoreados fueron los dedicados a los miembros del Coro Nacional de España, cuando estos fueron levantados de sus asientos tanto por su director titular, Miguel Ángel Cañamero, como por su subdirector, Esteban Urzelai.

Simón Andueza

 

Ludwig van Beethoven: Missa solemnis

Sarah Wegener, soprano, Wiebke Lehmkuhl, contralto, Maximiliam Schmitt, tenor, Ashley Riches, bajo-barítono.

Orquesta y Coro Nacionales de España, David Afkham, director.

Ciclo Sinfónico de la Orquesta y Coro Nacionales de España.

Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid. 21, 22 y 23 de junio de 2024.

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