Con un concierto titulado ‘Heroínas’, con música en exclusiva de Georg Friedrich Haendel, se presenta estos días por primera vez en España Les Paladins, grupo francés que dirige Jérôme Correas, con una gira por Oviedo, Madrid, Salamanca y Sevilla, auspiciada por el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Cuentan, además, con el fantástico reclamo de la participación de la soprano Sandrine Piau, una de las más aclamadas intérpretes actuales de la música haendeliana.
El programa que pudimos disfrutar en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música de Madrid contiene algunas de las arias más célebres de grandes óperas del compositor de Halle, como Giulio Cesare in Egitto, Partenope, Ariodante o Alcina, escritas para las grandes divas del momento, como Francesca Cuzzoni o Anna Maria Strada del Pò, lo que nos da una idea del elevadísimo nivel técnico que debe poseer la solista que se enfrente a sus protagonistas.
Sandrine Piau nos demostró que es la soprano perfecta para semejante reto. Así, en las tres arias que interpretó en la primera parte de la sesión, Piau exhibió sus muchas cualidades. Así, en Voglio amare infin ch’io moro, de Partenope, la solista demostró su facilidad en el agudo y la coloratura en la cadencia final. En la preciosa melodía de la afamada Piangerò la sorte mia, de Giulio Cesare in Egitto, lució un magnifico fiato que permitía dotar a las frases de la prosodia necesaria, a la vez que mostró un color completamente homogéneo en su vasto registro, a la vez que dotó de una descarnada expresión a la pieza. Las ornamentaciones que realizó en el Da capo fueron muy imaginativas melódicamente con preciosas apoyaturas y calmados trinos. El aria que cerró la primera mitad del concierto, Da tempeste il legno infranto, también de Giulio Cesare, supuso un espectacular lucimiento de la soprano, particularmente de su dominio absoluto de las diabólicas agilidades tanto en la primera parte como en su versión ornamentada espectacularmente. Asimismo, Piau se permitió la licencia de mostrar su potente grave en el registro de pecho en la cadencia.
Pero quizás el aria que encandiló verdaderamente a la audiencia fue la que abrió la segunda parte, Ah! Mio cor, de Alcina. La dramática expresividad que Sandrine Piau dotó a ésta, nos sumergió en el descarnado llanto de la reina con su poderosa interpretación, tanto en los largos, tirantes y exigentes pasajes de la primera sección, como en la agitada y viva segunda parte. La amable, bailable y juguetona Torname a vagheggiar de la misma ópera cerró la velada con esa naturalidad y con esa sonrisa que la soprano supo imprimir a toda esa colección de coloraturas, agudos y ornamentos.
Les Paladins, uno de los conjuntos barrocos franceses más activos del momento, aunque inédito hasta el presente en España, se presentó en el Auditorio Nacional con un orgánico casi reducido a la mínima expresión -uno por parte- más un contrabajo, tiorba-guitarra y un clave, algo que exige contar con un plantel de extraordinarios músicos, capaces de hacer olvidar a la nutrida orquesta que debiera interpretar estas grandes óperas haendelianas.
Nos encontramos con unos buenos músicos de ensemble, disciplinados y atentos al director, pero que adolecieron de esta sobresaliente cualidad solística necesaria. Así, los violinistas Juliette Roumailhac y Jonathan Nubel carecieron del vigor necesario para que no echáramos de menos a la sección de violines de un foso barroco. Roumailhac mostró un sonido tímido y que muchas veces era superado en volumen por el segundo violín e incluso por la viola Clara Muhlethaler, quien demostró carencias en la afinación. No obstante las tres cuerdas más agudas del conjunto francés, al igual que las graves, mostraron un buen trabajo de articulación y de arcos en común, que dotaron de un fraseo orgánico a las distintas piezas, a la vez que dotaron de suficiente variedad a los afectos y a las cambiantes y tumultuosas escenas operísticas gracias a la articulación más que al sonido en sí mismo, a través arcos muy legatos, a ataques incisivos y secos, o al uso del pizzicato.
En el bajo continuo nos encontramos a unos solventes Nicolas Crnjanski al violonchelo, y a Franck Ratajczyk al contrabajo, quienes fueron la base sólida que dio estabilidad y unión al grupo instrumental, gracias al buen trabajo en la igualdad de articulaciones, como en el último Allegro del Concerto grosso en la menor, op. 6 nº 4. En ocasiones el recurso del pizzicato en la cuerda grave ayudó mucho a aligerar la textura del conjunto y a dotarla de su carácter danzabile en algunos fragmentos, como en la preciosa danza marinera Matelot de la Suite de la ópera Rodrigo.
En la cuerda pulsada nos encontramos a Benjamin Narvey, excelente continuista. Supo trasladar a la música ese afecto tan necesario en esta época. Destacó especialmente en la interpretación de la tiorba, mostrando un bellísimo sonido, a la vez que realizó un continuo muy inteligente y no gratuitamente rápido y espectacular -tan en boga tristemente en muchos reputados intérpretes actuales- dotando de la adecuada velocidad a los arpegios y acordes, dependiendo del fragmento y afecto correspondiente. Fue verdaderamente evocador y exhibió un sonido especialmente carnoso en los lentos pasajes del aria Piangerò la sorte mia, o en el Largo e piano del Concerto grosso en la menor. En el uso de la guitarra, cuando la rasgueaba, dotó a la música del pertinente carácter vivo, como en Da tempeste il legno infranto. Sin embargo el arpegiado de la guitarra no fue perceptible desde el patio de butacas.
Jérôme Correas, fundador y director de Les Paladins se mostró muy preciso en el tempo y cuando dirigía, en escasas ocasiones, sobre todo en las más íntimas y delicadas, mejoraba mucho la forma y fraseo del conjunto instrumental, quienes respondían inmediatamente a sus designios. También fue muy destacable su gesto en la diferenciación de los matices, especialmente en los momentos más piano, y en los crescendi, que dotaban a la música de esa variedad y dirección que enriquecen el todo. Como intérprete de clave, Correas, al igual que su colega Narvey, demostró que no debe ser la realización del continuo un tour de force para ver quién toca más rápido o es más ostentoso, sino que es mucho más efectivo y musical adaptar los arpegios o acordes al carácter o afecto de cada momento, algo que fue muy evidente en la Sarabande de la Suite de Rodrigo, donde desarrolló unos bellos y lentos arpegios mezclados con trinos reposados, que remarcaban la dulzura y calma de la danza. No obstante también tuvo momentos para el derroche sonoro y la audacia de la rapidez y de los guiños más traviesos, como en Torname a vaheggiar, en donde aprovechó los momentos de silencio de la cuerda frotada para introducir pequeños acordes juguetones que remarcaron el carácter pícaro del aria.
Simón Andueza
Sandrine Piau, soprano. Les Paladins. Juliette Roumailhac, violín, Jonathan Nubel, violín, Clara Muhlethaler, viola, Nicolas Crnjanski, violonchelo, Franck Ratajczyk, contrabajo, Benjamin Narvey, tiorba y guitarra. Jérôme Correas, clave y dirección.
Obras de Georg Friedrich Haendel.
Miércoles 27 de marzo de 2019, 19:30 horas. Ciclo Universo Barroco del CNDM. Auditorio Nacional de Música, Madrid, Sala de Cámara.
Foto © Elvira Megías / CNDM