El pasado martes, día 25 de junio, tuvimos la ocasión de presenciar el último concierto de la presente temporada de abono 2023/2024 de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, una circunstancia de particular relevancia, especialmente para el combinado instrumental, debido a que también comprendía la despedida de la que durante las últimas tres temporadas ha sido su directora artística y titular, Marzena Diakun, quien culminaba con este programa su etapa al frente en la agrupación, iniciada en el año 2021. Para la ocasión, la elección un repertorio sinfónico-coral, establecido en torno a la temática de lo primitivo en la naturaleza y de las características elementales de los seres humanos, reunió a diferentes formaciones de la Fundación Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, debido a que, además de la Orquesta y el Coro, colaboraron algunos miembros de la Joven Orquesta y de los Pequeños Cantores. Por último, se contó igualmente con la colaboración solista del barítono Daniel Okulitch.
La primera parte comenzó con la cantata Primavera de Sergei Rachmaninoff, escrita a partir del poema Zelyonyi Shum de Nikolai Nekrasov, ambientado durante el tránsito del invierno a la primavera y enfocado desde la perspectiva del primero. La historia enmarca a un matrimonio confinado en el hogar conyugal, donde pasa los meses de invierno. En esta circunstancia, la esposa confiesa al marido que le fue infiel al final del verano, por lo que este último tiene que lidiar con los insoportables pensamientos que le acechan antes de la llegada del período primaveral, como símbolo del regreso al equilibrio vital.
La partitura, esplendorosa en su orquestación y en el tratamiento idiomático tanto de los instrumentos como de las voces, se encuentra articulada por secciones. La introducción, a cargo de la orquesta, estuvo interpretada de una forma mesurada y equilibrada, con la configuración de unos buenos balances dinámicos, conectados con la imagen de presagio y de llegada de la primavera, asumida posteriormente por el coro de una manera mucho más directa y profunda. Los colores obtuvieron un adecuado contraste e invitación en la resonancia y acústica natural de la sala, de una manera general, en la que posiblemente se pudo echar en falta un poco más de proyección en determinadas intervenciones de los instrumentos de viento, seguramente producida por pequeños desajustes dinámicos o por una ausencia de liderazgo, mucho más protagonista, en períodos concretos del discurso. Como parte del mismo, destacaron de un modo particular las aportaciones exultantes del barítono Daniel Okulitch, quien ofreció una formidable dirección en la configuración de su propuesta, con unos registros profundos y ricos en matices, en los que encontraron su adecuado espacio los afectos relacionados con la pureza, la modestia o la agitación, hasta culminar en la desesperada anunciación de un pensamiento homicida. El recorrido por el entramado se mostró adecuadamente orientado colectivamente entre la orquesta y el coro, inspirando una sugerencia de abrupta dicotomía entre lo sentimental y lo temperamental, con el deseo tranquilizador de un descanso apacible, en el que la ira presente en algunas de las exclamaciones desaparecería paulatinamente, y la música terminaría convergiendo en una conclusión calmada e incluso mucho más esperanzadora.
La segunda obra condujo el camino temático hacia la naturaleza en su estado más salvaje con la cantata Mandú Çárárá de Heitor Villa-Lobos, un poema sinfónico o bailado, con dos coros, mixto e infantil, sobre leyendas amerindias de los indígenas del río Solimões. La historia posee diferentes versiones, siendo la principal la de que un padre abandona a sus dos hijos en el bosque y, en el camino, los niños hallan a Curupira, un ser sobrenatural que actúa como guardián de los bosques, quien engaña a los hermanos y los atrae a su cabaña. Pese a las discrepancias entre lo que se produce a continuación, el relato final de la historia termina con ambos hermanos regresando a su aldea, donde los espera Mandú Çárárá para celebrar con ellos un apoteósico baile.
La breve introducción fue acometida por una orquesta adecuadamente estructurada en sus registros, si bien es cierto que la densidad de la masa, por momentos, con la incorporación de numerosos instrumentos de percusión, pudo hallarse ocasionalmente desequilibrada a nivel textural, perdiéndose el claro protagonismo de ciertas secciones o las características presentes en la monumental orquestación. Es necesario hacer mención, no obstante, a cómo el parámetro rítmico prevaleció especialmente en una música que preserva en su morfología una economía de medios, manteniendo todos los motivos una intensa vitalidad rítmica derivada de la reiteración obsesiva. La exuberancia del bosque se retrató en una polifonía por capas bastante bien articulada, en la que los sucesivos sonidos preservaron, prácticamente hasta la finalización, un ritmo de danza inexorable, adecuando toda a la trama temática a un apoteósico y deslumbrante final. Por su parte, como complemento a una labor magistral de las voces del coro, las cuales preservaron esa naturaleza rítmica en la adecuada dicción de su contenido textual, resulta fundamental realizar una observación particular a los Pequeños Cantores por su brillante disposición, complementada además con un original vestuario de colores claros y contrastantes. La maravillosa interpretación de los niños y las niñas, completamente de memoria, combinó un color fresco y dinámico de voces infantiles y adultas, generando una suerte de espacio de conversación en el que su labor, concebida a partir de numerosas horas de trabajo y ensayo, constató nuevamente la importancia de preservar, cuidar y mantener con especial dedicación a esta agrupación dentro de la Fundación.
En la segunda parte, el protagonismo sinfónico adquirió especial relevancia con una de las obras más representativas de toda la producción de Ígor Stravinsky, La consagración de la primavera, una partitura que ha conservado intacta su aura de música primigenia, salvaje y pura que desde su presentación, e incluso hasta la actualidad, ha sido descrita como especialmente rompedora e irreverente, así como de inconmensurable originalidad rítmica, melódica y armónica tanto en su intensidad como en su politonalidad simultánea.
La orquesta consiguió conformar un más que correcto planteamiento que, sin profundizar en una concepción de pretensión antológica para con una partitura característica del gran repertorio del siglo XX, consiguió transmitir adecuadamente la riqueza de los sucesivos planos sonoros configurados en torno al amplio poder creativo de la primavera y de las danzas y escenas contrastantes. Haciendo una mención específica tanto a la tranquilidad como a la mesura con la que algunos instrumentos de viento concretos acometieron sus intervenciones individuales, en particular el primer fagot, el clarinete bajo, el corno inglés y las flautas, la directora Marzena Diakun propuso en su planteamiento una visión con cierta tendencia romántica e incluso melódica más que temperamental y rítmica. En este sentido, si bien es cierto que supo encontrar el desarrollo de un discurso unitario en cada una de ambas partes, con un gesto tendente a la búsqueda de una conectividad permanente entre los sucesivos episodios y las consiguientes secciones, en ciertos momentos también se pudo echar en falta una mayor sensación de primitivismo, de solemnidad o de densidad sonora, especialmente en períodos de protagonismo de las cuerdas graves. Por su parte, la agrupación mostró una considerable energía, determinante para la consecución de una coherente interpretación de esta música, con un concepto particularmente uniforme y bien conseguido en el bloque de la cuerda, mediante una magistral contribución de liderazgo a cargo del concertino invitado para la ocasión, Pablo Suárez, como referencia, desde su atril, para unas secciones que combinaron continuamente una función percusiva y rítmica con períodos de un mayor lirismo melódico y protagonismo descriptivo. En este aspecto, destacó la inquietante atmósfera conseguida en el comienzo de la segunda parte, a partir de la preponderancia en las intervenciones de unas violas que dieron inicio al desarrollo de una serie de sucesivos episodios de exigente demanda, adecuadamente resuelta, hasta converger en una sobrecogedora conclusión.
Por último, resulta necesario indicar que en una propuesta en líneas generales convincente de una música que incluso en la época contemporánea comprende un desafío apasionante para buena parte de los combinados orquestales, algunos desequilibrios dinámicos que impedían escuchar claramente determinadas texturas, desajustes ocasionales en ciertos balances o nuevamente la escasa proyección lograda por ciertos instrumentos en períodos específicos, que pudieron quedarse relegados a un segundo plano, impidieron conferir a esta versión una pretensión mucho más elevada. Por este motivo, y pese a que confiamos en que el amplio espectro de nuevas generaciones de instrumentistas continúe aportando una dinámica renovada a la consolidación de una personalidad sonora, la misma parece mantenerse relegada a una buena aproximación, que podríamos describir o calificar como más que interesante, pero que debería proseguir introduciéndose en una línea concreta de evolución, progreso y estabilización de nuevos objetivos artísticos.
Abelardo Martín Ruiz
Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid.
Pequeños Cantores de la ORCAM.
Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid.
Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid.
Daniel Okulitch, barítono.
Marzena Diakun, directora.
Obras de Rachmaninoff, Villa-Lobos y Stravinsky.
Auditorio Nacional de Música, Madrid.
Foto: Cartel del concierto.