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Crítica / Hopkinson Smith, el maestro intemporal - por Mercedes García Molina

Granada - 05/07/2021

Es subir su propiedad / más alto que ningún ave. / Significa majestad, / y de esta conformidad, / es la música suave / que sube el entendimiento / tan alto en contemplación, / que le pone en un momento / en el divino aposento: / porque allí es su perfección”

Con estos versos de Luis de Narváez ilustró Hopkinson Smith un cuidado programa en el que el eje central fue el vihuelista granadino y en torno al que se  situaron los compositores de la Inglaterra isabelina, Anthony Holborne y John Dowland.

Nacido en 1946 en Nueva York, se doctoró en Musicología  en la Universidad de Harvard y completó su formación instrumental  primero como guitarrista con Emilio Pujol y posteriormente como laudista con el gran Eugen Dombois. Perteneciente a la  llamada “segunda generación” historicista, fundó en 1974 junto a Jordi Savall y Monserrat Figueras el grupo Hesperión XX.

Afincado en Suiza, compaginó la docencia en la Schola Cantorum Basilensis con su actividad como intérprete. Sus grabaciones han recogido los más importantes premios y su registro de las adaptaciones de las sonatas y partitas para violín de J.S. Bach está considerado la referencia absoluta de esas obras.

Toda una leyenda, Hoppy (como se llama a sí mismo) apareció ágil y juvenil laúd en mano ante el público que llenaba el crucero del Hospital Real de Granada. Pese a la belleza del espacio con sus bóvedas  de crucería, la acústica era excesivamente seca y el sonido se perdía por los brazos del crucero por lo que se tuvo que recurrir a una megafonía a la que costó acostumbrarse.  Smith abordó con calma y maestría un bloque de obras de uno de sus compositores de cabecera, Holborne, cerrando con una de sus piezas estrella el chispeante Mad Dog.

Tras cambiar del laúd de seis órdenes a la vihuela, se dirigió al público en un perfecto español para explicar la parte central del programa dedicada a Luys de Narváez de la que dijo: “esto no es música de concierto en el sentido tradicional, sino música para estimular el cerebro y para un tipo de devoción individual”. Y en efecto, tras la glosa sobre el romance Paseábase el rey moro demostró el dominio de un instrumento tan frágil y complicado como la vihuela. Y no sólo la habilidad técnica, también el profundo entendimiento del contrapunto de Narváez- muy apegado a los modelos vocales- a través de las virtuosísticas fantasías, la Baxa de contrapunto y las Veinte diferencias de Conde Claro.

En la Canción del Emperador se hizo evidente la costumbre que tiene Hopkinson Smith de cantar siempre las obras que interpreta, así de clara apareció la “chanson” de Josquin a través de los arpegios y acordes. Cierto es que se produjeron leves problemas de afinación en algunos momentos, pese a que el maestro realizaba pequeños preludios para establecer el modo antes de cada pieza. Tras un reajuste en la afinación estableció su señorío en las dos últimas obras españolas, La vuelta del Rey Moro y Ya se asienta el Rey Ramiro.

La última parte del concierto la ocupo John Dowland la figura más relevante del reinado de Isabel I de Inglaterra. Como católico recusante, no consiguió el puesto de laudista de la corte por lo finalmente desarrolló su actividad instrumental para el rey Christian IV de Dinamarca. Sus obras sí se publicaron en Inglaterra, a la que volvió definitivamente en 1612. La mayoría son aires (canciones con acompañamiento instrumental) y danzas. La textura de estas es más moderna y en ellas sobresalen bellas y expresivas melodías sobre una armonía que preludia el barroco. Para esta parte del programa Smith escogió un laúd de ocho órdenes cuya sonoridad más plena y afinación más grata permitió desplegar ya totalmente su talento.

Preciso en el ligero contrapunto y las glosas del Prelude y la Fantasía nº 1, delicadamente expresivo y conmovedor en la pavana  Lacrimae, sedujo al público, que  ya entregado de antemano le ovacionó en pie al concluir el concierto.

Generoso también en las propinas, tras interpretar la Asunción de la Virgen de Holborne tocó  otra de sus piezas estrella, Mr. Dowlandss Midnight de la que con guasa dijo: “funciona también a medio día”.

Hopkinson Smith demostró en este recital inolvidable que la técnica es importante pero que el conocimiento profundo de la música traducido en la coherencia, expresividad y naturalidad con la que nos asombró y deleitó son más importantes aún. Y que fue y sigue siendo personalidad magnética, una leyenda viva, un maestro intemporal.

Mercedes García Molina

Hopkinson Smith.

Obras de Dowland, Holborne y Narváez.

70 Festival Internacional de Musica y Danza. Palacio de Carlos V, Granada.

Foto © Festival de Granada | Fermín Rodríguez

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