No resulta desacertado aventurarse a decir que, en materia cultural, entre muchos otros aspectos, los municipios de la corona metropolitana de Madrid tienen en su pecado -el estar bien conectados con la capital con buenos medios de transporte- su penitencia: el habitual movimiento pendular no solo de quienes acuden a trabajar a la gran ciudad, sino de quienes, residiendo fuera de ella, acuden a sus múltiples actividades culturales, entre ellas los conciertos sinfónicos de la Orquesta Nacional de España, la Orquesta de RTVE, la Orquesta Sinfónica de Madrid o la Orquesta de la Comunidad de Madrid bien desdeñando o desconociendo buena parte de las propuestas de mayor proximidad.
En ese sentido, resulta siempre de agradecer la arriesgada e ilusionante propuesta de creación de nuevas orquestas sinfónicas, como el caso de la Orquesta Sinfónica Ciudad de Getafe que con su fundador y titular Carlos Díez, y un apoyo mayoritario de la administración municipal, ha cumplido más de un decenio apoyando la vida cultural de una comunidad que empieza a trascender lo puramente local. Buena muestra de ello resulta la recientemente finalizada temporada 2023/2024 que ha contado con ocho conciertos sinfónicos y cuatro de cámara que han tenido lugar en los getafenses Teatro García Lorca y el Espacio Mercado.
Con el título Ritmos de América se presentaba la velada que comenzó con el Concierto para piano en Fa del compositor norteamericano George Gershwin, obra de 1925 e inmediata posterior a su conocida Rhapsody in Blue que cuyo éxito llevó a Walter Damrosch, a la sazón, director de la Orquesta Sinfónica de Nueva York, a encargar nueva música al compositor que respondió con una obra de claros mimbres jazzísticos en el molde de un concierto clásico. Compuesto y orquestado por el propio Gershwin, el concierto abre con un movimiento con ritmos de charlestón, prosigue con un melancólico blues de creciente dramatismo –posiblemente el verdadero corazón de la obra- y termina con un brillante movimiento que recupera temas anteriores mediante un astuto oficio a caballo entre una escritura virtuosística del piano y el lenguaje jazzístico. Con gesto claro y decidido, Díez, llevó de un trazo el concierto -tensionando con gran acierto el pasaje más dramático del segundo movimiento- y siempre buscando la complicidad del swing del pianista puertollanense Eleuterio Domínguez, quien mostró una clara sintonía con un lenguaje que conoce en profundidad. Domínguez tuvo a bien, además, regalar una propina improvisada con ayuda del público, en la que dejó entrever citas de Liebestraum de Liszt, La Marcha turca de las Ruinas de Atenas de Beethoven, de ritmos de boogie-woogie y, en el centro, como amalgama aglutinadora, Gershwin de nuevo, con una bonita recreación del Summertime de su Porgy and Bess.
Cuando en 1956, Leonard Bernstein compuso Candide, una opereta cómica que se presentó como musical en Broadway partiendo del texto homónimo de Voltaire, no pensó que su temática y la sofisticación del libreto inicial de Lilian Hellman supusieran un escollo para un éxito que, tras dos meses en cartel, no terminaba de manifestarse. Con buen criterio Bernstein extrajo la brillante obertura, fresco caleidoscopio de temas que pueblan Candide, como obra independiente logrando un éxito que llega hasta nuestros días siendo, a día de hoy, una de sus creaciones más interpretadas. Con un sonido muy depurado, la Orquesta Sinfónica Ciudad de Getafe con Carlos Díez a su frente lograron una versión compacta, bien trabajada y desenfadada con la que abrieron la segunda parte, para retornar de nuevo al Gershwin de 1928 mediante su conseguida incursión en el poema sinfónico titulada Un Americano en París. De manera episódica y enunciando diferentes temas, Gershwin intentaba recoger el paisaje sonoro de las calles de la capital gala y su personal asunción de la música francesa de les Années folles, cumpliendo así con un encargo que había recibido de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. En ese sentido, Díez confirió unidad a cada parte desplegando un didáctico arco narrativo que se sucedía, sin solución de continuidad, gracias a un buen control de la dramaturgia mediante un buen fraseo y un notable sentido del balance orquestal que hizo emerger con facilidad los diferentes temas de la obra. Cerraba el concierto el Danzón n. 2 del mexicano Arturo Márquez, obra de 1994 basada en el folklore mexicano y las raíces caribeñas del homónimo danzón cubano, que ha devenido en una de las músicas más presentes de la producción contemporánea mexicana. En ella, la ágil y angulosa versión de la Sinfónica Ciudad de Getafe se plasmó de manera notable mediante una garbosa y bien construida lectura. Como colofón de temporada, el concierto concluyó con una inesperada propina: una divertida interpretación de La Máquina de Escribir, pieza de 1950 firmada por, el también norteamericano, Leroy Anderson. Esta arrancó una ovación final que sirvió de broche para un notable concierto de cierre de temporada de una orquesta profesional de 50 músicos estables que, no sin dificultades y pese a la astringente y mejorable acústica del García Lorca, consigue hacerse un hueco en la programación cultural del sur de la Comunidad de Madrid.
Justino Losada
Eleuterio Domínguez, piano
Orquesta Sinfónica Ciudad de Getafe
Carlos Díez
Obras de Gershwin, Bernstein, Márquez y Anderson
Ciclo sinfónico 2023/2024
Teatro García Lorca, Getafe