El Kyrie en re menor KV 341 de Mozart se presenta con las sorprendentes y afligidas hechuras de primer paso frustrado de una gran obra religiosa y ritual por escribir. Todo un misterio sobre otro misterio. Y el resultado no puede ser más intenso para una obra que tampoco esconde sus pretensiones, para nada modestas. Una conducción armónica y atmósfera dignas de un maestro, bien formado por su padre en el carácter de la música religiosa. Una contención y claridad formal que tuvo en la versión de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid preparado por Jordi Casas, con Víctor Pablo Pérez al frente, una realización compacta, canónica y ajustada a aquel ambicioso plan.
Si les soy sincero, podría seguir extendiéndome en alabanzas para esta pieza olvidada, para esta joya y su convincente factura en esta tarde-noche de Auditorio Nacional, porque no fue para menos y, en otras circunstancias, no nos hubiera importado a más de uno que se hubiera vuelto a repetir, como bis de seguido o tras la Sinfonía mahleriana... Una Sinfonía que, como ya viene siendo habitual en este ciclo, se ofreció en virtual arreglo... "por las circunstancias".
Y sí, una virtud, quizás la principal, de un arreglo, en este caso una amplia reducción instrumental (cuerda: 8/6/5/5/3; viento madera: 1/1/1/1; viento metal: 2/2/1/0; 3 percusionistas, contando al timbalero, y 1 arpa) es que la obra sea apreciada por igual e independientemente, al margen de sus referente original y, en este caso, obvios recortes en el elenco.
Pues... chapeau! Salvo detalles en diversos momentos, ya sean lánguidos o álgidos, donde los instrumentos solistas quedaban un tanto desnudos -imprescindibles aquí las dos trompetas, por cierto-, un arreglo de quitarse el sombrero.
La interpretación desde el podio se desempeñó con gusto, detalle y flexibilidad, dando nueva forma a esta espectacular Sinfonía. Una Primera sinfonía que, de esta guisa, pierde algunos de los atributos míticos del sobrenombre que recibiera: menos Titán, menos... rotunda por momentos, como en el espectacular final del primer movimiento o en el arranque del cuarto, pero, potencialmente, más dúctil e íntima en otros.
Un arreglo que juega así, no nos cansaremos de insistir, con hechuras próximas a la música de cámara con todas las exigencias solistas que esto supone... ¡atril por atril!
Breve afinación de nuevo, entre los segundo y tercer movimientos, y diáfano trabajo inmediato de planos sonoros de aquel canon minorizado y pretendidamente fúnebre. En las alusiones al género klezmer que se siguen, modestamente, me hubiera aprovechado de esta disposición camerística para darle otro aire contrastante, mucho más rubato, alejándonos algo más de la, a menudo, encorsetada versión sinfónica. Una reducción que aquí quedaba un tanto frágil, desnuda y raramente pesante en estas condiciones.
Para rematar faena, orden y concierto en el espléndido cuarto movimiento, en arreglo que, obviamente, no conviene demasiado a los juegos de volumen y densidad sinfónicas de sus pronunciados altibajos.
De todos los arreglos que se han prodigado en este mismo ciclo, de diferentes grandes sinfonías post-románticas, Bruckner y Mahler, excepción hecha de alguna parte de este último movimiento, el que más me ha gustado. Todo tiene arreglo... o casi todo.
Luis Mazorra Incera
Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid / Víctor Pablo Pérez.
Obras de Mahler y Mozart.
ORCAM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.