Volvimos a encontrarnos con el director Geoffrey Styles tras su visita de junio de 2017, en la que participó en el concierto de apertura de Conecta Fiction, sobre una serie de temática audiovisual, que culminaba con Juego de Tronos, de Ramin Djawadi, con orquestación de Stephen Coleman. Styles es un artista prolífico en cuanto a los espacios que cultiva, desde las formas puramente clásicas en lo musical, hasta las músicas incidentales, el ballet o los espacios escénicos. También en esa modalidad de conciertos especiales, como las Galas de Año Nuevo, ofreció el espectáculo Best of British; Keep Calm and Carrillon, con la O. Filarmónica de Estrasburgo. Estrenó una obra para narrador y orquesta de Richard Birchall. Será en compañía de Renaud Capuçon, cuando repita un trabajo para el cine, con la Orquesta Lamoureux, que se realizará en el Olympia de París.
A pedir de boca en un programa en doble vertiente. Copland en mayor medida por tres de sus obras: An outdoor overture, How-Down, del ballet Rodeo y el vals Billy and his Sweetheart, perteneciente a Billy the Kid. En composiciones como estas, el compositor norteamericano echará el resto, logrando una aceptación universal. Nadie como Alex Ross, en El ruido eterno, sabrá tratar mejor al personaje. Copland no tenía precisamente el aspecto del Gran Compositor Americano. Era un hombre alto, enjuto, de cara angulosa, con gafas, con un físico que valdría para encarnar a un torpe oficinista de una película de género de Hollywood. Se da la circunstancia de que los orígenes de Copland, son muy similares a los de George Gershwin. Ambos nacieron en Brooklyn, separados por poco más de dos años. Ambos eran de ascendencia ruso-judía. Ambos estudiaron composición con un hombre llamado Robin Goldmark.
Mientras que Gershwin perfeccionó su oficio en los cuartos trasteros de Tin Pan Alley, Copland discurrió por avenidas e estudio europeo más convencionales. En 1921, a los veinte años, se matriculó en el Conservatorio Americano, en Fontainebleau, y se sumergió de lleno en el carnaval de los estilos de los años veinte. Su profesora, fue la compositora y pedagoga Nadia Boulanger, que puso a punto las habilidades compositivas de la mitad de los grandes compositores estadounidenses de la generación ascendente: Copland, Thomson, Harris y Blitzstein, entre otros. Gracias a Boulanger, Copland absorbió la estética de los años veinte: la revuelta contra la grandiosidad germánica, el afán de lucidez y elegancia, el cultivo de las formas barrocas y clásicas.
Siempre habrá algún analista que tenga una palabra de más con respecto al autor. Claude Rostand, con olfato agudo, dirá que Copland no consiguió expresar con profundidad el alma del Homo americanus, con la sensibilidad esencial de un Charles Ives. Es evidente que se trata de uno de los compositores que mejor definen la mentalidad media de su pueblo en orden a la creación musical.
Sir Edward Elgar en un par de suites con raíces en obras primerizas que sabrá recuperar años después, para completar con este par de curiosidades. The Wand of Youth (Music for Child´s Play), casi perdidas en el conjunto de su catálogo, un vivo ejemplo del autor de composiciones para grandes fastos y compromisos que le convertirán en emblema nacional. Una primera suite, en una dedicatoria a su estimado amigo C.Lee Williams, y que tendrá el estreno en el Queen´s Hall, de Londres, bajo la dirección del muy admirado Henry Wood, el 14 de diciembre de 1917: Una serie de cuadritos en cascada. Una segunda suite, que el propio autor estrenará en Worcester, en el Three Choir Festival, el 9 de septiembre de 1908, en un planteamiento parecido en cuanto a las piezas.
Ramón García Balado
Real Filarmonía de Galicia / Geoffrey Styles.
Obras de A. Copland y E. Elgar.
Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela.
Foto © Xaime Cortizo