Se interpretó por primera vez en Ibermúsica, en su querida Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, una de las obras más conmovedoras y brillantes que cualquier mente humana haya sabido plasmar en una composición musical: el Réquiem Alemán de Johannes Brahms (1833-1897), en verdad su Ein Deutsches Requiem, con memorables textos en la lengua germana extraídos de la Biblia luterana, y que ya fueron puestos en música por compositores germanos anteriores, con lo que seguramente Brahms, persona que aprendió muchísimo de la tradición musical germana, tuvo presente a estas figuras hoy en día bastante olvidadas de nuestros escenarios y educación musical. Es de justicia mencionar aquí al menos sus nombres. Estos fabulosos textos, llenos de esperanza, luminosidad y desprovistos del sentido pesimista y tremendista de casi cualquier Réquiem que se nos venga a la mente, fueron llevados al mundo de la música por autores como Andreas Scharmann, Thomas Selle, Johann Hermann Schein, Christian Geist, Wolfgang Carl Briegel, Andreas Hammerschmidt, Heinrich Schwemmer, Johann Philipp Förtsch o Tobias Michael.
Thomas Hengelbrock, cuya interpretación musical siempre está cargada de mucha visión contextual de cualquier repertorio que aborde, es buen conocedor de estos hechos, que le llevaron a plasmar una de las interpretaciones más memorables, en conjunto de esta obra que yo haya jamás presenciado.
La primera cuestión diferenciadora que Hengelbrock puso en escena fue la composición misma del orgánico de una orquesta conformada en su totalidad por instrumentos de época, o por copias fieles a las originales. Este hecho permite afrontar la obra con el correcto equilibrio sonoro entre coro y orquesta, permitiendo un grupo coral más reducido que en las grandes interpretaciones referenciales de la obra, sin que su sonoridad se vea ensombrecida por la brillantez excesiva de los instrumentos modernos, especialmente de la familia de viento metal y de la percusión.
Con esta premisa podemos comprender que un coro conformado por 52 miembros, de voces no precisamente grandes, fue el instrumento perfecto para acometer esta delicia musical. Además, debemos reseñar el vasto conocimiento que Hengelbrock demostró de esta magna pieza en su interpretación, y que sus dinámicas fueron acometidas desde una inteligente y orgánica visión, y llevadas a la práctica por una eficaz medida de sus gestos. Tan sólo alguien con mucha, mucha autoridad es obedecido por una economía tal en el gesto por toda una orquesta y coro sinfónicos de un modo tan inmediato y orgánico. Así, los pianos fueron verdaderamente pianos, los pianissismos, además de deliciosos, bellos y sencillos, nos dejaron boquiabiertos y extasiados, y en el otro extremo, los fortes y fortissimos fueron de una rotundidad suficiente pero que nunca llego a ser saturante ni excesiva, por mucho que algunos puedan afirmar que esta es una versión descafeinada o poco romántica del Réquiem de Brahms.
Vayamos con con ejemplos concretos de la interpretación. La primera intervención del coro, en el primer movimiento, Selig sind die da leid tragen, fue realmente memorable, mágica, de esas que emocionan y llevan el llanto a las mejillas del que aquí escribe. La entrada de la sección femenina en su pianissimo fue de tal belleza sonora, afinación, empaste y poesía que de inmediato cualquier otro estímulo externo deja de ser relevante y uno se sumerge de lleno, entregado, a la interpretación modélica de la pieza. Hemos de observar que el sonido de la cuerda femenina, éste y el resto, del coro se aleja de la actual visión de los coros profesionales de nuestro entorno de mostrar la voz individual para enriquecer el conjunto de la cuerda, ya que aquí lo que prima es la sencillez sonora que busca unirse al conjunto y así permitir una cuerda sólida, compacta, llena de seres iguales que buscan una única interpretación al servicio total de la música, desprovista completamente del dañino y habitual ego del cantante que busca una recompensa de su propia satisfacción y orgullo. Aquí pudimos disfrutar de una franca interpretación en búsqueda de un objetivo común: la descomunal partitura de Johannes Brahms.
La afinación de los fragmentos a capella de este número fue absolutamente magistral, de un dominio absoluto de los balances sonoros, de la afinación y de la articulación milimétrica de las consonantes del texto por parte de todos y cada uno de los miembros del coro.
En el segundo movimiento, Denn alles Fleish es ist wie Gras, debemos resaltar la justeza de los pasajes de las octavas. Difícilmente volveremos a escuchar esta precisión admirable en sus frecuencias. Asimismo, los pasajes de la percusión, del timbal en este caso, fueron el motor constante y completamente a tempo que llevó en volandas la conjunción de los tempi. Fue muy reseñable la pasión demostrada por cada instrumentista de la orquesta en todo este fragmento.
Pero no todo fueron momentos de memorable interpretación. El tercer número, Herr, lehre doch mich para barítono, coro y orquesta no contó con la excelencia de lo anteriormente narrado, puesto que el barítono solista Domen Križaj, de voz con un bello timbre de barítono más bien agudo, estuvo carente del fiato necesario en el formidable número que debe interpretar, lo que denotó una afinación desigual especialmente en el registro agudo y fue el único momento de la velada en que la orquesta tapó al intérprete vocal.
Volvimos a disfrutar con la formidable formación coral en el cuarto movimiento, Wie lieblich sind deine Wohnungen, que estuvo verdaderamente inspirador, en las deliciosas y delicadas melodías que el bello y luminoso texto inspiraron a Brahms. Debemos añadir que es un valor adicional y muy impo5rtante el que cada miembro del coro sea de cuna alemana, lo que permite disfrutar de una verdadera transmisión del afecto de cada número, si me permiten hablar en términos barrocos.
Eleanor Lyons fue la soprano solista excelentemente designada para afrontar su delicada y difícil intervención del quinto movimiento, Ihr habt nun Traurigkeit. De extrema dificultad por su exigente tesitura y tempo lento, este número es uno de los favoritos y todo un reto para cualquier soprano que lo lleve a cabo. Pudimos disfrutar de una excelente interpretación en la voz de Lyons, gracias a su buena técnica vocal que le permite abordar con total dominio la partitura. Su fiato, bello timbre y absoluta igualdad en su registro vocal fueron una constante del bello pasaje, y la orquesta fue todo un lujoso compañero en su intervención, siempre atenta a cada nota de la solista, bajo las órdenes de un siempre seguro, sutil e inspirador Hengelbrock. El dominio de los crescendi fue asombroso, particularmente en este número, que fueron llevados a cabo de un modo sorprendente orgánico por todo el plantel orquestal y coral.
El número final, Selig sind die toten fue una dicha absoluta de conjunción y equilibrio sonoro entre coro y orquesta, demostrando un dominio total de los momentos fugatos, añadiendo a la correcta dinámica de cada tema y contrasujeto la articulación justa que hiciera destacar cada motivo. El fragmento final nos llevo a un clímax de completo éxtasis final, en donde la magia del silencio final fue muy bien contenida por Hengelbrock.
Los bravos y aplausos fervorosos fueron la justa recompensa a esta modélica interpretación de uno de los monumentos sonoros de la Historia de la Música.
Simón Andueza
Johannes Brahms: Un Réquiem alemán
Eleanor Lyons, soprano, Domen Križaj, barítono, Balthasar Neumann Coro y Orquesta, Thomas Hengelbrock, director.
Ciclo Ibermúsica. Serie Arriaga.
Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid. 13 de febrero de 2024, 19:30 h.
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica