Tras recalar en Barcelona y Zaragoza durante la fase española de su periplo europeo, la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington (NSO) y su director titular, el italiano Gianandrea Noseda, han ofrecido, junto a la violinista norteamericana Hilary Hahn y el pianista surcoreano Seong Jin-Cho, dos conciertos en el ciclo Ibermúsica en el Auditorio Nacional de Madrid, los días 18 y 19 del mes en curso. El primer concierto, al que nos referimos en esta reseña, plasmó un programa diverso que puso de manifiesto el articulado y lírico sonido de la extraordinaria violinista que es Hilary Hahn, así como la sintonía –y cierto controvertido enfoque- de Noseda con la música de Shostakovich, compositor que ha frecuentado y grabado en diversas ocasiones.
Encargado por la Orquesta Sinfónica de San Diego y la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington, Wake Up! concierto para orquesta del compositor afroamericano nacido en 1983, Carlos Simon, abría la velada mostrando un oficio compositivo que cataliza la convergencia de diferentes estilos que oscilan desde el jazz y las músicas repetitivas hasta la música de cine y la tradición sinfónica norteamericana de Copland, Harris o Schuman.
Con una escritura orquestal que recuerda, por momentos, a la de músicos como Aaron Jay Kernis o Michael Daugherty, Wake Up! consta de diferentes etapas de carácter episódico –escritas casi como música incidental- que alternan diferentes secciones, entre las que sobresale un breve interludio para percusión, que se suceden sin solución de continuidad en un arco narrativo sobre el que orbita un motivo recurrente de dos notas: una llamada de atención a la reivindicación social basada en el poema Awake, Asleep del poeta nepalí Rajendra Bhandari; una alegoría sobre una sociedad despierta más crítica contra los abusos del poder. Con gesto claro y decidido, Noseda ofreció la obra desde la inercia de la convicción, notándose cómodo junto a una orquesta que ofreció una interpretación orgánica de gran prestación instrumental, sobresaliendo la excelente sección de percusión y, sobre todo, unos metales bien balanceados y redondos.
Fechado en 1939 y, tras una serie de revisiones y vicisitudes, estrenado finalmente en 1945, el concierto para violín en Re mayor de Erich Wolfgang Korngold es un ejemplo paradigmático del marco estético del compositor a caballo entre un romanticismo finisecular de cuño vienés y la agilidad de las bandas sonoras que compuso hace ya más de 90 años, creaciones, estas últimas, con las que estableció puentes que le sirvieron para nutrir su propia música de concierto. Así, se entiende como la obra recupere material de las partituras que compuso en los años 30 para Another Dawn y Juarez para los temas del primer movimiento, así como de Anthony Adverse and The Price and the Pauper para los temas de la romanza y el brillante tercer movimiento, respectivamente.
Con un portentoso e impecable sonido, Hilary Hahn abordó el Moderato nobile inicial presentando su virtuosismo como vehículo de gran expresividad ofreciendo, junto a un atento Noseda, un enfoque más brillante y cinematográfico que decadente, con unos tempi que, quizás, apenas permitieron vislumbrar la herencia vienesa de la obra. El irresistible fraseo de Hahn resaltó el lirismo de la politonal Romanza central y el Finale se sirvió con un despliegue de danzante virtuosismo sobre los numerosos stacatti del movimiento. En todo momento, Noseda acompañó a Hahn resaltando las atmósferas korngoldianas en las que combinaciones de arpa, la celesta o vibráfono se agregaban al solista, si bien en al final, las trompas resultaron prominentes por momentos. Tras una más que merecida ovación al presenciar, una vez más, a una de las más grandes violinistas del presente, Hahn salió de nuevo para interpretar Shards of Light, breve obra escrita por Carlos Simon tras una conversación con la violinista de nuestro concierto sobre el devenir de las ideas que inspiran a los músicos, que Hahn interpretó con gusto y elegante articulación. Además, volvió a salir para ofrecer una segunda propina, una interpretación de enorme pureza de la Sarabande de la Partita No. 2 de Bach.
Alumbrada en 1937 y enmarcada en el tiempo del Gran Terror estalinista, la apolínea Sinfonía No.5 de Dimitri Shostakovich se ha convertido en la obra más interpretada de su catálogo y, posiblemente, de su tiempo. Su radical cambio de estilo frente a sus obras previas como la modernista Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, que generó el famoso editorial del Pravda Caos en vez de música, y la cromática y mahleriana Sinfonía No.4 cuyo estreno se pospuso hasta el deshielo de 1961, simplificó texturas y depuró un discurso musical más austero y en sintonía con el realismo socialista, en el que el empuje beethoveniano o el drama contenido de Tchaikovsky, aquilatan, en términos formales, su posterior producción.
Hoy, más de 80 años después del estreno de la Quinta Sinfonía, -respuesta práctica de un artista soviético a una crítica justa, como llegó a apuntar el compositor- acalorados debates musicológicos en torno a su múltiple semántica han ayudado a trazar diferentes maneras de abordar su interpretación ofreciendo, en la mayoría de las veces, más interrogantes que respuestas. Tal vez con la intención de armar un discurso en el que la sombra política se diluya, Noseda quiso aportar trascendencia donde quizás esta no reside, aspecto que se notó en el dubitativo arranque del Moderato inicial y, sobre todo, en un desarrollo central en el que lo irónico, ingrediente casi necesario, no tuvo cabida. Lo mismo se podría decir de la pesante lectura del Allegretto al que le faltaban sarcasmo y audacia.
El Largo supuso un punto de inflexión en el que Noseda comenzó a brillar trazando el camino con emoción y lirismo mediante la excelente cuerda grave (violonchelos y contrabajos) en la que es una de las mejores secciones de la orquesta, junto con las rotundas maderas. Tras un elaborado clímax, el Largo enlazó con el Allegro non troppo final en el que el director milanés resaltó tanto los aspectos centrales más líricos como el esmerado desarrollo final que, desde la tonalidad de Re Mayor, nos lleva al desgarrado acorde en Si bemol que tuvo a bien resaltar con trombones y trompas, dejándonos claro que, quizás, Shostakovich hablaba dolorosamente en clave, como apunta Bernd Feuchtner, al igual que el atormentado Tchaikovsky de la cuarta sinfonía.
Tras una larga ovación, la NSO y Noseda ofrecieron como propina una entregada lectura del Nimrod de las Variaciones Enigma de Elgar para cerrar con un más que interesante y hermoso concierto en el que Hilay Hahn volvió a demostrar que su arte al violín no tiene parangón.
Justino Losada
Hilary Hahn, violín
National Symphony Orchestra / Gianandrea Noseda
Obras de Simon, Korngold y Shostakovich
Ciclo Ibermúsica 2023/2024
Auditorio Nacional, Madrid (18 de febrero de 2024)
Foto © Scott Suchman