Seamos justos y admitámoslo: Felix Mendelssohn no revolucionó la armonía ni las formas (como sí hicieron Liszt, Chopin y compañía), pero es uno de los grandes. Esto lo consiguió creando unos discursos llenos de belleza pero nunca cursis y, sobre todo, por un sentido del dramatismo realmente eficaz.
Elías, posiblemente su obra maestra, es una prueba perfecta de ello: pocas veces libreto, trama y música han estado tan acordes y durante tanto tiempo (prácticamente, durante todos los números que la componen). Tanto es así que sería posible interpretar esta obra de manera escenificada, con sus lamentaciones, su héroe alucinado, sus reyes malvados, sus degollaciones colectivas, su carro de fuego... y, claro está, su banda sonora, absolutamente integrada para lograr un organismo pleno. Resulta muy complicado quedar mal tocando a Felix (se hace en todas las bodas y hasta le arrancaba sonrisas a la familia real británica, tan flemática ella).
El pasado fin de semana, el Auditorio Nacional de Música ofreció una versión algo más que agradable del Elías por la Orquesta y Coro Nacionales de España. Gracias, especialmente, a un coro brillante, perfectamente empastado y técnicamente pletórico. Su actuación fue espectacular, tanto en masa como en las intervenciones de cuatro de sus sopranos, desgajadas de sus colegas pero sintetizando el valor de un coro que no deja de crecer en calidad en los últimos años. Pero la voz no solo triunfó por el coro. Cada uno de los solistas demostraron, además de talento y técnica indudables, un cuidado extremo de sus roles.
Krimmel fue un profeta contundente; Eerens maleó cada frase con cuidado; Maqungo abrazó al auditorio con un timbre hermoso; Irány intensificó el drama de la historia. Y el pequeño niño cantor se alzó al nivel de los adultos y pudo mirarles a la cara (sólo una pregunta: ¿es necesario que el público ría de manera bobalicona cuando un menor aparece en escena? Que yo sepa, se merece todo el respeto y ninguna condescendencia).
En cuanto a los músicos de la orquesta, resulta obvio que son unos instrumentistas eficaces, capaces de grandes aventuras; lejos queda ya el sonido entre tosco y aburrido que acompañaba a la ONE hace no tanto (la labor de Pons fue digna de medalla).
Sin embargo, fue en su dimensión donde se halló el "pero" del concierto. Los volúmenes resultaron desproporcionados; en algunas ocasiones, la orquesta sonaba tan fuerte que forzaba a los cantantes; en otras, las cuerdas se mostraban demasiado contenidas. La polifonía se limitó a una masa agradable (porque Felix es agradable), pero no hubo profundidad en los juegos de líneas, ni en las zonas contrapuntísticas ni en las homofónicas. Una pena, porque el compositor algo, bastante, sabía de polifonía. Si el sonido orquestal, de todos modos, fue hermoso, se debió al buen hacer de creador e instrumentistas. Los defectos, me temo, son responsabilidad del director, el encargado de conducir a los músicos entre voces y dinámicas.
David Afkham es un gran músico, de eso ha dado pruebas en todos estos años, tanto sobre las tablas como programando. El domingo, sin embargo, tejió una túnica (ya que hablamos de profetas...) agradable, vistosa, pero más cerca del Zara que de mi abuela (que hacía unos jerseys que duraban años). El barco llegó a puerto, sí, pero no tanto por el capitán como por la tripulación.
Juan Gómez Espinosa
Felix Mendelssohn, Elías, op. 70
Orquesta y Coro Nacionales de España, David Afkham (director)
Ilse Eerens (soprano), Stefanie Irányi (mezzosoprano), Siyabonga Maqungo (tenor), Konstantin Krimmel (barítono)
18 de diciembre de 2022
Auditorio Nacional de Música (Sala Sinfónica)