Isabel Rubio pasó por la Jove O. de les illes Balears, y formaciones como la 430, de Vigo, la Xoven de la OSG, la ONE, la O.S. de Granada y la JONDE- junto a Pablo Rus Broseta-, en calidad de residente, ocupando plaza similar en la Berlin Philharmonic O., además de colaborar con Kirill Petrenko. Recibió galardones como el Concurso ASPE, de orquestas, el Ciudad de Villena, la especial consideración de los Encuentros de Bilbao, a los que se añaden el Guido Cantelli (Italia). Aspecto a destacar es su labor frente a Bandas de Música que la llevaron desde Valencia, Alicante o Galicia, dirigiendo zarzuelas como El Gato Montés, en el Teatro Campoamor de Oviedo. Para esta cita, la garantía de una directora comprometida con el ideario del curso en cuanto a obras elegidas y personal tratamiento de planteamiento en lo relativo a dos compositores casi por descubrir y otros dos de imprescindible referencia.
La Sinfonía nº 12, en Mi b M., de Carles Baguer (1768- 1809), es obra del espacio en el que tendrán cabida casi una veintena de trabajos se manejaba entre dudas que ofuscaban a su creación, siendo su trabajo orquestal un ejercicio de tanteos voluntariosos, como pudimos encontrar. Una orquestación que se expresaba estilísticamente en su distribución: una sección de cuerda y un cuarteto de vientos formado por dos trompas y dos maderas, que generalmente son oboes y excepcionalmente flauta.
Obra en cuatro tiempos, el primero de ellos Allegro con brio, adopta invariablemente el esquema formal de sonata bitemática, con doble aparición de los temas en el centro. Ambos grupos temáticos, están fuertemente contrastados, no solo melódicamente, sino también desde otros puntos de vista, como el ritmo armónico o la textura orquestal. El Andante, siempre con sordina en la cuerda, está escrito en alguna tonalidad vecina que generalmente es la dominante. El minuetto, es siempre anacrúsico con una notable fragmentación y receptividad de la melodía y el Finale , oscila entre el esquema de sonata y el de Rondó, siendo el ritmo adoptado a menudo, el de Contradanza.
Conrado del Campo (1878-1953), con uno de sus poemas sinfónicos, El Infierno, de La Divina Comedia, a partir de Dante, obra de 1910 y que tendrá modelos similares en la Obertura madrileña (1920); la Fantasía castellana- para piano y orquesta-; En la pradera (Acción bailada); la Obertura asturiana o la Evocación y nostalgia de los molinos de viento (1952). Bebió a fondo de la inmensa cultura de quienes fueron sus maestros, siempre sujeto a una vida entregada a las tentaciones que le ofrecía su Madrid natal. Fue Dotado violinista, le veríamos entregado a los duros oficios como miembro y promotor del muy apreciado Cuarteto Francés (1903).
Obra la suya más extensa de lo que podría pensarse y con un marcado perfil nacionalista que como la de Manuel de Falla, se orientará hacia una ambición internacionalista, sabiendo marcar libremente el folklore sobre el que indagaría con gran perspicacia y dominio de estilos, pero que no será precisamente su preocupación cotidiana. Un aspecto permanente será la forma en cómo supo acuñar las propias raíces asimiladas con las corrientes imperantes de procedencia germana.
Se ha dicho a menudo que la tendencia wagneriana y straussiana (o en general germánica) de Conrado del Campo, chocaba con la fuerte influencia francesa que dominaba a los compositores españoles desde principio de siglo, y que ese conflicto restó siempre audiencia a la popularidad de su obra. Hoy, que podemos considerar las cosas con mayor perspectiva y que valoramos aquella influencia francesa simplemente como un episodio más, la producción de nuestro músico puede tener un valor especial cara al futuro. Puede ante todo mostrar, con un buen ejemplo, cómo la música española de aquellos años, incluía variedades en mayor medida de lo que se creía; y también que algunos de los caminos transitados, habrían de ser tiempo adelante los preferidos. Por otra parte, los aspectos popularistas de Conrado del Campo, son en cierta manera, comunes con los que presentaban los compositores francófilos de la época: así, cuando se estudie en profundidad todo el internacionalismo nacional tardío español, habrá de tenerse en cuenta la formación que de estos materiales hizo Conrado del Campo. De su obra propiamente sinfónica, destaca su orientación hacia estilo del poema sinfónico sobre los demás géneros y es aquí donde nos encontramos con La Divina Comedia (1908), con coro y orquesta. Se trata de una composición de calidad indudable que, por su temprana fecha resulta muy importante dentro del repertorio sinfónico español. Pero, al margen de esa calidad intrínseca que más allá de las influencias mentadas le confiere una gran personalidad, posee una muy buena altura de realización. Es casi su única obra sinfónica y que se mantendrá en el panorama de la música española, especialmente en la parte dedicada al Infierno que resulta, sin duda, la mejor. Junto a obras ya citadas, no dejaremos al margen La danza de Amboto o la serie de sus Cuartetos de cuerda.
Dos pasajes de La vida breve, de Manuel de Falla: Intermedio y Danza- seguidos al final tras la obra de Marqués- un drama lírico en dos actos y cuatro escenas sobre libreto de C. Fernández Shaw. Obra de 1904 y que tendrá puesta escénica en el Casino Municipal (Niza), con dirección de J. Miranne, para vestir galas de mayor prestancia en la Opéra Comique, dirigida entonces por Franz Ruhlmann. Una orquestación acorde para el espectáculo por sus demandas escénicas y argumentales, al servicio de un cuadro de intérpretes. Trabajo ímprobo en el gaditano que como sabemos, se desvivía por esta calidad de espectáculos que le calaban hasta lo más profundo de su sensibilidad. Un período el suyo carente de grandes proyectos escénicos, por lo cual un concurso de la Academia de Bellas Artes de San Fernando le incitará a él y a otros aspirantes a probar con una ópera en un acto (así como obras sinfónicas pues la música para orquesta también se encontraba en un bajo nivel) que debía ser entregada como fecha límite al atardecer del 31 de marzo de 1905.
Hubo de soportar considerables retrasos, aceptando que Dukas revisase la partitura, contratando igualmente a Paul Milliet, tesorero de la Sociéte des Auteurs y recomendado por Isaac Albéniz, para que tradujese el libreto al idioma francés. La vida breve, una mezcla de verismo y simbolismo, con una heroína proveniente de los mundos de Massenet y Puccini, endurecida y reforzada por el llamado orgullo español- cada cual lo entenderá según le aprieten las urgencias patrias-, usando en lo primordial pintoresquismos granaínos como posible telón de fondo, llevado hasta los desengaños en liza. En el extenso interludio que forman la segunda escena del primer acto, las flautas en al estilo de Bizet, colocan un guiño en situaciones de Mme Butterfly y que sin llevarnos a engaño, nos descubren al Falla tanteado en el mundo disperso de la zarzuela.
Otro de los puntos fuertes de La vida breve, es la impregnación de la música popular, que tantas veces observamos en obras suyas, a pesar de contribuir en menor medida a la tensión dramática de la operita, por ponerle posibles atributos. Las soleares y las dos danzas, en el último cuadro, el primero con su familiar tema pivotando sobre el dominante y el segundo (añadido o por lo menos ampliado en París, siguiendo el consejo de Messager), sabiamente, sin intentar rivalizar con el primero sino utilizando unos coros sin palabras y algunos sofisticados colores. En esencia, permanece como si fuera uno solo, aunque en ese período de su carrera Falla era tan pródigo en intervenciones que la ópera contiene suficientes ideas como para durarle una velada completa a una mano bien ejercitada como era la de Massenet. En lo musical, débitos admitidos con la vigente corriente del alhambrismo, un asomo a las modas del momento con modismos debussystas o virtuosismos tomados libremente de Ferenz Liszt, y otros detalles de la tradición española.
Pedro Miquel Marqués, con la Sinfonía nº 5, en Do m., músico bregado en los teatros y que se formó con Masaart en violín, y en armonía con Bazin, llegando a tener excelente trato con Berlioz y G. Rossini, quienes pronto reconocerían su sagacidad y desenvoltura durante su etapa parisina, en la que superaría las limitaciones y urgencias como músico de atril en coliseos como el Teatro Lírico y la Grand Opéra o la Salle Vanlentino, bajo la dirección de Arban, colaborando en estrenos como Faust o Mireille de Gounod. Entre sus maestros también figura Jesús de Monasterio y Galiana en armonía, aunque reconocido autor de zarzuelas desde la primeriza Los hijos de la costa a la más conocida El anillo de hierro, la posteridad sabrá apreciarle por sus obras sinfónicas, en concreto por la que ocupa el programa, la Sinfonía nº 5, en Do m, quizás la más apreciada de sus composiciones de este género, obra estrenada el 29 de febrero de 1880, año fecundo de actividades y proyectos llevados a buen puerto.
Escrita en la tonalidad de Do m., su lenguaje musical regresa a un estilo próximo al de la Sinfonía Fantástica de Héctor Berlioz, uno de los santones. Quizás, la posteridad no termine de encontrarle acomodo frente a sus compañeros de generación pera este músico se mantiene en las variadas opciones del género lírico. Estamos en ese año de 1880, en verdad un período afortunado para el compositor mallorquín, ya que el Teatro de La Zarzuela le guardará un espacio para la puesta en escena de su drama lírico-histórico, de Jiménez Delgado, Florinda, ópera en tres actos cuya acción se situaba en el Medievo, por lo que Marqués quedará sometido a la criba de la que también serán víctimas muchos de sus colegas de su generación Para la apertura de temporada de 1880/1, en el Teatro Apolo, Marqués entregará la Gran Sinfonía de pot- pourri, sobre motivos de zarzuelas modernas, para orquesta y banda sinfónica, siguiendo los dictados y sugerencias de pluma del maestro Barbieri, otra obra de aquel año, será la Polonesa nº 4; también La canción del marinero, incluida en los logrados Conciertos de Verano. El Teatro Apolo, centro de reclamo para obras escénicas con menos enjundia, dio cabida a obras desechadas por el Teatro de La Zarzuela, y será allí en donde podrían asistir a estas obras que lucían menos galones: La Sinfonía sobre motivos de zarzuelas modernas, respaldada con éxito a tenor de la opinión conservada en la Crónica de la Música Moderna, aprovechando el acontecimiento que supuso la visita de Camille Saint-Saëns a Madrid, en octubre de 1880, motivo por el que se celebraron conciertos extraordinarios, en los que tuvo parte activa la poderosa Sociedad de Conciertos.
Ramón García Balado
LXVI Curso U. I. de Música en Compostela
Orquesta Sinfónica de Galicia / Isabel Rubio
Obras de Carles Baguer, Conrado del Campo, Manuel de Falla y Pedro Miquel Marques
Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela