La Orquesta ADDA·Simfònica, junto al Orfeón Donostiarra bajo la atenta dirección de Josep Vicent (portada de RITMO en el número de mayo de 2023), ofrecieron la primera Novena navideña (de Beethoven, por supuesto) que engalana, año tras año, la programación del Auditorio Nacional de Música.
Una efeméride que aporta a la general condición festiva de estas fechas, la introspección, a la vez, individualista y universal de esta destacada obra de la historia. De la historia de la música y de otras muchas y variopintas historias…
Pero, en esta ocasión, el programa organizado en el ciclo Ibermúsica, no se conformaba con esta magna partitura que, a menudo, se basta para cumplir con las exigencias organizativas de un concierto sinfónico moderno, sino que, con evidente acierto, se dejó acompañar por una página previa de indudable interés.
Páginas “de concurso” que, dado el elenco necesario para cumplir con las exigencias de la plantilla que se acostumbran en estos certámenes competitivos, sólo (o casi) pueden ponerse en atriles bajo estas generosas circunstancias: acompañando o, sirviendo de presentación o exordio, de obras de esta magnitud material y celebridad como esta sinfonía “definitiva” en cierto modo, de un Beethoven innovador.
Y, bueno, como era de esperar de una obra de Xavier Montsalvatge, su Canto espiritual de Joan Maragall fue mucho más que un preludio y, ni mucho menos, una pieza telonera, sea de esta emblemática Novena o de otra gran obra del repertorio sinfónico coral.
Una obra contundente este Canto, con todo tipo de texturas contrastantes, como corresponde al ámbito de concurso en el que se adscribiera y triunfara en principio.
Una obra (en algún momento avanzado, algo inflacionada para mi gusto) que, más allá de significarse como voz compositiva individual, trataba, lógicamente por su contexto original, de demostrar un dominio técnico del lenguaje, y lo conseguía con verdadera brillantez, especialmente en estas manos. Y, así fue, de nuevo, un rotundo éxito, que corroboro desde estas líneas.
Aunque, todo hay que decirlo, a buena parte del público, quizás no demasiado asiduo a la práctica de concierto, le sorprendió la cercanía del descanso antes de la Novena, y no sabía si salir o quedarse sentado esperando la segunda parte.
Recomendé a unos cuantos de los citados, que salieran, que la Novena hay que escucharla dispuestos, descansados y de un tirón… pero mucho me temo que no me hicieron ningún caso y allí se quedaron el cuarto de hora largo de descanso, lo anterior y lo que venía… No les pregunté al final, eran legión. Al menos, eso sí, se levantaron todos ellos, un poco de mala gana, era comprensible también, para que saliéramos a estirar las piernas, y entrásemos de nuevo, los que estábamos en las butacas más interiores de la fila.
La Novena es siempre un acontecimiento. La versión que escuchamos se caracterizó, ya desde un primer momento, por su carácter “electrizante”. Un calificativo que aúna la precisión del tempo, su agilidad y fluidez, y un nítido y permanente perfil melódico envolvente.
Su telúrico arranque se escuchó con especial énfasis en la delicadeza y abultada fragilidad de su línea melódica y rítmica, antes de eclosionar en las secciones más efusivas.
Una exigente textura, anticipo del dinamismo con el que está interpretación iba a sucederse, con la inestimable colaboración tanto de un solvente cuarteto vocal solista citado bajo estas líneas, como del sólido y veterano Orfeón Donostiarra. Todos en oportuno y ajustado equilibro y activa cooperación.
Luis Mazorra Incera
Erika Grimaldi, Teresa Iervolino, Airam Hernández y José Antonio López.
Orquesta ADDA·Simfònica y Orfeón Donostiarra / Josep Vicent.
Obras de Beethoven y Montsalvatge.
IBERMÚSICA. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © Rafa Martín - Ibermúsica