En vez de por Navidad, Michel Plasson suele volver al podio de la ROSS para su cumpleaños (en este caso 87), y esta vez con el mismo programa que lo hizo en 2013, cuando cumplía a la sazón 80 y, como entonces, lo ofrecía de memoria. Seguramente el motivo de este continuo reencuentro sea el cariño que el maestro parisino ha mostrado por la ciudad, como queda patente al hablar de Sevilla en la emotiva entrevista que la ROSS ha colocado en su flamante página web; de hecho, la Asociación de Amigos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla lo ha refrendado otorgándole el Premio Paraíso. Quien hiciera de la ópera Carmen un referente discográfico (Gheorghiu, Alagna, Hapmson, Mula) no puede dejar que se le atraganten las palabras al referirse a la ciudad que prohijó más de 150 títulos operísticos (acaso la vuelta de Carmen a Sevilla a los 30 años de la primera vez -con ocasión de la inauguración del Teatro de la Maestranza- sería buen momento para que se le planteara al maestro un programa bizetiano o, cuando menos, sevillano, y a ser posible con voces).
Apenas empezar, una orquesta reducida por seguridad nos llegaba diáfana, transparente, sobre los pentagramas de la “clasicista” Sinfonía nº 1 en Re menor de Gounod. La batuta iluminada, distinguida y sucinta de Plasson planteaba la obra con equilibrada serenidad y enorme detallismo. Aunque en esta ocasión contó con el respaldo de la banqueta de ensayo, la utilizó mínimamente (entre movimientos, en atmósferas relajadas…). Pero no debemos concluir que fue un viaje más placentero que el que las obras planteaban, porque súbitamente su batuta se agitaba con fuerza para marcar texturas enfrentadas, como en la sección central del segundo movimiento de la sinfonía, al pasar a un pasaje fugado que fue introducido con detallada claridad y energía. De igual manera, otorgó a los distintos personajes y momentos de la Pelléas et Mélisande de Fauré el perfil que resumía las relaciones humanas planteadas en la obra de Maetterlinck dibujadas con exquisito trazo y detallismo esclarecedor.
Sin embargo, los cinco momentos culminantes de cada cuento de Ma mère l’oye, que es lo que musica Ravel, constituyeron esos instantes donde los pentagramas, ya de por sí hechiceros, se hermanaban con la batuta ingrávida y evocadora de Plasson. Aunque Ravel habla aquí de “escritura sobria”, la celesta, el glockenspiel, el contrafagot, el arpa o la flauta coloreaban esta “sobriedad”, mientras el director parisino, una vez más, nos la transcribía con su varita encantada y encantadora.
Carlos Tarín
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Michel Plasson.
Obras de Gounod, Fauré y Ravel.
Teatro de la Maestranza, Sevilla.
Foto © Guillermo Mendo