Madrid
Con el paso de los años se nos hace difícil concluir que Perianes nos gusta más. Probablemente porque su progresión hace que cada cierto tiempo descubramos un nuevo perfil en su repertorio. En el concierto de Grandes Intérpretes, tuvo la inteligencia de reunir tres de sus universos musicales predilectos. En Chopin (primera parte) nos volvió a envolver en su piano intimista, delicado, lleno de magia e introspección.
Una delicadeza que se adaptó muy bien a los dos Nocturnos opus 58 y, quizás, en menor medida a la Sonata num. 3. En la segunda parte su evolución nos llevó (como en una de las tres propinas) a lo más reciente e impresionante de su piano: Debussy. Perianes ha llegado en su madurez (pese a su juventud) a Debussy como pocos pianistas de su generación. Con un entendimiento del francés que le lleva a interpretaciones de una calidad diferencial. Fueron las breves Estampas. Y nos supo a poco. Dejándonos con las ganas de escuchar en vivo sus prodigiosos (al menos en grabación) Preludios.
De Debussy saltamos a Falla (también en las propinas. Hasta en este aspecto Perianes se muestra especialmente inteligente. Eligió propinas de los mismos autores del programa…). Tanto las cuatro piezas españolas como El Sombrero de tres picos nos recordaron que estamos delante del mejor pianista del repertorio español, del presente musical. Perianes se transforma, y lo que era intimidad se transforma en luz ibérica. Espectacular en articulación, y espectacular en el espíritu musical con que se enfrenta a la obra de Falla. El público reaccionó como en pocas veces.
Con reconocimiento auténtico (se distingue bien el aplauso adulador hacia los grandes nombres y hacia las buenas ejecuciones…). De aquí lo difícil que resulta respondernos a la pregunta inicial de esta breve crítica. Eso sí, Perianes se está volviendo un habitual del ciclo, algo que no puede ser más justo y estimulante.
por Juan Berberana
Javier Perianes, piano.
Auditorio Nacional, Madrid.
Huelva
Con el mismo alborozo con que recibíamos la lluvia así hicimos con Javier Perianes, onubense que se ha ganado a pulso un prestigio mundial. Nos traía un programa exquisito que refrendan el talento y la sensibilidad que año tras año y concierto tras concierto lleva perfeccionando. De hecho, su Romanticismo contiene las más altas cualidades, las de un pianista que siempre busca la íntima razón de ser en cada partitura.
Huelva ya estaba absorta en los primeros compases del Nocturno chopiniano. ¿Cómo suena tan hermoso? Quizá el secreto estribe en la actitud oriental de ser receptivo en todo momento. Perianes hizo sonar a Chopin con introspección serena, evidente en esa sonoridad dulce donde la frase nunca rebasa el límite del matiz que convenga, y ahí construye su universo. El auditorio quedó imbuido gratamente en estas dos primeras obras. Luego, la Sonata en si menor fue un peldaño superior, un reto solista abordado magistralmente y sin academicismos: su crescendo integra a un discurso profundo que nunca se rompe en matices tempestuosos; hubimos de esperar al Lento para escuchar ese imperturbable espejo armónico que invita al oyente a soñar. Correcto el Finale, el de una obra que ya tocara el onubense en este teatro años atrás.
Debussy es otro baluarte del pianista. Maneja el potencial del timbre, destaca los rasgos exóticos de Oriente y sorprende con la típica suspensión del Impresionismo. Pagodes resultó borboteante en su oscilación de matices; La soirée dans Grenade aprovechó la riqueza de la síncopa y Jardins sous la pluie tuvo un gran poder de evocación. Y el sello de la casa vino con las Cuatro piezas españolas de Manuel De Falla. Muy pulcro de fraseo hasta mostrarnos un staccato que sacaba punta a todo, el gracejo de una emoción que irrumpe llamándonos desde lo más hondo de nuestra tradición. Aparecía aquí la vena nacionalista tan propia de Albéniz en una música cual manantial. En contraste, la última pieza se quedó en una lectura mecanicista.
El onubense se despedía de sus paisanos con una dedicatoria a quienes fueron sus primeros maestros. Por otro lado, es inadmisible que al público no se le informara del programa; ni siquiera había programas de mano. La velada del viernes significó el reencuentro de Huelva con uno de sus artistas más internacionales.
por Marco Antonio Molín Ruiz
Javier Perianes, piano.
Gran Teatro de Huelva.
Santiago de Compostela
Por actitud y presencia, se veía venir el transcurso de la sesión desde los Nocturnos Op. 48-en Do m. y Fa sost. m-, a los que seguiría la Sonata nº 3, en Si m. Op. 48, de Chopin, desde un comedido equilibrio pausado hasta la riqueza contrastada en cada tiempo de la sonata.
En las Estampes- Pagodes, La soirée dans Grenade y Jardins dans la pluie (por las escuchadas)- se puede aplicar a la perfección la frase de Debussy en la que comentaba que si uno no tiene recursos para viajar, solo le queda la imaginación. En este caso, el viaje de Debussy recorre el lejano oriente con el impacto que le produjo escuchar el gamelán javanés, en la Exposición Universal de París, la evocación de Granada y quizá un grupo de niños cantando en los jardines de Luxemburgo parisinos. En otro trabajo suyo, Les sons et les parfumes, encontrará las afinidades entre Debussy y Chopín. El franco-polaco era un precursor, y el francés la consecuencia directa.
Es verdad que Chopin tendía a la melancolía y Debussy más bien al contrario, pero los dos coincidían en la exquisitez. Debussy veneraba a Chopin, porque había explorado las infinitas posibilidades del instrumento décadas antes y la relación entre ambos es evidente, aunque los caracteres sean distintos. El uso del pedal para Chopin- afirma Perianes-, confiere a la música un modo cantabile, con un virtuosismo exento de artificio, algo que influye en Debussy. Los dos persiguen siempre la pureza y por ello resultan admirables. Alfredo Casella, en confidencia con Marguerite Long, diría que Chopin había demostrado, mediante los efectos del pedal y delicadas variedades del toque, cómo poder lograr que el piano cantara. Debussy avanzó un paso más. En efecto, insistió en que el piano debía sonar cual si fuera un instrumento sin macillos. Los dedos debían penetrar en las notas. Todo encajaba como en un puzle perfecto en el programa servido.
Manuel de Falla con dos obras: Las Cuatro piezas españolas- Aragonesa, Cubana, Montañesa y Andaluza, y un recuerdo de Ricard Viñes, por el puente entre Estampes y estas piezas. Para el solista, el ejercicio de una estilización que le viene de largo: asomos de guajiras, ornamentaciones de ancestrales folklorismos o cantos que se diluyen en la memoria trasvasada el piano. La Andaluza, descubre trazos típicos que acabará desarrollando en El amor brujo y en la Fantasía bética. Tres préstamos de El sombrero de tres picos: Danza de los vecinos, Danza del molinero y Danza de la molinera. También en la misma cuerda por lo que se descubra de la farruca, las seguidillas o los rasgueos de guitarra. Perianes a su gusto y maneras, que siempre podrá dejar un detalle para la incandescencia de la Danza ritual del fuego de El Amor Brujo.
por Ramón García Balado
Javier Perianes, piano.
Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela.
Foto © Igor Studio