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Crítica / Hasta que el virus nos separe - por Gonzalo Pérez Chamorro

Madrid - 27/01/2022

El matrimonio temporal formado por el Cuarteto Belcea y el Cuarteto Ébène tenía previsto su luna de miel en 2022, con parada en el Liceo de Cámara del CNDM en Madrid con dos Octetos para cuerda, los de Enescu y el irresistible de Mendelssohn, pero lo que unió el amor a la música lo ha separado el Covid, imposibilitando este concierto y modificando de ocho a cinco los comparecientes, los cuatro miembros del Belcea más el sensacional cellista del Ébène, Raphaël Merlin.

El matrimonio fallido podría haber sido una oportunidad única para escuchar esas músicas por dos cuartetos de cuerda de élite, rara vez unidos para un objetivo común, pero esas músicas nacieron pensadas para un conjunto de ocho, no de cuatro más cuatro; es decir, unir al Belcea y al Ébène en un mismo programa no era disfrutar de ambos cuartetos, era disfrutar de unos octetos por ocho instrumentistas prodigiosos. Para disfrutar de ambos cuartetos en un mismo programa, lo ideal habría sido dedicar una parte para uno y otra parte para otro, y así el público podría constatar la sonoridad y naturaleza de cada formación. Como ninguna de las dos opciones ha sido posible, la “solución” final fue que el único “superviviente” del Covid del Ébène, Raphaël Merlin, se uniera al Belcea nada más y nada menos que en el Quinteto en do mayor de Schubert, palabras mayores. Una opción que fue para algunos mejor que la original…

Antes del glorioso Schubert, el Belcea dio rienda suelta a la personalidad brahmsiana con el Primer Cuarteto de cuerda, surgido, como su Primera Sinfonía, tras muchas otras obras y mucho pensar el compositor, dada la intimidatoria presencia de Beethoven en ambos géneros. Comenzar programa con la contundencia afilada del primer movimiento de este cuarteto es jugársela, pero el Belcea es un cuarteto de los grandes, que se metió de lleno en el severo Do menor, llenando la sala de intensidad desde el primer instante. Colosales en todo, hay que destacar las codas del Allegro inicial y la del Allegro final, trazadas y creadas con una inteligencia admirables, así como el trio y todo su tercer movimiento, repleto de extraños presagios.

Con cierto respeto, Raphaël Merlin se unió al Belcea como segundo cello en este canto elegíaco que es Quinteto D 956 de Schubert. Respeto porque sus pizzicati y sus frases estaban condicionadas por equilibrar el volumen y no destacar por encima del resto, como le gustaba hacer a cellistas míticos que han grabado esta música incomparable, Rostropovich o Casals.

La inexplicable atmósfera de intimidad generada o la capacidad de emulsionar los unísonos como nunca antes se había escuchado, provocaron instantes mágicos y sobrecogedores en el Allegro ma non tropo, que mantuvo sus constantes vitales entre el estremecimiento y la máxima emoción; es difícil que el lector entienda la trascendencia de lo ocurrido en aquel instante.

Tras concluir con un leve desequilibrio en la afinación por parte de la excepcional y siempre elegante Corina Belcea al primer violín, fue ella quien impulsó y condujo la serena marcha fúnebre en que se convirtió el Adagio, una de las cumbres de la música de cámara de todos los tiempos. Inmaterial belleza, eterna sencillez y profunda humanidad, esta música de Schubert infrecuentemente se ha entendido de esta manera tan sublime, como una lenta liturgia, alternando los diversos estados de ánimo de la turbulenta sección central con el lamento que la circunda antes y después. Tan inenarrable como inolvidable.

Antes de salvar a las oscuras fuerzas que gravitan por este Quinteto, había que pasar otro trance por el amplio trio que protagoniza el Scherzo, momento de elevado patetismo y otra demostración interpretativa asombrosa, tanta como en aquel Beethoven del Cuarteto Op. 132 y su Molto Adagio en febrero de 2019, en el que el Cuarteto Belcea tocó el cielo y derramó literalmente lágrimas en los espectadores.

Liberados en cierto modo de la parte más oscura del Quinteto y con la claridad atisbando en el horizonte, llevaron de manera virtuosa y desenfrenada el Allegretto final, culminando en una coda que se anticipa al rock duro en pleno otoño de 1828.

Gonzalo Pérez Chamorro

 

Cuarteto Belcea & Raphaël Merlin (cello, del Cuarteto Ébène)

Liceo de Cámara, Centro Nacional de Difusión Musical CNDM

Obras de Brahms y Schubert

Auditorio Nacional de Música, Madrid

Foto © Elvira Megías - CNDM

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