No vamos a descubrir a estas alturas, las extraordinarias cualidades musicales que atesora el pianista Alexei Volodin.
Tampoco vamos a sorprender a nadie alabando las dificultades ciclópeas el monumental Tercer concierto para piano y orquesta de Rachmáninov. Películas aparte. ¡Faltaría más!
Sin embargo, he de decir, sin caer en ningún lugar común que, al margen de la técnica, que, como el valor en el guerrero, se supone, nunca escuché este RACH-3, y miren que es un habitual de todas las temporadas, con mayor coherencia, sentido de la forma, fluidez… musicalidad al fin y al cabo, potencia, por supuesto también… y… en, absolutamente, todos sus movimientos. Mejor aún, en todas las diferentes secciones, perfectamente delimitadas y articuladas, de todos sus movimientos.
Sin jugar la carta (fácil, por decir algo… que aquí nada es fácil…) del último de aquéllos… y si me apuran, de su impresionante desenlace, remate, coda y punto final.
Un último movimiento, por cierto, servido hoy con enorme limpieza y, sobre todo, lógica musical y equilibro, tanto interno como, sobre todo, con el resto de movimientos.
Por otro lado, el sonido que saca Volodin al piano goza de una enorme plasticidad con base en una inestimable técnica de brazos y un uso ágil y preciso del pedal.
Ya en la exposición inicial del tema con, a su vera, la, o las Orquestas, "senior" y Joven, de la Comunidad de Madrid, fundidas a la sazón y dirigidas por Marzena Diakun, se destacaba aquel sonido del piano en limpias octavas y tempo ágil y valiente.
Una doble reivindicación, la del solista, citada, y la de la musicalidad de la obra como tal, al margen del aparato circense que a menudo la acompaña y, a duras penas, justifica.
Volodin reivindicó, así, los dos primeros movimientos en unidad con el Finale… Muy bien elegidos los tempi, en general, fluidos desde su primer aliento, abiertos al riesgo, a la velocidad y la claridad de articulación
Un uso del pedal tonal, prodigioso, tanto en su manera más convencional, armónica tras el tactus, como en el rítmico sobre el tactus. Y, por supuesto, teniendo siempre en cuenta la tesitura que acompaña.
Toda una lección de interpretación que reivindica la música como tal miscelánea misteriosa de arte y técnica.
El Estudio, mal llamado "de las arpas" de Chopin, op. 25 núm. 1, fue la propina elegida por Volodin como respuesta a un público que bien podría haber cosechado en su beneficio, más piezas de este pianista, si hubiera insistido algo más.
La Quinta sinfonía de Dimitri Shostakovich se ofrecía tras el descanso. Una partitura magna, la más repuesta de su extenso catálogo sinfónico, bien planteada y conducida con claridad y contraste en esta versión que buscaba conjugar miembros, profesores, dispares en las tablas acumuladas de sus diversos atriles de una y de otra orquesta. Cuestión que en la obra previa, con tamaño protagonismo del pianista solista, por sus cualidades, sonido y, claro, la propia parte escrita, no se notaba tanto (aunque también…).
Una fugaz propina orquestal con música de dos breves valses de los Liebeslieder op. 52 de Brahms, despidió la velada.
Luis Mazorra Incera
Alexei Volodin, piano.
Orquesta y Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid / Marzena Diakun.
Obras de Brahms, Chopin, Rachmáninov y Shostakóvich.
ORCAM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.