La Royal Philharmonic Orchestra, bajo su titular Vasily Petrenko, y con la participación de la violinista Esther Yoo y el violonchelista Narek Hakhnazaryan, fueron los protagonistas en los dos conciertos consecutivos del Ciclo Ibermúsica, integrados por obras de Sibelius, Bruh, Prokófiev, Dvorák y Tchaikovsky.
Comentamos a continuación las primeras partes de los dos conciertos.
El primero de ellos -miércoles 19 de abril- comenzó con Finlandia, de Jean Sibelius. La poderosa entrada de metales y timbales hacía presagiar una versión vibrante y majestuosa. Si bien los bloques temáticos fueron claramente expuestos por maestro y orquesta, mediante unas maderas y cuerdas plenamente cohesionadas y niveladas respecto a los metales y la percusión, la excesiva atención de Petrenko a dicho balance acústico restó energía y majestuosidad a la icónica partitura, resultando, no obstante, fluida en los tempi y precisa en la articulación de sus sucesivos episodios.
Continuó la primera parte de esta velada con el Concierto para violín núm. 1 de Max Bruch, con Esther Yoo como solista. El Prelude: Allegro moderato discurrió fluido y acertado en el encaje entre violín y orquesta. De sonido bien proyectado, con eficaz vibrato, amplio fraseo y claridad en las dobles cuerdas, Yoo resulta, a veces, algo acre en los registros más agudos de su Stradivarius.
En el Adagio, la violinista norteamericana se mostró mucho más intimista y evocadora, logrando el lirismo que este movimiento demanda, a través de un adecuado control del rubato, dilatado fraseo y variedad en los matices, apoyada en todo momento por la sutil y atenta dirección de Petrenko. El Finale: Allegro energico resultó vibrante en la articulación rítmica del violín, con controlado brío, pulso adecuado en los tempi y cierre asertivo por director y formación. A los calurosos aplausos del público, Esther Yoo correspondió interpretando el Souvenir d’Amerique de Vieuxtemps, donde exhibió sus cualidades virtuosísticas con total seguridad ejecutoria en las dobles y triples cuerdas, armónicos sobreagudos, pizzicati de mano izquierda y portamenti.
Al día siguiente -jueves 20- la primera parte comenzó con el Concierto para violonchelo en Si menor de Antonín Dvorák, teniendo como solista al violonchelista armenio Narek Hakhnazaryan. El arranque del Allegro fue nítido y vitalista, con solos muy evocadores de la trompa y el clarinete antes de la aparición del solista. Lo mismo puede decirse de Hakhnazaryan en las primeras intervenciones. Sin embargo, y reconociendo sus virtudes: sonido y fraseo claros, ágil arco y sensibilidad interpretativa, adoleció de adecuada proyección sonora, presión de arco y precisión de afinación en algunos pasajes intrincados de su partitura. Los intentos de Petrenko de ajustar el nivel sonoro de su formación al del solista hizo que la parte orquestal fuera perdiendo peso paulatinamente, sobre todo en el Adagio ma non troppo, en el que la calidez y sutileza melódicas mostradas por Hakhnazaryan no fueron suficiente para sacar a relucir los ricos matices en su diálogo con la parte orquestal, prácticamente diluida en todo el movimiento.
El Allegro moderato final no hizo sino corroborar esa falta de balance entre solista y formación, incluso en los dúos con el concertino y clarinete, muy sobrepuestos en proyección sonora a Hakhnazaryan.
Mejor rol desempeñó el intérprete armenio en su propina al público, que ovacionó calurosamente su vívida versión del último movimiento de la suite de Gaspar Cassadó.
Pasamos ahora a reseñar las segundas partes de ambos conciertos, dedicados al repertorio ruso.
La del día 19 fue ocupada con la interpretación de Romeo y Julieta, Suite (selección de suites 1 y 2) de Prokófiev. Formación y maestro dieron un gran salto cualitativo al abordar esta partitura. Desde el primer número seleccionado, El Príncipe da su Orden, la lectura resultó nítida, compacta y poderosa en sonoridad y con gamas dinámicas muy bien contrastadas, logrando el ambiente dramático inherente al argumento del ballet.
A partir de la Danza de los Caballeros la cohesión y sincronía mostradas fueron aún más evidentes, así como la fluidez y precisión de articulación en las cuerdas y los delicados solos instrumentales, en pasajes como el de La joven Julieta, realizados por el clarinete, flauta y chelo. Los colores armónicos y tímbricos tan característicos de la escritura de Prokófiev, fueron remarcados con exquisitez por Petrenko, dando a cada número el carácter y tempo justos mediante una absoluta claridad expositiva y elegancia gestual. La secuencia finalizó con el rotundo y subyugante Finale del 2º Acto, punto de máxima clímax de esta versión.
Concluyó la velada con la propina Grand pas espagnol, del ballet Raymonda, de Glazunov (interpretada al final de los dos conciertos), auténtica fiesta sonora aplaudida calurosamente por el público presente.
Si Prokófiev fue, en manos de Petrenko, un magnífico ejemplo de sus inclinaciones musicales y sabiduría interpretativa, la Sinfonía Manfredo, Op 58, de Tchaikovsky, programada en la segunda parte de la segunda cita con la Royal Philharmonic Orchestra, resultó, si cabe, aún más valorable por la complejidad de la partitura, híbrido entre poema sinfónico y sinfonía, concebida entre las paradigmáticas cuarta y quinta sinfonías del compositor ruso, y basada en la obra de Byron.
Petrenko supo moldear, con adecuada precisión, profundidad y fluidez, cada movimiento, sin perder el pulso general del acontecer sonoro, y dando a la escucha la unidad y perfil estructural idóneos. Los intensamente penetrantes instrumentos de lengüeta y trompas, junto a las exultantes cuerdas de amplios gestos melódicos y respiraciones, plenamente corpóreas, lograron el carácter trágico inherente al Lento lúgubre.
El Vivace con spirito mostró el alto grado de sincronía y virtuosismo de la orquesta, con fluidos pasajes en los que cuerdas y maderas desgranaron, con sutileza y ágil precisión, la filigrana contrapuntística desplegada por Tchaikovsky en todo el movimiento. El motivo melódico central quedó expuesto con elegancia por los violines primeros, clarinete y flautas, para retomar el Vivace inicial en un verdadero alarde de perfecta concordancia con su director titular. El oboe solista lució su mejor perfil cantabile al comienzo del Pastorale: andante con moto, al igual que cuerdas y trompa solista en su desarrollo. Finalizó la obra con el Allegro con fuoco, donde el fulgor expositivo de la fuga llevó a la obra a momentos de alto voltaje, evidenciando el grandísimo nivel de la formación inglesa al presentar, con brillantez y virtuosismo extremo, las ricas capas polifónicas de esta sección del movimiento. Petrenko dio pulso adecuado al conflicto sonoro creado entre el reexpuesto motivo del Lento lúgubre combinado con el de la fuga, hasta llegar casi al paroxismo, para posteriormente desvanecerse en el silencio meditativo, tras la radiante intervención del órgano en la sección final.
En suma, el repertorio ruso propuesto, sin quitar mérito al abordaje del resto de obras programadas, fue excepcionalmente interpretado en las dos intervenciones de la Royal Philharmonic Orchestra con Vasily Petrenko, siendo artífices de unas lecturas apasionadas, rotundas y precisas que revelaron la indiscutible vigencia de estas célebres composiciones.
Juan Manuel Ruiz
Esther Yoo, Narek Hakhnazaryan.
Vasily Petrenko / Royal Philharmonic Orchestra.
Obras de Sibelius, Bruh, Prokófiev, Dvorák y Tchaikovsky.
Ibermúsica. Auditorio Nacional, Madrid.
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica