Es decir Variaciones Goldberg y persignarse todo el mundo. A ver, la obra tiene su aquel. Resulta magistral, porque Bach siempre ejerció el magisterio en cada creación y, al final, Johann Sebastian es como el cerdo: totalmente aprovechable. Está escrita con tanta sabiduría y sensibilidad que ha supuesto un modelo para el género. Posee un halo legendario a su alrededor, desde el origen de encargo contra insomnio de noble hasta la polémica sobre quién compuso el "Aria".
Y su atractivo acompaña a personajes tan morbosos como House, Hannibal Lecter o, claro, Glenn Gould (les exijo que lean, si no lo han hecho ya, El malogrado de Bernhard). Por eso, teclista que decide interpretarla, teclista que se admira inmediatamente. Aquí ya caemos en el terreno del absurdo, o más bien de la mitomanía.
Sí, las Goldberg son un monumento por sí mismas, pero sobre un escenario deberían ser monumentos incluso las piezas infantiles de Kabalewsky. No obstante, sabemos que existe la parafilia iconódula en el artisteo, y que cuando alguien se lanza a las Goldberg lo hace con toda la voluntad de beatificación. Bueno, en el caso de clavecinistas, intérpretes originales de la pieza, tal vez no sea así, porque ¿cuántos autógrafos firman al año?, pero, si hablamos de pianistas... Goldberg más "instrumento rey" igual a bacanal (aunque sea sin vino ni carnes).
El jueves, 7 de noviembre, en el Auditorio Nacional (Centro Nacional de Difusión Musical), Víkingur Ólafsson se ha unido a los épicos goldbergianos. El pianista islandés posee una técnica soberbia, eso nadie lo duda, y se empapa bien de las obras que aborda. Pero lo más importante no es eso (hay miles de virtuosos, y alguna decena de ellos lee). Lo fundamental en Ólafsson es que posee una identidad absolutamente personal (no, no sean ingenuos, que no hay tantas identidades personales en el mundo). De ahí que, escuchándolo, puedas amarlo u odiarlo, o ambas cosas durante la misma audición.
Que haya dado el paso a las Goldberg despierta, además del morbo épico (para el que lo tenga), la curiosidad. Y más habiéndole dedicado a Johann Sebastian un celebrado disco. Por lo tanto, merecía la pena ir a escuchar sus Variaciones. ¿Y qué hizo Ólafsson sobre las tablas?
Entró a un escenario en penumbra, se sentó ante el piano, recorrió el teclado con las manos, en silencio, respiró y, finalmente, interpretó el "Aria". La primera página fue tratada con delicadeza, paladeando cada nota. Esto no parece extraordinario, porque lo habitual al abordar compases célebres es saborearlos intentando trascenderlos. Y llegaron las variaciones. Obviamente, cosa normal en el género, cada variación tiene un gesto particular, igual que ocurre con los estudios o las suites de danzas. Sin embargo, Ólafsson consiguió hacer lo más difícil: todas tuvieron personalidades propias con las que podían pasar por piezas autónomas, y a la vez las unas se insertaban a las otras con una narración perfecta, la misma que podemos encontrar en las mejores novelas corales.
Hubo momentos de profundidad que buceaban en la reflexión o en la melancolía, y también torrentes virtuosísticos cercanos al vértigo (otro pianista con menos cabeza habría descarrilado, sin duda). No se rindió pleitesía al clave, ni mucho menos, sino que se celebró al piano aprovechando todas sus posibilidades técnicas y expresivas. Desde pppp hasta ffff, desde la resonancia detenida en el tiempo hasta el acelerador de partículas a pleno rendimiento, y sin dejarse ninguna pulsación.
Al intérprete no le interesó tanto subrayar las transformaciones motívicas como las vibraciones en constante metamorfosis, lo que, añadido a un uso muy inteligente de los pedales, alumbró una lectura absolutamente impresionista. Pero, por encima de todo, asombró el equilibrio entre control de la dramaturgia y espíritu lúdico (representado tanto en las licencias rítmicas como en las repeticiones, a su vez variaciones anímicas dentro de las variaciones).
La vuelta final del "Aria", tocada de manera semejante al comienzo, demostró que nada vuelve a aparecer de la misma manera. La ovación del público no es de las que se ven todos los días. Pero es que no había sido una velada musical más. Y, como muy honestamente explicó el propio intérprete, no había espacio ya ni para una propina (él, humilde, lo achacó a la monumentalidad de la propia obra, pero en realidad se debió a la fuerza ritual que acababa de regalar). Ólafsson le agradeció el cariño al público y también al piano con el que había protagonizado la noche. Ese mismo piano que, al principio, había acariciado en silencio. Sí: el martes amamos a Víkingur.
Juan Gómez Espinosa
Fronteras. CNDM. Temporada 2023/2024
Obras de J. S. Bach (Variaciones Goldberg, BWV 988).
Víkingur Ólafsson (piano).
7 de noviembre de 2023, Auditorio Nacional de Música de Madrid (Sala Sinfónica).
Foto © Elvira Megías