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Crítica / Giulio Cesare de Haendel clausura Universo barroco (CNDM) - por Simón Andueza

Madrid - 24/05/2021

La azarosa temporada 2020/2021 del ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical se clausuró en la sala sinfónica del Auditorio Nacional tal y como estaba previsto, con una de las grandes obras maestras operísticas que Georg Friedrich Haendel compusiera en uno de los momentos más exitosos de su carrera musical, estrenándola en 1724 en el King’s Theather de la capital británica, cosechando un éxito inmediato. El propio compositor hizo varias modificaciones de la obra, adaptando los distintos roles a los grandes divos de la época. Así, en 1725 la mayor modificación que Haendel introdujo fue el radical cambio en el papel de Sesto, el hijo de Cornelia, que originalmente fue ideado para una soprano, transformado ahora en el papel de un aguerrido y vengativo tenor, característica que dota al personaje de una mayor credibilidad. Pues bien, esta remozada versión jamás se había interpretado en tiempos modernos, y lo pudimos disfrutar por primera vez casi en reestreno mundial los afortunados espectadores asistentes al evento.

Los encargados de dar vida a tan magno suceso fueron la prestigiosa orquesta historicista con base en suiza La Cetra Barockorchester Basel con un reconocido plantel de solistas que incluyó a tres de nuestros cantantes más internacionales, José Antonio López, Carlos Mena y Juan Sancho, comandados por Andrea Marcon, conocido mundialmente por crear la Orquesta Barroca de Venecia y habitual director de este y otros conjuntos barrocos en las principales salas y festivales del mundo.

Debemos tener en cuenta que disfrutamos de una interpretación no escenificada, con los cantantes provistos de partituras, lo que dificulta la comprensión del argumento, así como una fluidez en el desarrollo de una larga ópera como esta, que alcanzó las cuatro horas de duración con un intermedio de treinta minutos, algo inaudito en estos tiempos de pandemia, y que para los asistentes fue percibido como si fuera un experimento sociológico, con la consiguiente confusión que ocasionó un descanso al que nadie está ya acostumbrado -quién nos lo iba a decir-, en el que se debe guardar la distancia social y los protocolos sanitarios.

El rol principal de la ópera, el emperador romano Julio Cesar, estuvo encarnado por el contratenor italiano Carlo Vistoli, una de las figuras más destacadas de la lírica europea actual que no es habitual en nuestros escenarios. Haendel ideó este papel para uno de los castratos más afamados del siglo XVIII, Francesco Bernardi, ‘Senesino’, que fue unos de los divos que más inspiró al compositor alemán en sus óperas. Este hecho es fundamental para comprender la endiablada escritura del papel solista, plagada de imposibles coloraturas, interminables fiatos y constantes acrobacias vocales en la tesitura.

Vistoli resolvió con muy buena nota este difícil encargo. Pudimos disfrutar de una voz de agradable timbre, registro homogéneo, formidable fiato y dominio absoluto de las complejísimas coloraturas, muchas veces de una velocidad de vértigo imprimida por Marcon. Además, su expresión de los afectos fue lo suficientemente creíble para que pudiéramos imaginarnos la escena aún con la juventud del intérprete, El mayor problema, como en casi toda la velada, fue el excesivo volumen sonoro que la orquesta desarrollaba, sin que su director limitara su sonido. Esto propició que casi todas las voces solistas quedaran en un segundo plano, tanto en los momentos más sonoros como en los más delicados. Debemos añadir que la potencia sonora de los actuales contratenores dista mucho de la que conseguían los mejores castrati, poseedores de un instrumento poderosísimo.

Una de las sopranos con más proyección de la actualidad, Emőke Baráth, interpretó a Cleopatra, uno de esos papeles icónicos para cualquier soprano. Dese su primer recitativo demostró poseer una expresividad y dicción del texto muy naturales, a la vez que un instrumento de generoso volumen, pero con un inteligente control del vibrato que permitieron lucir una voz libre y plena que permaneció siempre elegante y dentro del estilo. Su bello timbre y un control ejemplar del fraseo y de la gestión de la respiración estuvieron siempre presentes.

Debemos añadir que tras la pausa, en las mejores y afamadas arias, como Piangerò la sorte mia  o Da tempeste il legno infranto, la soprano evidenció un cansancio vocal que no le permitió desarrollar sus magníficas cualidades mostradas al inicio del concierto, con menor expresión y una afinación no precisa en los pasajes más líricos, aunque manteniendo siempre un excelente desempeño en las circenses coloraturas, que no evitaron las cálidas ovaciones del público conocedor de estas joyas musicales.

La mezzosoprano Beth Taylor fue quien se puso en la piel de Cornelia, la viuda de Pompeo y madre de Sesto. Poseedora de una finísima sensibilidad, Taylor fue quizás quien en los momentos más dulces o de lamento puso más expresividad y emoción, con unos fabulosos pianisimos y con un cambio de afecto en su timbre formidable que, una vez más, no pudo ser disfrutado por el excesivo volumen sonoro del conjunto instrumental. Además, el modo de emisión de la joven mezzosoprano escocesa, con constantes messa di voce no favorecieron la superación de una orquesta siempre precisa y compacta.

El tenor sevillano Juan Sancho fue al que se le encargó el estreno mundial de el rol de Sesto en tiempos modernos. Sancho es un reconocido intérprete de la ópera de Haendel y nos ha hecho disfrutar enormemente a todos los melómanos con sus múltiples grabaciones e interpretaciones de este repertorio. Pudimos disfrutar de ese timbre que tan bien se adapta a las producciones haendelianas y que muy pocos tenores disfrutan, de poderosa proyección, viril presencia, pero a su vez de una gran delicadeza y con un control total de los pasajes más virtuosos. Su proyección se vio favorecida, incluso, en los momentos en los que tuvo que cantar desde el fondo del escenario.

Si existe un contratenor español que destaca entre los demás, tanto por su trayectoria, prestigio y labor pedagógica, ese es nuestro querido Carlos Mena, quien se convirtió por una noche en Ptolomeo, Rey de Egipto y hermano de Cleopatra. La depurada técnica de Mena permite disfrutar de una voz natural, sin artificios, que pareciera que no está fabricada artificiosamente como la de la mayoría de sus colegas. Esta cualidad nos permitió disfrutar de su fraseo espléndido y de su inteligente gestión del fiato y las agilidades, que no son pocas incluso en un papel no protagónico, puesto que originalmente este personaje fue creado, como el de Julio César, para un castrato muy reconocido, Gaetano Berenstadt, colaborador habitual del compositor.

El hándicap que nos persiguió durante toda la velada, el sonido abrumador de la orquesta, desdibujó nuevamente el registro más central de Mena, pero no así sus notas más graves, que fueron ejercidas en un evidente y poderoso registro de pecho.

Este recorrido por el reparto solista concluye con José Antonio López, versátil barítono que nos asombra con su capacidad de adaptación a los múltiples repertorios que desarrolla. En esta ocasión encarnó a Achilla, general del ejército egipcio y amigo de Ptolomeo, personaje que requiere una voz contundente y aguerrida. López fue un prodigio de igualdad en todo su registro con ese modo de naturalidad constante en su interpretación y emisión, regalándonos los oídos con su bello timbre y generoso volumen que supo destacar casi siempre de la orquesta, salvo en los momentos de tesitura más grave. Su prosodia del texto y expresión estuvieron asimismo en un nivel muy alto, aun cuando la visión de la partitura fue muy necesaria.

La Cetra Barockorchester Basel se mostró como un conjunto muy compacto, de trabajada articulación en las cuerdas y con un empaste en los violines impecable, con una afinación fantástica aun cuando los violines fueron numerosos. La orquesta suiza se presentó con un notable número de integrantes,4,4,2,2, y 1 en la cuerda, 2 traversos, 2 oboes, fagot, 4 trompas, tiorba, 2 claves y arpa, que permitió dotar de un generoso sonido a la rica orquestación ideada por el genio de Halle.

El bajo continuo, de riquísima composición, dos violonchelos, contrabajo, tiorba, arpa, fagot y dos claves fue un motor sonoro rotundo y lleno de matices, en el que destacaron las sutiles intervenciones del tiorbista Daniele Caminiti y la docta y preciosista interpretación del violonchelo principal Jonathan Pešek. No debemos olvidar, no obstante, varios desajustes rítmicos y de conjunción con los solistas, especialmente en recitativos y cadencias, puesto que faltó en ocasiones de una comunicación más fluida entre ellos. Los vientos, tanto oboes como trompas cumplieron correctamente con su cometido, dotando de un magnífico color a la fastuosa partitura haendeliana.

Andrea Marcon se mostró como un director vitalista y comprometido con la pieza en toda la velada, ocupando esa posición de clavecinista y director tan difícil de ejercer. Quizás debiera haberse limitado a a la dirección en exclusiva, máxime cuando en la orquesta se encontraba un espléndido clavecinista, Andrea Buccarella, que le hubiera permitido ejercer una mejor gestión de la dinámica orquestal, siempre desmesurada, de los tempi y de la conjunción y diálogo entre voces e instrumentos.

El público despidió la presente temporada con una generosa ovación ante unos emocionados músicos conscientes del milagro que es actualmente poder ejercer su profesión en estos difíciles tiempos, máxime con un grupo tan numeroso de intérpretes.

Simón Andueza

Carlo Vistoli, contratenor, Emőke Baráth, soprano, Beth Taylor, mezzosoprano, Juan Sancho, tenor, Carlos Mena, contratenor, José Antonio López, barítono. La Cetra Barockorchester Basel, Andrea Marcon, clave y dirección.

Georg Friedrich Haendel: Giulio Cesare in Egitto, HWV 17 (versión de 1725)

Ciclo Universo Barroco del CNDM. Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid. 23 de mayo de 2021, 18:00 h.

Foto © Rafa Martín

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