La substitución en el último momento del organista norteamericano Stephen Tharp, deparó, sin embargo, uno de los conciertos más sólidos del ciclo Bach-Vermut del CNDM. Tomó el testigo, eso sí, una primera figura del órgano internacional, flamante ganador en su día de los concursos pertinentes, pero definido sobre todo por su respetuosa solidez interpretativa digna de todo elogio. Nos referimos al organista nacido en la localidad sajona de Schlema -muy cerca de la Zwickau de Schumann-: Johannes Unger.
Solidez que se enmarcó en un programa, además, en todo punto exigente. Un programa sin altibajos ni obras de transición, quizás con el único descanso, más bien una oportuna relajación, de la breve propina con la que alargó en apenas unos minutos los sesenta minutos de rigor que se estima que duren todos los programas de este popular ciclo.
¡Pero vaya hora en esta ocasión! Porque cualquiera de las obras elegidas -sólo seis, que podrían encuadrarse en los cuatro movimientos de una sinfonía si uniésemos, dos a dos, las cuatro consecutivas de su interior- podrían situarse en la posición más destacada del concierto, tanto por técnica como por musicalidad. Con decirles que el “descanso”… el digamos que, “tiempo lento” del concierto/sinfonía, haciendo este paralelo entre obras/movimientos, tendría que ser… nada menos que… ¡la Tocata, adagio y fuga en do mayor de Bach! Con esto creo que lo he dicho todo para los que conocen la dificultad de esta trascendental partitura del repertorio bachiano. Tocada, por cierto, hoy con absoluta autenticidad y academia. Una magna partitura que irrumpía en concierto precedida de un delicado Preludio en re mayor de Dietrich Buxtehude que contara con momentos de especial belleza y pulcritud.
Las Toccata marina de Lucio Mosè Benaglia y las Ocho invocaciones de Denis Bédard, ofrecieron un relativo contraste por técnica, estética e inferior ambición en lo formal que las obras que las rodeaban. A modo, digamos que… del scherzo con su trio de todo el programa completo, y fueron, así, oportuno divertimento y preámbulo para el envite final: Fantasía y fuga sobre B-A-C-H de Franz Liszt. Un final escogido en simetría con la eficiente obra con que arrancara el recital, en aquella ocasión, una transcripción para órgano del propio Liszt de la Cantata bachiana BWV 21: "Ich hatte viel Bekümmernis in meinem Herzen” [“Abrigué una enorme angustia en mi corazón”].
Un programa pues que respondió al espíritu y a la letra de este Bach-vermut que, siempre partiendo de la figura de Bach, trata de alcanzar en estas últimas temporadas, otras cimas de la música para órgano de todos los tiempos.
Lo dicho, una lección de interpretación. Técnica, control, empaque, permanente exigencia en el programa propuesto, como hemos descrito, resolución y compromiso, con la novedad añadida, de definido y vistoso porte en ambos casos, de las breves piezas que formaban parte de aquellas Ocho invocaciones y de la Toccata marina. Partituras recién escritas, con apenas siete y cinco años de vida, respectivamente, pero que, dada su fácil aceptación estética, aspiran a incorporarse con asiduidad al repertorio y tiene todos los ingredientes para ello, cualesquiera que sean sus acompañantes y situación en programa.
Luis Mazorra Incera
Johannes Unger, órgano.
Obras de Bach, Bédard, Benaglia, Buxtehude y Liszt.
CNDM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.