El pasado miércoles, día 15 de diciembre, tuvimos la oportunidad de presenciar, formando parte del Liceo de Cámara XXI organizado por el Centro Nacional de Difusión Musical, uno de los conciertos más prometedores de este ciclo en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, el que presentó a una combinación de maravillosos instrumentistas, de particular preeminencia entre los que actualmente destacan en el panorama relacionado en concreto con la interpretación de la música de cámara, como Aitor Hevia, del Cuarteto Quiroga, al violín, Lara Fernández, del Cuarteto Cosmos, a la viola, Fernando Arias, del Trío VibrArt, al violonchelo, o Noelia Rodiles, al piano.
El compendio del programa, en esta ocasión, estuvo comprendido en torno a dos composiciones que tradicionalmente han encontrado curiosamente poca representación en las salas de conciertos como parte de la producción de un compositor como Wolfgang Amadeus Mozart, sus cuartetos para piano, unas páginas que circunscriben el fundamento tanto de la personalidad como de la esencia del lenguaje del músico austríaco, y que se encontraron, del mismo modo, presentadas en cada una de las partes por otras dos composiciones pertenecientes a períodos contrastantes de la vida de su correspondiente compositor, Franz Schubert, como fueron su primer trío de cuerda y sus Momentos musicales para piano.
La propuesta del panorama conformó la intencionalidad en un planteamiento que ofreció, mediante unas partituras concebidas en la dimensión de un período relativamente breve de tiempo, creadas entre los años 1785 a 1828 aproximadamente, el cambio estético en la mentalidad que representó el tránsito del siglo XVIII al siglo XIX, ubicándose en el epicentro de la estandarización de unos ideales y de una alteración en el pensamiento de los paradigmas revolucionarios que configuraron también una alteración desde el clasicismo tradicional hacia el romanticismo extrovertido de una modernidad en ciernes, aunque todavía con una importante herencia conservadora que comprendía los esquemas procedentes de los modelos de la antigüedad grecolatina.
La primera parte comenzó con el primero de los tríos que Schubert dedicó a la formación de violín, viola y violonchelo, creación relativamente temprana, de la que únicamente se conserva un movimiento, que fue establecido en el orden a la manera de una introducción del concierto. En relación a la interpretación, podemos afirmar completamente que, con independencia de la trascendencia de una obra concebida a la manera de un divertimento, presentada con una sensitiva elegancia y refinamiento clásico, la agrupación proyectó el discurso con unas características en su sonoridad que determinaron la percepción estética, afectiva, emocional, sensorial y sentimental que predominaría a lo largo de toda la tarde.
Podemos confirmar, con convicción, que los instrumentistas anteriormente mencionados comprenden, de modo complementario, no únicamente a algunos de los particularmente preponderantes en el ámbito nacional, sino también a algunos de los músicos consagrados y destacables en el ámbito internacional, tanto individualmente como colectivamente, en sus respectivas agrupaciones. La calidad mostrada desde el comienzo del primer compás ofreció consecuentemente la apertura a una visión general que se encontraría conformada a partir de parámetros de un equilibrio, una afinación, una articulación, una distribución, una elegancia, un claroscuro, una resonancia, una concepción tanto de las tensiones como de las distensiones y una evolución de la energía, inherente a la obra del músico austríaco, auténticamente sublimes, con un exquisito refinamiento elevado a las más excelsas cotas de exigencia perceptiva.
La consiguiente obra, el primero de los dos cuartetos para piano de Mozart, de un intenso componente emocional, sentimental, tormentoso y dramático, configurado a partir de las características de una afectación procedente del denominado estilo de la sensibilidad, que predominó en el ámbito europeo durante buena parte del siglo XVIII, estuvo interpretado de manera formidablemente magistral por unos artistas que combinaron el centro sonoro con el cálido timbre de un piano acogido y dispuesto continuamente entre parámetros de elegancia, sensibilidad, dulzura y precisión en sus pasajes idiomáticos, destacando una adecuación a la sonoridad del conjunto de cuerda frotada en la que a nivel interpretativo predominó una especial habilidad para introducir al público en un lirismo especialmente conmovedor en este instrumento, de forma concreta en el segundo movimiento, en el que el supremo sentido del legato cantado estuvo conectado en cada período fraseológico con la imagen del Mozart intimista, introspectivo y sumido en unas emociones aparentemente destinadas a la música de épocas posteriores, que confirieron la nostalgia de los hermosos recuerdos del pasado y que mantuvieron constantes en el alma los primeros sentimientos de amor. El contrapunto se acometió en un tercer movimiento de una aparente pretensión menos trascendental, desenfado, en el que los cuatro componentes mostraron su dominio tanto de unas articulaciones como de unos planos dinámicos adecuadamente definidos en la conducción de este primer recorrido hacia su exultante conclusión.
En la segunda parte, el piano, como único instrumento sobre el escenario, recuperó en el inicio de la misma a un Schubert de profundos contrastes e incluso bastante evolucionado en la concepción de un lenguaje retrospectivo hacia un estilo clásico preestablecido, pero con un desarrollo concreto de su personalidad creadora en el tratamiento tanto armónico como melódico. En este sentido, el teclado volvió a sumirnos en un universo de colores, imágenes, contrastes, sutilezas, luminosidades u oscuridades, con una propuesta emotiva a partir de una música por momentos esperanzadora o por momentos desconcertante que fue abordada con exquisita perfección técnica, siempre correspondida hacia la visión de la misma, y que nos permite continuar afirmando que Noelia Rodiles, en particular, de la misma manera que sus restantes compañeros, se presenta como una intérprete reconocida y destacable no únicamente en el ámbito nacional, sino también respecto a los principales referentes de este instrumento en el ámbito internacional.
Como última obra, este camino encontró su conclusión en el segundo de los dos cuartetos para piano de Mozart, concebido desde una perspectiva realmente contrastante respecto a su homónimo, representando una obra de impetuosa brillantez, exaltación y optimismo que fue interpretada a través de una preservación de los principios que predominaron en el restante repertorio, destacando la claridad en la precisión de la ejecución de los pasajes idiomáticos, específicamente demandantes tanto en el violín como en el piano, así como partiendo de un fundamento sonoro que preservó una esencia conformada a partir de una claridad, una elegancia, una dirección, unas sutilezas, una sensibilidad y una conversación absolutamente admirables. Como en buena parte de la música del autor, la vinculación de la misma al entramado de una ópera, con los frecuentes cambios de escena de un género al que consagró una buena parte de su vida, sumió a la audiencia en un primer movimiento heroico y descriptivo de un presumible protagonista valiente y osado, quien, en el segundo movimiento, nos confiere una transmisión de sus sentimientos más gentiles, profundos y hermosos.
Este marco intimista se confronta en el tercer movimiento desde la perspectiva desenfada hacia la vida y hacia lo burlesco, con momentos de práctica comicidad en los enlaces de las secciones que pretenden regresar siempre al primer tema, para conducir la pretensión del discurso hacia una culminación apoteósica, mediante la que se establecen tres principios fundamentales en la concepción vital de Mozart como son lo extrovertido, lo introspectivo y lo jocoso.
Como conclusión, la formación ofreció a modo de propina uno de los movimientos lentos de uno de los cuartetos para piano de Johannes Brahms, de un componente diferenciador con el estilo establecido en el repertorio propuesto, a través de un romanticismo pleno, en el que las intervenciones individuales de cada uno de los instrumentos, refrendando una calidad formidable y una esencia sonora inconmensurable, pusieron el cierre a una velada con la que podemos afirmar que, desde hace bastante tiempo, en nuestro panorama se ha establecido completamente una sucesión de generaciones de sobresalientes intérpretes y artistas consagrados que consiguen introducirse en el alma de la música para compartir lo que se encuentra al margen de la partitura, formando parte de lo esencial, como afirmaría Gustav Mahler. Esperamos, por lo tanto, que puedan producirse muchas más ocasiones para presenciar a estos músicos en la misma formación, con independencia de su actividad o de sus compromisos respectivos en otros combinados.
Abelardo Martín Ruiz
Liceo de Cámara XXI / Centro Nacional de Difusión Musical
15 de diciembre de 2021, 19:30 horas, Auditorio Nacional de Música, Sala de Cámara
Aitor Hevia, violín
Lara Fernández, viola
Fernando Arias, violonchelo
Noelia Rodiles, piano
OBRAS:
Franz Schubert (1797-1828)
Trío de cuerda en si bemol mayor, D. 471 (1816)
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Cuarteto para piano y cuerdas número 1 en sol menor, K. 478 (1785)
Franz Schubert (1797-1828)
De Momentos musicales, D. 780 (1823-1828)
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Cuarteto para piano y cuerdas número 2 en mi bemol mayor, K. 493 (1786)
Foto © Rafa Martín