El afortunado público que cada día abarrotó la Sala Roja de los Teatros del Canal de Madrid pudo asistir del 4 al 9 de junio a la primera representación que jamás se ha realizado en España de La Liberazione di Ruggiero dall’Isola d’Alcina, única ópera conservada de la fascinante compositora Francesca Caccini (1587-1641). Hija del afamado compositor Giulio Caccini (1551-1618), Francesca Caccini fue, además de compositora, cantante, guitarrista, arpista y clavecinista. Comenzó actuando en las producciones de su padre. Más adelante, fue empleada por los Medici por derecho propio, y llegó a convertirse en el músico mejor pagado de toda Florencia. Francesca se casó dos veces y tuvo dos hijos. Se la describe como "feroz e inquieta", "graciosa y generosa" y como poseedora de "un ingenio poco común". Se sabe que se opuso a un poeta de la corte por su supuesta seducción de jóvenes cantantes, sus propios alumnos, a quienes enseñó canto e instrumentos, así como interpretación y composición. Francesca Caccini escribió mucha música de cámara para voces femeninas para ella y sus alumnos, y contribuyó a muchos espectáculos de la corte. Ésta es la única ópera que se conserva de las cinco que se sabe que creó.
La Liberazione di Ruggiero dall’Isola d’Alcina, con libreto del poeta y libretista Fernando Saracinelli (1583-1640), fue encargada por la archiduquesa regente de Florencia, María Magdalena de Austria, con motivo de la visita del príncipe polaco Wladislas Segismund para celebrar su reciente victoria sobre los turcos. La primera representación tuvo lugar en Florencia, en la Villa de Poggio Imperiale, y no en la villa medicea de Poggia Imperiale, como reza el programa, el 3 de febrero de 1625, y se volvió a interpretar en Varsovia en 1628, hecho por el cual muchos estudiosos afirman que esta es la primera ópera italiana representada fuera de sus fronteras. Considerada como la primera ópera compuesta por una mujer, es una ópera netamente femenina que reivindica el protagonismo femenino, no solo por los numerosos roles protagónicos de sus personajes, que constan nada más y nada menos que con seis sopranos y dos altos, además de los dos tenores y del bajo como personajes masculinos, puesto que la trama reivindica en todo momento el poder y la preeminencia femenina, relegando a los roles masculinos a un segundo plano e incluso reservándoles los pasajes negativos del argumento, e incluso los cómicos más burlones.
Para dar vida a los dos papeles principales de las protagonistas que rivalizan por el amor del joven Ruggiero, tuvimos la fortuna de contar con el concurso de las mezzospranos Vivica Genaux y Lidia-Viñés Curtis. Vivica Genaux, solista de fama mundial especialmente en repertorios algo más tardíos, mostró una presencia escénica fascinante, desempeñando a la perfección las malvadas artes amatorias del rol Melissa, apoyada sin ninguna duda en su caracterización con un impecable vestuario de Juana Martín, debiendo reseñar que quizás el registro de su personaje no funcionó en su vocalidad, dado su rango medio de difícil audición que se transformó en rotundo y poderoso en la zona grave gracias al registro de pecho. El papel de Alcina, desempeñado por Lidia Viñés-Curtis funcionó de un modo fabuloso para las cualidades de la siempre segura soprano catalana, mostrando un impecable dominio técnico y estilístico del complejo recitar cantando constante de este período de la historia de la música. Su teatralidad fue más estática, buscada seguramente por la definición de su rol para atraer de un modo directo al amado.
El hombre objeto de estos deseos y rivalidades femeninas, Ruggiero, fue encomendado al tenor Alberto Robert, auténtica revelación de la velada para quien escribe estas líneas. Poseedor de una voz de fácil agudo, bello timbre y generoso pero adecuado volumen sonoro, Robert encarnó de un modo excelente al héroe de esta ópera, atesorando, además, una gran expresividad que hizo creíble y empática cada escena protagonizada por él.
La soprano Jone Martínez embaucó, una vez más, a toda la audiencia con su bellísimo timbre, de pulcritud y fiato encomiables, sin desdeñar la carnosidad necesaria para no achacar frialdad a sus múltiples roles –le fueron encomendados los de Sirena, Mensajera y Dama triste-, siendo una auténtica delicia cada una de sus intervenciones. Como ejemplo, fue inolvidable su pequeña escena de lamento junto a la fastuosa actuación a solo del tiorbista puesto en pie, hacia el final de la función.
Francisco Fernández-Rueda, tenor, fue el encargado de dar vida también a tres de los roles de la ópera, a Nettuno, a Astolfo y al Pastor enamorado. La labor de este formidable y experimentado intérprete resultó en todo momento de la credibilidad necesaria a cada papel, dotando de carácter distintivo a sus distintas personalidades y demostrando la gran musicalidad y expresividad necesarias, acompañados de una buena técnica y de una versátil y poderosa voz.
Los números de conjunto no corrieron la misma suerte que estas deliciosas virtudes con que se toparon los agraciados melómanos presentes en la madrileña sala, puesto que, seguramente escogidos por algún responsable desconocedor de este peculiar y muy exigente periodo de la música que requiere una altísima especialización, resultaron inconexos y carentes del necesario trabajo de música de cámara.
En la parte instrumental, todos los miembros de Forma Antiqva resultaron ser una dicha absoluta de vitalidad, estilo, pasión y constante y arduo trabajo que desembocaron en un fluido, vitalista y colorista sostén sobre el que los solistas vocales, siempre cómodos y apoyados, podían desempeñar con comodidad sus labores. Esto fue, en gran parte, gracias a la espléndida dirección musical que Aarón Zapico comandó desde el clave, puesto que fue en todo momento un líder activo, siempre atento a cada detalle, a cada recitativo –les aseguro que son innumerables-, pero permitiendo esa libertad al solista que esta música necesita para que sea orgánica, a la vez que supo mantener unos tactus siempre estables y contagiosos que toda la orquesta realizó de un modo ejemplar.
Pablo Zapico, en la guitarra barroca y Daniel Zapico en la tiorba, fueron los responsables, junto al propio Aarón Zapico, de conformar un bajo continuo de auténtico lujo que fue el motor de engranaje perfecto para que esta deliciosa ópera resultase óptima y funcionara de un modo natural, elaborando el perfecto clima para cada afecto de las múltiples escenas, e imprimiendo un constante y seguro colchón para que todo resultara lógico.
Destacable y de múltiple virtud fueron las coloristas y vitalistas intervenciones de los vientos, tanto del cornetista como las flautistas de pico, que junto a un apasionado Jorge Jiménez como concertino, desempeñaron una gran labor en sus atriles.
Los Solistas de la Orquesta Sinfónica de Madrid se acomodaron en todo momento al estilo marcado por Aarón Zapico, dando lugar a una bonita simbiosis entre instrumentos modernos e instrumentos de época. Fue reseñable la gran labor efectuada por el contrabajista Andrés Arroyo, quien dotó al conjunto instrumental de una sólida base armónica y de unos precisos y rítmicos momentos, especialmente en los pasajes de pizzicati, tan necesario este resultado en las activas danzas, y que a buen seguro agradecieron los formidables bailarines.
Blanca Li llenó el espectáculo de preciosismo visual, desbordante imaginación, y dotó a la ópera de verdadera poesía visual, captando de un modo realmente único el afecto barroco preciso que cada escena demandaba, convirtiendo cada escena en un cuadro plástico de ensoñadora acción. El espectador fue transportado a un mundo imaginario de un modo inmediato, a base de pocos pero muy efectivos recursos. Para ello resultó indispensable la gran labor realizada por Pascal Laajili en la iluminación, quien realizó un magistral juego de luces y sombras en cada número del espectáculo.
Fue una gran suerte para el resultado escénico el dominio absoluto de la danza por parte de la directora de escena –no olvidemos que Blanca Li es una excepcional bailarina, coreógrafa y artista de la expresión corporal-, puesto que el resultado de los números de danza resultaron deliciosos, realizados a través de un lenguaje contemporáneo, siempre audaz e imaginativo. Los bailarines formaron, además, parte fundamental de toda la dramaturgia, acción y movimientos escénicos, aunque el espectador muchas veces fuera engañado a propósito por el audaz juego lumínico creado por Laajili.
En definitiva, quienes tuvimos el gran placer de asistir a estas funciones podemos asegurar que este camino es el apropiado para llevar al público de hoy un espectáculo del seicento italiano de un modo ameno, comprensible y con el rigor necesario. Los aspectos que deben limarse, estamos seguros que se subsanarán.
El público respondió a esta hora y media de fugaz espectáculo con la pasión y los acalorados aplausos que merece, y les aseguro que salió de la sala con esa sonrisa tan preciosa y necesaria, tan faltante en una gran ciudad como lo es Madrid y en una sociedad tan carente de humanidad como en la que vivimos.
Simón Andueza
Francesca Caccini: La Liberazione di Ruggiero dall’Isola d’Alcina.
Vivica Genaux y Lidia Vinyes-Curtis, mezzosopranos, Jone Martínez, soprano, Alberto Robert y Francisco Fernández-Rueda, tenores. Forma Antiqva, Solistas de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Aarón Zapico, clave, versión y dirección musical. Blanca Li, dirección de escena, escenografía y coreografía.
Coproducción del Teatro Real y de los Teatros del Canal.
Sala Roja de los Teatros del Canal, Madrid. 4 al 9 de junio de 2024.
Foto © Pablo Lorente