Este pasado domingo, día 30 de enero, tuvimos la oportunidad de presenciar el concierto que ofreció, formando parte del ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical, la agrupación de interpretación histórica Balthasar Neumann Chor y Ensemble, dirigida por Thomas Hengelbrok. El programa se halló comprendido íntegramente por la Misa en si menor de Johann Sebastian Bach, solemne gran misa católica que llegó a ser considerada como la más grande obra musical de todos los tiempos y de todos los pueblos, así como entendida a la manera de un compendio de las características que conformaron la personalidad artística del lenguaje propio del músico alemán.
En el Kyrie, la presentación del discurso estableció una sonoridad homogénea, con poca proyección de las cuerdas en relación a las voces, aunque con una interesante alternancia de secciones de solo y de tutti para el propósito de generar contrastantes planos dinámicos que enfatizaron considerablemente la afectividad intrínseca del texto. El coro mantuvo su solemnidad y su equilibrio, con un maravilloso colorido en los solistas, fundamentado en un empaste, una afinación y una dicción del texto que no perdió en ningún momento su firmeza, considerando predominantemente el claro componente de densidad armónica de la producción del compositor germano.
La preponderancia compacta de la cuerda en el Christe, enfatizando la correcta presencia de las voces solistas, retomó la tercera parte de un Kyrie nuevamente solemne e incluso introspectivo, con un concepto artístico evolutivo y creciente, desarrollado de manera excelsa a través de la integración sonora de un bajo continuo espléndidamente elaborado hacia una majestuosa culminación.
En el Gloria, la interpretación apasionada y arrebatada, con un colorido protagonista en el timbre tanto de trompetas como de timbales, resaltó a nivel emotivo la exclamación de alabanza a la divinidad en la dicotomía entre lo divino y lo humano, reflejándose en el Et in terra pax este segundo aspecto de una forma absolutamente dulce, calmada y delicada.
En el Laudamus, la enunciación del texto comportó un hermoso registro vocal solista, con una nítida pronunciación y dicción del mismo, en combinación con un violín solista que estableció una sustentación protagonista adecuada, pero en la que se pudo echar en falta una mayor proyección sonora, una articulación más definida y un diálogo bastante más concertado, al producirse pequeños desajustes.
El Gratias recuperó un sonido sumamente intimista y compenetrado de los traversos solistas, en los que destacó un precioso balance, con extraordinaria afinación y proyección en unos instrumentos habitualmente limitados en este parámetro, con una buena respuesta del acompañamiento de la orquesta.
En el Qui tollis, el coro transmitió la afectividad inherente a la introspección, a la serenidad y a la calma con un empaste en sus cuerdas de una belleza sublime, continuado por un Qui sedes en el que predominó un penetrante registro vocal solista junto con un oboe de amor en el que, si ciertamente pudo echarse en falta una mayor proyección, la interpretación denotó un sentimiento romántico delicado a partir de unas dinámicas integradas en la resonancia natural de la acústica de la sala. El impactante Quoniam nos mostró a un trompa solista de articulación marcadamente definida, en un tempo bien asentado para la ornamentación profusa y melismática de su registro grave pero que en ocasiones pudo hacer demasiado énfasis en determinadas partes del compás, haciéndolo ligeramente pesado, en alternancia con un fabuloso concepto melódico de los fagotes y el acompañamiento del bajo continuo unido a una tesitura vocal solista aguerrida y heroica en la exaltación del sentimiento de magnificencia de la divinidad.
Como finalización de este extenso bloque, el Cum sancto se halló revestido por el protagonismo tanto del coro como de las trompetas de manera conclusiva, incrementando la atención hacia un entramado contrapuntístico e imitativo de unas secciones enfocadas a la aclamación y el simbolismo del Espíritu Santo.
En el Credo se retomó nuevamente una limitada sonoridad de la cuerda en comparación con la prominencia del coro y en concordancia con el acto de profesión de la fe cristiana que comprende la oración. En el ámbito instrumental, destacó una brillante ejecución de la trompeta solista, en alternancia con sus restantes compañeros de sección, así como un correcto fundamento de los instrumentos graves del bajo continuo.
En el Et in unum, el original concepto estereofónico, que desde el comienzo dominó en los violines, aunque ligeramente desequilibrado por la posición enfrentada respecto a las restantes, se equilibró nuevamente de modo óptimo en las intervenciones solistas, a modo de comentarios, sobre los protagonistas del dúo vocal.
En el Et incarnatus, la encarnación se concibió a nivel sonoro con una introspectiva oscuridad en el tránsito hacia la luminosidad conferida por el excelso tratamiento vocal, un camino hacia el Crucifixus con el que se profundizó en el período más tormentoso e inquietante relacionado con la misma pasión, el momento de la crucifixión y la muerte de Jesucristo, con intervenciones vocales de una impactante y permanente retórica musical, en el mapa sonoro, como parte de una sensación tenebrosa perfectamente conducida y estructurada por el director de la agrupación. Como apunte, especialmente reseñable resultó la imagen esperanzadora aportada magníficamente por los dos traversos.
En el Et resurrexit, un contraste claramente evidente y definido, de una espléndida brillantez y optimismo, representativo de la salvación de Jesucristo, continuó con un marcado simbolismo en las trompetas y con intervenciones representativas de lo heroico. En el coro, un protagonismo particularmente destacado en la cuerda de los bajos fue proseguido en el Et in Spiritum con una preeminencia camerística de oboes y fagot, junto a un soporte armónico que otorgó una unidad bien determinada y ajustada al registro melódico de una de las voces solistas con mayor colorido y contraste dinámico de entre todas las predominantes, con arrebatado temperamento.
Como terminación, el Confiteor y el Et expecto compartieron la relevancia y la preponderancia de un coro equilibrado en sus imitaciones y en su representación del pueblo, con el exclusivo acompañamiento de un nuevamente magistral bajo continuo. La esperanza y el sentido íntimo de recogimiento alcanzaron su máxima expresión en su transición y en la conducción hacia una apoteósica culminación de exaltación a la manera de una triunfal marcha.
Como continuación, en el Sanctus emergió la descripción del sentimiento de la fidelidad terrenal hacia el sentido de la divinidad, encontrando su relevancia en este momento con una formación orquestal y coral conjuntada de una manera maravillosa, confiriendo una sonoridad amplia, redonda y excepcionalmente centrada. La sección imitativa, en la línea dominante durante todo el concierto, con una formidable elaboración tanto del texto como de los ornamentos, estuvo revestida por una atmósfera de hermoso colorido orquestal.
El Benedictus consiguiente propició la inmersión en un período de pleno recogimiento entre el trasverso solista, con un sentido íntimamente dulce y delicado de un discurso orientado a la bendición terrenal de todos los fieles, el acompañamiento del bajo continuo y la voz solista, con un timbre particularmente sutil, a la par que directo, que generó una sensación de auténtica comunión espiritual.
Finalmente, como conclusión, el Agnus Dei, último bloque orientado al anuncio anterior a la petición final de paz, sumió el panorama en un entorno de soledad con uno de los más hermosos timbres vocales solistas del concierto, en alternancia con unos planos dinámicos de cuidada introspección, en la enunciación de un texto conmovedor, que formaron parte de una de las intervenciones más ovacionadas.
El acompañamiento de los violines y del continuo fue minuciosamente cuidado en la búsqueda de una sensación de recogimiento y austeridad para acometer, como terminación, la petición universal de la paz con el Dona nobis pacem, emprendiendo un camino desde la más íntima dinámica en piano hasta la más exultante apoteosis en forte de una manera progresiva y permanente, incluso a nivel visual, con un coro que paulatinamente fue elevándose con el aumento de la dinámica y que encaminó el recorrido de esta magna creación a su apoteósico final, fervientemente reconocido y aclamado por parte de todo el público asistente.
Abelardo Martín Ruiz
Universo Barroco, Centro Nacional de Difusión Musical
30 de enero de 2022, Auditorio Nacional de Música, Sala Sinfónica
Johann Sebastian Bach (1685-1750): Misa en si menor, BWV 232
Balthasar Neumann Chor y Ensemble
Thomas Hengelbrock, director
Foto © Rafa Martín - CNDM