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Crítica / La Mérope de Terradellas vuelve a la luz - por Simón Andueza

Madrid - 25/02/2025

La presente temporada del Teatro Real está inmersa en un cambio fundamental tanto para los propios programadores del coliseo madrileño como para el público, ya que a la programación tradicional de las óperas de su propia temporada, con todo lo que ello conlleva (aparataje escénico, semanas intensas de decenas de ensayos, centenares de personal alrededor de una misma producción que no participan en la representación propiamente dicha…), se están añadiendo paulatinamente producciones a menor escala que realizan un papel fundamental en la recuperación de un repertorio infrecuente en el circuito tradicional de los grandes teatros de ópera que permite sacar a la luz fascinantes obras injustamente olvidadas para la inmensa mayoría de los melómanos, ya sean eruditos o no, tanto de nuestro propio patrimonio como del resto de títulos a nivel global.

Además, debemos remarcar una vez más la plena normalización de representar estas creaciones con un criterio históricamente informado, y ya no es raro encontrar instrumentos infrecuentes hasta hace muy pocos años en nuestro querido Teatro Real, antes solo destinados a ser contemplados en las vitrinas de un museo.

Tal y como pueden imaginar por lo anteriormente expuesto, la presente ópera fue interpretada en versión de concierto.

Francesco Corti, superada la barrera de instrumentista virtuoso y convertido en la actualidad en experto director operístico de partituras poco frecuentes con algunos de los conjuntos instrumentales historicistas más reputados del panorama internacional, se puso al frente nada más y nada menos que de la Akademie für Alte Musik Berlin como clavecinista y como director, contando con un reparto vocal, a priori, de primer nivel.

La Mérope, estrenada en Roma en 1743, con libreto de Apostolo Zeo, es una de las creaciones de Doménec Terradellas (1713-1751), nacido en Barcelona y alumno aventajado en la catedral de Barcelona de Francesc Valls, quien pronto se estableció en Nápoles, con 19 años. Su obra es absolutamente característica del denominado estilo napolitano, forjado en el en el reputado Conservatorio dei Poveri di Gesù Cristo con Francesco Durante y Gaetano Greco. Su obra está escrita fundamentalmente en italiano, y es conocido en Italia como Domenico Terradeglias, lugar en donde desarrolló su vida, tras sus estancias en Londres, Bruselas y París, hasta la muerte.

La Akademie für Alte Musik Berlin, orquesta de cámara bien arropada por la concha acústica instalada en el escenario del teatro, mostró el característico sonido de una orquesta estable formada por instrumentistas que emplean instrumentos originales de la época barroca o copias fidedignas y que obtiene un sonido de mayor calidez y expresión con menor carga sonora que una agrupación moderna.

La orquestación de la partitura es de una inspiración máxima, y a las cuerdas se le suman unos instrumentos absolutamente fundamentales para esta ópera, tanto en concepción como en desarrollo de alguna de sus arias. Así, destacaron sobremanera los flautistas Laure Mourot y Emiko Matsuda en su destacado papel solista y de creación de afectos barrocos, aportando dulzura y ligereza en sus intervenciones. Asimismo, fueron determinantes las intervenciones del resto de los instrumentistas de viento, los dos oboes, las dos trompas y las dos trompetas, sumadas a la rotundidad impuesta por los timbales por Francisco Manuel Anguas Rodríguez en los números triunfales o de mayor rotundidad.

La cuerda se mostró en todo momento compacta y comprometida a las órdenes del maestro Corti, en donde sobresalió la violonchelista Luise Buchberger como parte del sólido y solícito bajo continuo, conformado además por el tiorbista Michael Freimuth y el clavecinista Raphael Alpermann. El propio Francesco Corti pudo demostrar su virtuosismo en el clave, añadido al de Alpermann, en los recitativos cuando cesaba su labor como director, enriqueciendo sobremanera las labores del bajo continuo con sus efervescentes y apropiados arpegios.

El reputado elenco vocal solista quedó eclipsado por la presencia en él de la soprano Francesca Pia Vitale, quien encarnó a Epitide, único hijo con vida de la protagonista que desarrolla un sinfín de emociones desarrolladas por el libretista, y que contiene algunas de las más inspiradas, difíciles y exigentes arias de la ópera. Desde el primer momento en que apareció en escena, Vitale encarnó el rol de Epitide prácticamente como si presenciáramos la ópera escenificada, encarnando de un modo veraz a su personaje como una actriz en una obra de teatro. Su uso de la partitura fue mínimo, en comparación con el resto del elenco, evidenciando un estudio concienzudo de su papel, que además constaba de multitud de recitativos y arias de una dificultad verdaderamente plausible. Por si este hecho no fuera suficiente, Francesca Pia Vitale mostró unas cualidades técnicas asombrosas, como un dominio absoluto del extensísimo registro ideado por Terradellas para el rol, un volumen formidable que pasaba en todo momento a la orquesta, un fiato sobresaliente, pero también mostrando un manejo de la prosodia del italiano sobresaliente. Podemos citar dos ejemplos, el aria que cerró el primer acto, de brillantez máxima, tanto por fraseo musical como por la excelente instrumentación ideada por el compositor catalán, y la ensoñadora y extensa aria del tercer acto L’augeletto (El pajarillo), consistente en un ingenioso juego imitativo entre la melodía de la soprano con las flautas traveseras, que fue interpretado de un modo absolutamente delicioso por Vitale.

El tenor Valerio Contaldo denotó un buen dominio del fraseo italiano y de la compleja expresión de su personaje, necesitando quizás de un espacio sonoro menos denso y sonoro en su interpretación del villano Polifonte. Paul-Antoine Bénos-Djian, contratenor, exhibió gran solidez técnica en el grave registro ideado para el rol de Trasimede, y fue un gran profesional en cada una de sus intervenciones. La soprano protagonista, Emőke Baráth, adoleció del dominio de la partitura, aunque mostró un gran dominio técnico de su instrumento, dotado de un bello timbre.

Francesco Corti sigue demostrando allá donde vaya que es un valor seguro, inspirador, apasionado y comprometido para afrontar un reto tan complejo como el que pudimos disfrutar en la velada madrileña, puesto que conferir al espectáculo las cualidades de ser creíble y ameno, y dotarlo de la gran altura musical que presenciamos es una proeza digna de toda alabanza, más teniendo en cuenta la duración del espectáculo, de más de tres horas de música.

Simón Andueza

 

La Merope. Domènec Terradellas

Emőke Baráth, soprano, Francesca Pia Vitale, soprano, Paul-Antoine Bénos-Dijan, contratenor, Valerio Contaldo, tenor, Sunhae Im, soprano, MargheritaMaria Sala, mezzosoprano, Thomas Hobbs, tenor.

Akademie für Alte Musik Berlin, Francesco Corti, clave y dirección.

Teatro Real, 21 de febrero de 2025, 19:30 horas.

 

Foto © Javier del Real | Teatro Real

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