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Crítica / JONDE: apabullante sonido - por Justino Losada

Madrid - 27/01/2025

Si me lo permiten ustedes. empezaremos esta reseña por el tejado y no solo metafóricamente, al menos en lo que respecta a la primera obra del glorioso concierto de nuestra Joven Orquesta Nacional de España (JONDE), sino por que bien vale presentar desde el inicio lo que aquí se concluye como un verdadero espectáculo, el de los conciertos de la una mejores orquestas españolas que, ciertamente con características propias, esto es: plantillas variables en torno a encuentros y algo más de tiempo de ensayo que en orquestas profesionales, deja por debajo a otras formaciones de mayor raigambre profesional, no solo por unos músicos con más entusiasmo, sino por una envidiable profesionalidad a la hora de hacer música y, en definitiva, la extracción de un asombroso e infrecuente sonido, más todavía en manos de alguien como Vasily Petrenko, excelente batuta que, además, ha trabajado con frecuencia con otras formaciones juveniles como la Joven Orquesta Nacional de Inglaterra.

Habiendo empezado por el tejado, debemos seguir en este para reseñar la primera obra de la velada del pasado lunes, Le Bouef sur le toit, o El buey sobre el tejado partitura fechada en 1919 y compuesta por del francés Darius Milhaud que, bajo el influjo de la música popular brasileña con la que tomó contacto durante su estadía en Río de Janeiro como secretario del poeta y diplomático Paul Claudel, despliega un perfumado abanico de melódicas sonoridades que, inicialmente indicados como banda sonora para un filme mudo de Charles Chaplin, fue finalmente coreografiado con escenarios de Jean Cocteau. A modo de gran rondó politonal para orquesta, la melodía brasileña que se enuncia tras la brillante introducción funciona como estribillo que varía en las doce tonalidades mayores y menores se alterna con el animado tema inicial del que nacen melodías sincopadas y rapsódicas para cuerdas e instrumentos de viento, y otro tema pegadizo para trompetas que, mediante giros armónicos inesperados, nos lleva al cierre de la obra mediante su bulliciosa coda final. Desde un inicio, Petrenko optó por una diáfana claridad de planos que dio protagonismo cantabile a todas las secciones en cada una de las variaciones, que brillaron con enorme musicalidad en todos ritmos de maxixes, sambas y tangos que se entremezclan en la obra, en un buen equilibrio interpretativo entre swing y claridad.

Sin dejar Francia, la primera parte continuó con las dos suites orquestales del ballet Daphnis y Chloé de Maurice Ravel. Siete años anterior a la obra de Milhaud, la raveliana Sinfonia Coreográfica –sobrenombre que ya indica una mayor coherencia formal- sobre el mitológico Idilio pastoral de quienes dan nombre al ballet, fue un encargo de Diaghilev para los Ballets Rusos con adaptación y coreografía de Michel Fokine que se estrena en el Théâtre du Châtelet de París en 1912. Con una música del Ravel de destilación más impresionista y, posiblemente, recogiendo el state of the art de obras inmediatamente anteriores como el ballet Narcisse et Echo de Nikolai Tcherepnin estrenado en 1911, la luminosa y suntuosa orquestación sirve de soporte un desarrollo del que el compositor extrajo dos suites de concierto que se interpretan habitualmente, sin necesidad de coro, en las salas de concierto. En ellas Petrenko supo extraer todo el misterio del telurismo en el Nocturne inicial, enérgico pulso en la Danse guerrière, un asombroso control de las progresiones dinámicas para conseguir un Lever du jour apabullante y un flamígero y virtuoso final con un sonido de un gran cuerpo y enorme flexibilidad por parte de una entregadísima JONDE.

La segunda parte del concierto supuso un completo cambio de registro aunque los mimbres de una escritura virtuosística, para mayor lucimiento del conjunto, también prevalecieron, al interpretarse el Concierto para Orquesta del húngaro Bela Bartók. Creación de 1944 y paradigmática de su etapa norteamericana, vio la luz gracias a un encargo de Serge Koussevitzki para la Orquesta Sinfónica de Boston, lo que le permitió salir de un acelerado y atosigante Nueva York para poder componer en el campo y así arañarle algo más de tiempo de vida a la leucemia. Resuelto en un catártico estilo tardío, en el Concierto para Orquesta no hay préstamos de la música folklórica húngara sino un lenguaje propio magyar, en estilo y espíritu, que se nutre de una profunda nostalgia por una patria y un tiempo que no van a volver. Es cierto que Petrenko y la JONDE no ofrecieron una interpretación en la que predominara el añejo nervio húngaro pero, a falta de idioma, una diáfana y bien trazada planificación se, en general, sobre la partitura. Así, de un trazo se llevó a cabo la Introducción, con buen desempeño de toda las familias instrumentales, si bien el detalle más notable fue el de la nostalgia que sí se manifestó en el corazón de la obra, la Elegía en la que las maderas de la JONDE supieron generar el apesadumbrado misterio plagado de ecos de la sexta puerta del Barbazul, la del mar de lágrimas, en los ondulantes temas que daban entrada al lírico tema de la cuerda. El virtuosismo de la formación con su carnoso sonido que llenaba la sala sinfónica del Auditorio Nacional no se perdió en el delicado contrapunto de Giuoco delle coppie ni en los cambios de registro del noble tema enunciado por las violas que precede a la jocosa cita shostakovichiana del Intermezzo Interotto. Algo más de finura se hubiera preferido en el complejo arranque del Finale, así como ante algunos pequeños desajustes que, en absoluto cercenaron lo más mínimo una fantástica interpretación poblada de un extraordinario, amplio y monolítico sonido.

Como no fueron pocos los aplausos por bien merecidos, la JONDE y Vasily Pentrenko tuvieron a bien ofrecer tres propinas. En torno a la temática geográfica del programa se sirvió una bien hilada Primera Danza Húngara de Johannes Brahms para, acto seguido, continuar con una brillante lectura de la Farandole de La Arlesiana de George Bizet. Además, y para cerrar por todo lo alto, lo que ya es, prácticamente, un himno de la JONDE: el arreglo de José Luis Turina del célebre y centenario pasodoble Amparito Roca de Jaume Texidor cuya versión trufaron los músicos de contagiosa algarabía.  Un concierto extraordinario.

Justino Losada

 

Joven Orquesta Nacional de España / Vasily Petrenko

Obras de Milhaud, Ravel y Bartók

Auditorio Nacional, Madrid

 

Foto © JONDE – Elvira Megías

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